“Música infiel y tinta invisible”, de Elvis Costello

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“Uno de los libros de memorias más entretenidos y apasionantes que ha firmado un músico. El que cabe esperar de quien vive y bebe música a raudales”

 

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Elvis Costello
“Música infiel y tinta invisible”
MALPASO

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Es uno de los creadores más indiscutibles de todos los tiempos, a la altura de las grandes leyendas del rock de los sesenta o setenta (como recordaba con magisterio Carlos Pérez de Ziriza en un extenso artículo de «Cuadernos Efe Eme» 4), pero él siempre le ha restado importancia, quizá porque ha preferido ser libre y no verse atado por la imagen que sus primeros, y más exitosos, tiempos como compositor y cantante (cuando le cubrían las espaldas los Attracions) fijaron en el imaginario popular. Pero resulta que Elvis Costello, el mayor icono de la new wave, tenía mucha música bullendo en su cabeza, demasiada como para dejarla en un cajón en pos de escalar listas de éxitos. No, a riesgo de dinamitar su carrera decidió hacer exactamente lo que le viniera en gana.

Tal vez ahí resida la razón de que el mundo, en lo que a él respecta, se divida en tres tipologías: los que directamente no tienen ni idea de quién es, aquellos que se quedaron colgados en sus cinco o seis primeros elepés y luego se dieron de baja al no entender nada, y quienes hemos seguido su obra con absoluta fascinación y entrega, asistiendo con asombro pero también con delectación a cómo ha ido indagando cuanto camino de la música popular anglosajona le ha apetecido, atreviéndose incluso con la música sinfónica. Derrochando maestría y saliendo de los diferentes envites que él mismo se fijaba con soltura, y de paso haciendo gala de unos conocimientos musicales enciclopédicos. Las razones podíamos intuirlas: Elvis Costello, o Declan MacManus (su nombre real), parecía haber metabolizado música a destajo, sin cortapisas y desde joven.

Ahora, todo queda claro, él mismo se encarga de despejar incógnitas en este grueso volumen de memorias que Malpaso ha tenido a bien traducir al castellano. Un gesto editorial valeroso, dado que hablamos de un artista realmente minoritario por estos lares. Por ello debemos perdonar el elevado número de erratas que pueblan sus casi ochocientas páginas, fruto del descuido o la precipitación.

Detrás de la desenfrenada pasión melómana de Costello, porque de eso se trata, están sus progenitores, esencialmente su padre, Ross MacManus, un vocalista que gozó de larga carrera y que, formado como trompetista de jazz, se forjó como cantante con la orquesta de Joe Loss, recreando hits de actualidad (lo que permitía que el niño Costello tuviera acceso a centenares de lanzamientos discográficos recién editados y pasará el tiempo entre bambalinas en el teatro), grabando “covers” y, en resumen, inoculándole a su hijo mayor (tuvo otros cuatro con su segunda mujer, cuando Costello ya contaba 16 años, así que en estas páginas se declara “hijo único y el mayor de cinco hermanos”) el amor por la música, sin importar géneros o estilos. De ahí que mientras el beat se desarrollaba en Inglaterra en los años sesenta y Elvis Costello lo vivía como fan, también se empapara de jazz, country, folk y todo lo que se le pusiera a tiro.

De todo ello da cuenta en un volumen en el que se muestra sincero y sensible, mucho más de lo que cabría imaginar por la imagen que tenemos fijada de él, pero también, ¡cómo no!, humorístico e irónico (regala comentarios mordaces para algunas canciones, propias o ajenas, o compañeros de oficio), mientras, de forma desordenada, relata su infancia y reconstruye parte de la historia familiar, deja ver la influencia católica en su vida y nos lleva, siempre con la música presente, por el tiempo en que se abría paso en la escena londinense (tras haber abandonado Liverpool, donde vivió unos años) en días de pub rock, al frente de los Flip City, y sus inicios en Stiff Records. Un periodo que contempla sin nostalgia pero sí con humor.

No elude el que quizá sea su episodio más turbio, acaecido en un motel de Ohio, cuando, completamente borracho, escupió un comentario racista sobre Ray Charles y James Brown (¡dos de sus músicos más admirados!) a la gente del equipo de directo de Stephen Stills, y que inmediatamente estaría en todos los periódicos. Y ahí, Costello, progresista y firme defensor de las minorías, vivió uno de los peores momentos de su vida. Una anécdota que le persiguió durante tiempo, pero que, como él mismo relata, sirvió para despertarle, para comenzar a abandonar a ese personaje malhumorado que había encarnado durante la primera recta de su carrera. Fue el tiempo en el que comenzó a reflexionar sobre el sentido de la fama y el extraño camino que su vida personal había emprendido.

Pero, por supuesto, en estas memorias no faltan sus encuentros con Paul McCartney (gloriosas las páginas dedicadas a las canciones que escribieron juntos), Bob Dylan (permitiéndonos entrever retazos de la personalidad más opaca del rock. Impagable la anécdota de ese concierto conjunto en el que tras la prueba de sonido, hablando, cruzan una puerta y se ven en la calle, con el público dirigiéndose al recinto, y algunos mirándolos como a dos pirados vestidos de Dylan y Costello), los Clash, Bruce Springsteen, Neil Diamond, David Bowie, Ian Dury, Mink DeVille, Robert Wyatt, Count Basie, Van Morrison (con otro episodio memorable de por medio), Chet Baker, Johnny Cash, Roy Orbison. Y, claro, Burt Bacharach, Allen Toussaint, el Brodsky Quartet, T Bone Burnett, su viejo compinche Nick Lowe y todos los Attracions. Ahí, por momentos, sale a relucir Declan MacManus, el aficionado maravillado, sorprendido y agradecido de haber conocido y trabajado junto a tanto genio.

Hay espacio para recordar a sus mujeres, con mucha presencia de Diana Krall (su actual esposa y otra melómana empedernida), y también para la ternura, como en las páginas dedicadas a la enfermedad y muerte de su padre, cuya sombra e influencia planea constantemente, como lo hay para que desvele el sentido de algunas de sus canciones (y dado lo críptico de muchas de ellas, se agradece enormemente), cómo las escribió e incluso en cuáles se inspiró para componer otras: magnífico cuando Dylan, con ironía, le dice que vaya cara la de U2 pillándole ‘Pump it up’ para su ‘Get on your boots’, que cómo pudieron hacerle eso, y Costello dándose cuenta de que se lo comenta con humor porque la suya proviene de la dylaniana ‘Subterranean homesick blues’, que a su vez se inspira en ‘Too much monkey business’, de Chuck Berry.

“Música infiel y tinta invisible” nos deja a un Costello cercano, inteligente, reflexivo y que avisa que continúa componiendo pero que ya no merece la pena grabar discos dadas las escasas ventas. Aunque mejor no creérselo demasiado, porque seguro que alguien que ama de tal modo la música en cualquier momento regresará a las grabaciones. Quizá, cuando pensaba en ello solo estaba muy centrado pergeñando este texto, concentrado redactando uno de los libros de memorias más entretenidos y apasionantes que ha firmado un músico. El que cabe esperar de quien vive y bebe música a raudales.

Acabemos con dos frases que pueden servir para entender algo mejor a Elvis Costello: con la primera contesta a esa pregunta que tantas veces tantos nos hemos hecho: ¿es posible que una simple canción cambie las ideas de la gente? La respuesta costelliana es que “Una canción puede llegarte al corazón, y el corazón puede cambiarte las ideas”. Y un razonamiento esencial respecto a la música en general y que algunos suscribimos plenamente: “No hay una superioridad. No hay alta cultura ni baja cultura. Lo bonito del asunto es que no tienes por qué elegir, puedes amar todo por igual”.

Tras leer “Música infiel y tinta invisible” puede parecer que Elvis Costello se considera a sí mismo una especie de jugador de la segunda división, cuando en el corazón de muchos de nosotros pertenece no ya a la rutilante liga de las estrellas, sino a esa otra en la que solo juegan unos pocos: los elegidos. Este libro lo ratifica.

 

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Anterior crítica de libros: “Los Beatles. Canciones completas”, de Steve Turner.

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