FONDO DE CATÁLOGO
«Un maravilloso compendio de blues, góspel, arte zíngaro y rock primitivo ciertamente adictivo»
A caballo entre los dos mundos de Tom Waits: así concibe Eduardo Izquierdo el disco que publicó en 1999, titulado Mule variations. Uno de sus discos más vendidos, más premiados (ganó un Grammy al mejor álbum de folk contemporáneo) y más redondos.
Tom Waits
Mule variations
EPITAPH / ANTI, 1999
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
Me resulta curioso que los fans de Tom Waits suelan dividirse en dos facciones. Los hay que prefieren la primera parte de su carrera, esa en la que el piano era el instrumento dominante y su voz no había acabado de volverse cavernosa del todo. Ese grupo de fans considera Closing time (1993) o Blue Valentine (1978) como auténticos álbumes de cabecera. Luego están los que prefieren al, si me permiten, payaso —y les aseguro que no lo digo con ningún tipo de negatividad ni tono despectivo— de Pomona, ese clown que juega con huesos de vaca y cachivaches varios para sacarse de la manga discos tan buenos como Swordfishtrombones (1983). Pero, fuera de esas dos facciones, quedamos unos cuantos que lo disfrutamos todo. No, no nos llamen equidistantes. En la música no hace falta posicionarse como en otros aspectos de la vida. En la política no se puede ser equidistante —ese concepto tan de moda y que hace unos años andaba perdido en el diccionario—, porque eso, en el fondo, siempre significa posicionarse. En la música, como en cualquier otro arte, no hace falta elegir. Nada de Beatles o Stones, sino Beatles y Stones. Y, por lo tanto, Tom Waits pianístico y Tom Waits experimental. Tanto monta, monta tanto.
El disco bisagra
Y miren por dónde, en 1999, el angelino publica un disco que probablemente sirve de bisagra entre sus dos mundos. Un álbum maravilloso, fantasmagórico en su portada, como su música, y que podría pasar perfectamente por el mejor trabajo de su carrera. Y eso es mucho, mucho decir. A finales de la última década del siglo pasado, Waits llevaba un tiempo dedicado a los musicales y apartado de lo estrictamente discográfico. Había publicado discos, claro, como el espléndido Bone machine (1992) —quizá el otro gran candidato a mejor trabajo de su discografía—, su primer álbum en estudio en 5 años, para luego pasar el tiempo editando The black ryder, con las canciones que realizó para el musical del mismo título tres años antes, o componiendo la banda sonora de la película de animación Bunny, junto a su mujer Kathleen Brennan, para muchos «la Yoko Ono» de Tom Waits. Ustedes ya me entienden.
Sorprendentemente, y tras acabar sus obligaciones contractuales con Island Records publicando el recopilatorio Beatiful maladies (1998), Tom Waits firma por la independiente Epitaph, la compañía fundada en los ochenta por Brett Gurewitz, guitarrista de Bad Religion, para publicar básicamente discos de punk rock. Y el artista además les entrega un maravilloso compendio de blues, góspel, arte zíngaro y rock primitivo ciertamente adictivo. Poco tarda la prensa en darse cuenta de que en canciones como “Big in Japan”, “Hold on” o “House where nobody lives” se encuentra el mejor Tom Waits.
Como no podía ser de otra manera, los medios se vuelcan con él. Eso, claro está, dispara sus ventas por encima de lo previsto y se convierte, otra vez sin esperarlo, en el disco más vendido de Epitaph. Incluso logra conseguir protagonismo para su autor en la siguiente gala de los Grammy, al estar nominado como mejor interpretación vocal masculina y ganar el premio a mejor álbum de folk (sic) contemporáneo
No es todo lo que pasará con el disco. En 2003 Mule variations será uno de los tres álbumes de Tom Waits que incluya en su lista de mejores discos de todos los tiempos, junto a Rain dogs (1985) y The heart of saturday night (1974), probablemente mi favorito junto al disco que nos ocupa. Si no lo conocen, ya tardan. Y si lo hacen, les recuerdo que siempre viene bien una buena dosis de estas canciones, porque nunca acabas de conocerlas del todo. En cada escucha vuelves a encontrar algo que habías pasado por alto y eso, para un oyente, es auténtica y pura miel. Y, ya saben, quien no probó la miel, no sabe lo que es bien.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: Esqueletos, de Hendrik Röver.