LIBROS
«Una novela policiaca clasicota y noble, sencilla de leer, en la que ninguno de sus protagonistas tiene que acudir al psicólogo»
Juan Carlos Galindo
Muerte privada
SALAMANDRA, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
Muerte privada es una novela policiaca clasicota y noble, sencilla de leer y que —por fin una— no hace que ninguno de sus protagonistas tenga que acudir al psicólogo ni superar traumas innúmeros ni adicciones. Si acaso, Jean Ezequiel trasiega unos desayunos fabulosos en La Concepción —un restaurante de Segovia— y funciona con algún que otro sol y sombra y con cervezas escogidas cuando está inspirado. Jean, por su patrimonio, está emparentado con familias de poder económico en esa ciudad castellana, pero no es más —ni menos— que un periodista que publica en periódicos locales, en alguno de la capital y que gestionaba un programa de radio sobre crímenes reales.
Vive con su esposa y su hija, en un precioso ático cercano a la catedral, hecho que Juan Carlos Galindo remarca cada vez que ha de salir a la calle, sobre todo a citarse con una expolicía —Teresa Trajano— que ha fundado una agencia de detectives en un edificio cercano al acueducto. Bares y rutas turísticas dan cuenta de que, en parte, el libro es una guía de viajes —o un canto del autor a su ciudad—. De hecho, lo primero que se topa el lector es un plano de las calles donde transcurre el asunto, con marcas de los lugares de la acción. Si este era el objetivo, el autor sale con la prueba superada, porque dan ganas de rodear el Alcázar, pasear por la iglesia de la Vera Cruz y terminar la tarde en los espacios naturales que la cercan.
El tercer vértice es Rodolfa Vals, la jefa del semanario más popular de Segovia, que abre la puerta a la pareja de investigadores para que publiquen carnaza en sus páginas. Carnaza que provocan las investigaciones sobre Leticia Sánchez, una joven de dieciséis años que veinte antes había desaparecido. La madre de esa víctima intenta que no se cierre el caso, y, de golpe empiezan a desaparecer más chicas y a aparecer cadáveres.
A partir de este momento la trama desarrolla una investigación bien tejida. Se suceden búsquedas en internet —en el Centro Nacional de Desaparecidos o en plataformas de vídeos—, coches que intentan asesinar, entrevistas con los padres, ruedas de prensa. En fin, todos los tópicos que se despliegan en una novela del género, igual que en una novela de género pastoril han de aparecer prados y lamentos de vihuela.
Lo que no asume Juan Carlos Galindo es el tópico que se podría llamar «la traca que cierra la obra». El final es impactante, cierto, inesperado, pero no hay ese giro que hace que cada párrafo sea angustioso, casi definitivo. No, la investigación llega al nudo que enlaza todas las pistas, pero el discurso final, aunque hace de ellas cuestión de vida o muerte, no les atribuye un sesgo dramático. Simplemente la casualidad ayuda a la resolución —otro tópico—, pero sin forzar el estilo.
Preguntarán ustedes, a todo esto, si es una buena novela. Pues no cambiará la evolución del noir, pero resulta adictiva, muy atrayente, llena de recovecos y sorpresas. Digamos que si el género tendía a desplazarse al filo de abismos, Muerte súbita es un agradable paseo por el bosque en primavera.
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