Muere Bill Withers, el cantante de soul más sincero

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En el gran teatro del negocio musical Bill Withers representó el papel de la independencia de criterio, la madurez formal y la brillantez creativa, un caso excepcional de autodidacta sensible y consciente de sus límites humanos y de sus cualidades artísticas, un hombre adiestrado en la construcción de un universo personal rico y fascinante, raro ejemplo de coherencia y discreción, luminoso estandarte del soul folk acústico, soleado y poético más auténtico. Acaba de morir con 81 años de edad por una enfermedad cardíaca.

 

Texto: LUIS LAPUENTE.

 

Responsable de un legado discográfico tan lacónico como apasionante, Withers fue uno de esos benditos heterodoxos a duras penas digeridos por una industria que le brindó su primera oportunidad cuando ya había cumplido los 33 años, y de la que se alejó por voluntad propia después de publicar nueve elepés y un puñado de singles, discos que significaron un oasis de belleza, honestidad y lucidez en las aguas enrarecidas de la música popular negra de los años setenta y ochenta. Deudor de la profundidad vocal del gran Lou Rawls, compositor a fuerza de poeta, «Ain’t no sunshine», «Lean on me», «Use me» y «Grandma’s hands» son algunas de sus creaciones más celebradas, formidables himnos autobiográficos trufados de inspiración y buen gusto, alentados por una tradición secular de música espiritual, generosa en silenciosos destellos de pasión y explosivas manifestaciones de autenticidad. Alejado del primer plano de la actualidad hace décadas, su prolongado silencio, apenas roto por el soberbio documental Still Bill (2009), fue tanto más hiriente cuanto que nos identificaba como habitantes de una época mezquina en la que no parece haber sitio para la independencia y la dignidad moral, una época tristemente retratada (también) en aquella lapidaria sentencia de Bertolt Brecht: «malos tiempos para la lírica».

Nacido en un ambiente segregado y de extraordinaria pobreza el 4 de julio de 1938 en Slab Fork, un pequeño pueblo minero de Virginia Occidental, y educado al calor del cariño de su abuela, a quien dedicaría años después la emotiva «Grandma’s hands», Withers completó sus estudios primarios a los 15 años de edad, y poco después se incorporó a la Armada norteamericana como técnico de ordenadores. Allí consiguió superar, a base de penosos ejercicios, la tartamudez que arrastraba desde su infancia. A principios de los años sesenta, Withers regresó a la vida civil y trabajó como repartidor de leche y mecánico en su localidad natal, antes de trasladarse a California hacia 1965. Tras fijar su residencia en Los Ángeles, tuvo distintos empleos antes de dedicarse a instalar lavabos en los aviones Boeing 747 de la Lockheed Aircraft Corporation. Entonces empezó a despertarse su interés por el soul y en particular por la música de Lou Rawls, un extraordinario vocalista de Chicago afincado como él en la Costa Oeste. Decidido a introducirse en el mundillo del soul local, Bill se dispuso a poner a prueba una vez más los resortes de su férrea voluntad.

Aprendió a tocar la guitarra y se las apañó para grabar algunas maquetas con composiciones propias y ajenas, hasta que a fines de 1970 fichó por el pequeño sello local Sussex Records y grabó su primer álbum, con producción del gran Booker T. Jones, ex líder de Booker T & The MGs, entonces en la nómina de A & M como compositor, arreglista y productor. Fascinado por las canciones de Bill, Booker T. reunió entonces a dos de sus viejos compinches de Stax, el bajista Donald «Duck» Dunn y el baterista Al Jackson Jr, y su amigo el guitarrista Stephen Stills para acompañarle en la grabación de su primer elepé, el disco ya histórico Just as I am, en cuya portada aparecía retratado el cantante vestido en traje de faena y dispuesto para ir al trabajo, con el pequeño maletín del bocadillo en la mano. De aquel álbum se extrajeron dos singles memorables, «Ain’t no sunshine» y «Grandma’s hands”. En 1972, Withers completó su segundo álbum (Still Bill), con dos de las mejores composiciones de toda su carrera, “Use me” y «Lean on me».

Enseguida registró un excelente álbum doble, en directo en el Carnegie Hall, en el que incluyó el soberbio alegato antibélico «I can’t write left-handed» y otro elepé de extraño título, + ‘Justments, un disco maravilloso que expresaba los amargos sentimientos de su proceso de divorcio, y que puso fin a su carrera en Sussex Records. En 1975, Bill Withers fichó por la multinacional CBS, bajo cuyo logotipo publicó, sucesivamente, los álbumes Making music (1975), Naked and warm (1976), Menagerie (1977) y ‘Bout love (1979), ninguno de los cuales reverdeció el luminoso clima de sus trabajos para Sussex, pese a la transparencia melódica de canciones tan emotivas y sofisticadas como «Lovely day», incluida en Menagerie. Después, su primer amago de retirada. Seis años alejado de los estudios de grabación, durante los que se dedicó a cuidar su vida familiar.

Un retiro interrumpido tan sólo por esporádicas colaboraciones en discos de otros artistas californianos, como The Crusaders («Soul shadows», del álbum Rhapsody in blues), Grover Washington Jr. (“Just the two of us”), una constante en toda su carrera: ya había trabajado con su amigo José Feliciano en el estupendo Compartmens y lo haría después con Ralph McDonald, George Benson, Jimmy Buffett y Raúl Midón. Por fin, en 1985 Withers accedió a grabar de nuevo a su nombre, pero Watching you, watching me no funcionó en las listas y propició el segundo y definitivo retiro del cantante. Falleció el pasado 30 de marzo de 2020 en su domicilio californiano, a los 81 años de edad, por problemas cardíacos, según la nota que acaba de publicar su familia.

Le sobreviven canciones inmortales como «Ain’t no sunshine» o «Lean on me», un bálsamo espiritual difícil de localizar en el repertorio de la música popular de los últimos treinta años.

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