“Temas como ‘Northern seaside’, ‘Ghost’ o la homónima ‘Alps’ abrieron la puerta a un turbio laberinto de callejones oscuros donde los reverbs y la voz de Parshin parecen venir del pasado, de la lejanía, para iluminar el tránsito hacia el presente”
Prometedores, aunque todavía infravalorados, el quinteto se ha erigido como el magno continuador de la escuela post punk desde los dominios de Putin, desarrollando un paradigma de sonidos congelados en el legado de Joy Division.
Texto: SARA MORALES.
Fotos: LIKA KALANDADZE.
Desde las heladas tierras de Rostov del Don (Rusia), allá dónde parece que no ocurre nada, y a la vez todo sucede, nos llega el influjo de Motorama. Una banda humilde que comenzó su andadura en 2005 por las pequeñas salas underground de su ciudad y que, a través del boca a boca, el empeño y sobre todo la vocación ha conseguido asentarse en América Latina y trascender tímidamente las fronteras europeas.
Prometedores, aunque todavía infravalorados por la ignorancia masiva, el quinteto liderado por Vladislav Parshin (voz y guitarra) se ha erigido como el magno continuador de la escuela post punk desde los dominios de Putin. Bebedores de la escena más sombría de aquel Manchester gris, de bajo onmipresente a manos de Airin Marchenko – la única fémina del grupo–, sintes evocadores y una cadencia vocal centrada en la melancolía, Motorama han desarrollado todo un paradigma de sonidos congelados en el legado de Joy Division.
Esencia cosmopolita de slowcore y ciertos toques de dream pop –más tenebrista que brillante– seducen en más de treinta canciones repartidas en unos cuantos EPs y tres discos, de la mano del sello francés Talitres. «Alps», su álbum debut en 2010, sirvió como carta de presentación a un universo cargado de influencias del afterpunk melódico de los 80. Temas como ‘Northern seaside’, ‘Ghost’ o la homónima ‘Alps’ abrieron la puerta a un turbio laberinto de callejones oscuros donde los reverbs y la voz de Parshin parecen venir del pasado, de la lejanía, para iluminar el tránsito hacia el presente. Una forma más liviana y cuidada de afrontar la coldwave, con arreglos minimalistas, que llevan a este subgénero de camino a un auténtico clímax sonoro, accesible para todos los oídos.
Con claras influencias de míticas bandas como A Certain Ratio o The Chameleons, Motorama supieron aproximarse a las necesidades del post punk contemporáneo que bordarían dos años más tarde con «Calendar», su segundo disco. Indiscutible obra culmen con la que pusieron de manifiesto el rumbo real que el quinteto buscaba para asentar la identidad de su sonido. Podrían haberse decantado hacia la cara más amable de esta corriente, centrándose en ecos del shoegaze y arrimándose, como muchos preveían, al tan popular modus indie. Sin embargo (y afortunadamente) los rusos optaron por dar un paso más hacia la penumbra, con temas tan soberbios como ‘Image’, ‘Rose in the vase’, ‘White light’ y, por encima de todos ellos, ‘To the south’ y ‘Sometimes’.
Hace tan solo unos meses veía la luz su tercer disco, «Proverty» –que, por cierto, presentaron en Madrid el pasado 10 de junio–. Bajo las mismas premisas hipnóticas y quizás algo más experimental y arriesgado, Motorama se posicionan rotundamente en el lado oscuro de la escena independiente, por si todavía quedaba alguna duda de sus intenciones. Un trabajo más crudo e instrumental, incondicional de su gusto por la banda de Ian Curtis (escuchad ‘Impractical advice’ y ‘Dispersed energy’), de su hermandad con los Smiths en ‘Red Drop’ y de la urgencia contenida de sus orígenes con la empática ‘Lottery’.
Una evolución y evaluación en positivo que no hace sino aumentar la calidad creativa de esta banda –centrada sobre todo en un background instrumental abrumador–, directos esquizoides y revisionismo punk, eso sí, desde la aflicción.