FONDO DE CATÁLOGO
«Enrique vuelve a vaciarse y, junto al guitarra pamplonés, nos regala un torrente de sabiduría y pasión flamenca inalcanzable para todo mortal»
Cuando se cumplen diez años de la muerte de Morente, David Pérez Marín recupera este jugoso disco que firmaron al alimón el maestro del cante y el excelso guitarrista Sabicas.
Enrique Morente
Morente-Sabicas
BMG ARIOLA, 1990
Texto: DAVID PÉREZ MARÍN.
Recordando a Enrique en un 2020 para olvidar. Se cumplen treinta años del adiós de Sabicas y —este domingo, 13 de diciembre— diez de la marcha de Morente, dos leyendas flamencas que traspasaron el género e influenciaron con su forma de crear y entender el arte a todos los que vinieron después. Cantaor y guitarrista se encontraron en un disco donde Enrique volvió a demostrar que era un artista irrepetible y único, haciendo que el arte volara libre y avanzara siempre con las raíces palpitantes de vida. Sabicas, tristemente, murió días antes de que el álbum viera la luz.
En los ochenta, Enrique Morente hizo que florecieran sus recuerdos y la tradición del barrio en el imprescindible Sacromonte (Zafir, 1982), obra maestra que rezuma modernidad y espíritu andalusí por cada pista, relevándola Cruz y luna (Zafiro, 1983), donde el Ronco del Albaicín siguió abriendo nuevos caminos y atando lazos eternos entre la poesía y el flamenco, rescatando versos anónimos populares y entrelazándolos con la mística de San Juan de la Cruz y Al-Mutamid, para terminar por despedir y estrenar década revisitando a su hermano del alma, En la Casa Museo Federico García Lorca de Fuente Vaqueros (Diputación Provincial de Granada, 1990). Ese mismo año, tocaba masterclass de cimientos primigenios, y Morente consiguió por fin compartir surcos con uno de los más grandes maestros de la guitarra: Agustín Castellón, «Sabicas».
En Morente-Sabicas (Ariola, 1990), Enrique vuelve a vaciarse y, junto al guitarra pamplonés, nos regala un torrente de sabiduría y pasión flamenca inalcanzable para todo mortal. En esta encrucijada entre Granada y Nueva York, encontramos dieciocho palos flamencos (dieciséis diferentes, con tonos cambiados incluido) rebosantes de purismo y respeto por las raíces más auténticas del género. Una biblia del cante y toque ortodoxo dividida en dos discos, el primero llamado Nueva York (donde vivió Sabicas casi toda su vida, tras exiliarse al inicio de la Guerra Civil española) y el segundo Granada, la tierra de Enrique. «Es un disco de corte clásico, en la línea del que grabé con Niño Ricardo, Cantes antiguos del flamenco (Hispavox, 1968). Un álbum doble en ese mismo estilo, solo que acompañado por Sabicas… Se hizo como hacen cantaor y guitarrista en una fiesta, una grabación viva, en estudio, pero buscando la mayor humanización posible, sin montajes preconcebidos».
Encontramos todos los cantes clásicos en su repertorio, más dos palos de origen americanos, una Guajira, “La Malanga”, y una Vidalita, “Vidalita de Marchena”. Enrique se vale de letras populares con solera y arraigo profundo en la cultura flamenca, para ponerse a la altura del clasicismo absoluto de Sabicas. Además, moldea su propio cante para adaptarlo al ritmo y tempo de otra época, pausando cantes suyos como las soleares, tangos y alegrías, desnudándolos y haciendo que retomen su forma y palo originario. Así, en el primer disco, degustamos por tangos esos “Suspiros de fuego” y cierran con una sobresaliente “Esquilones de plata”, bulería clásica del repertorio de La niña de los Peines. «Los puristas se indignan cuando hago una entonación nueva. Pero yo soy un clásico, y es lo que me gusta. Para hacer cante jondo y avanzar me remito a las fuentes. En este disco queda demostrado, para desconcierto de la crítica especializada, que solo yo, junto con dos o tres cantaores, somos los únicos capaces de grabar clásicos antiguos».
Amén y sobre todo, amen a Morente. Siempre fue una de las pocas voces libres, la más libre quizás, capaz de refrescar cantes en claro peligro de extinción o prácticamente olvidados. Como ejemplo solo hay que escuchar la precisión y el sentimiento con el que interpreta la rondeña que abre Granada, una “Dame veneno” que es pura verdad por los cuatro costaos.
Y a diez años del hasta luego de Enrique (solo los más grandes nunca se van del todo), el flamenco, la música en general y el arte en sí, siguen recordándolo y transmitiéndolo a cada paso, reclamando su espíritu creativo y personal una y otra vez: «Dame Morente, que quiero vivir».
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: By your side (1999), de The Black Crowes.