DISCOS
«Guitarras que alcanzan el cielo con riffs estremecedores y la voz de Josetxo Anitua que trasmite las emociones de esas letras sentimentales y sugerentes»
Cancer Moon
Moor room
ANKY PANKY RECORDS, 2024
Texto: CÉSAR PRIETO.
Curioso, los dos mejores discos de 1994, ex aqueo —según el criterio de la revista Rockdelux—, coinciden como noticia este 2024. Un soplo en el corazón, de Family, cuenta con la preceptiva reedición en Elefant —cada diez años lo hace— y con un libro que indaga en sus entresijos hasta el máximo nivel de concreción. Su compañero en lo alto del pódium, Moor room, de Cancer Moon, goza de una magnífica reedición por parte de Hanky Panky Records, con un montón de extras, tanto en canciones como en fotografías.
Por ejemplo, se recupera “Lurker”, publicada el año anterior en el disco Navidades furiosas de La Fábrica Magnética, un recopilatorio con los grupos más furiosos del momento, poco antes de que surgiera la posibilidad de grabar para Radiation, el sello más indie entre los independientes, donde registran este Moor room, su último disco, que recibió elogios hasta de John Peel, intenso y sensible a partes iguales. Tras él, vendría la separación y el olvido de sus discos, descatalogados durante muchos años, circunstancia que hoy viene felizmente a romper Hanky Panky Records.
¿Y que hay en ese disco? Sobre todo guitarras, las de Yon Zamarripa principalmente, que alcanzan el cielo con riffs estremecedores, y la voz de Josetxo Anitua que trasmite las emociones de esas letras sentimentales y sugerentes. Aparecen ambos factores en “I’m head down”, tan heredera de Nirvana como de las guitarras envolventes de la psicodelia o el beat puro. Y es que el grupo, en una época en que las bandas solo aprendían de sus contemporáneos, conocía muy bien el pasado, ese que en “Caster” inyecta un aire country y hace las guitarras más ligeras, o que consigue que “Wolf of cool” se integre en el blues rock de toda la vida. Y lo hace con la voz cavernosa de Josetxo, y que a la vez no esté del todo lejos de lo que la música independiente española estaba haciendo en ese momento, el noise que se puede observar en el inicio ruidoso de “Risin”, una canción que después se calma, en un riff circular para una letra que no es letra, que son solo risas.
Uno comprende ahora que eso, en 1994, resultara novedoso. En personalidad y en influencias, estaban a años luz de lo que se llamaba indie, del resto de grupos, como lo estaban Family, su compañero en el pódium. Músicas que se fueron fraguando y de repente estallan. Las guitarras y la melodía de “Girls’ hangin round” son hardcore, pero son mucho más que eso con sus puentes de textura sesentera. En “Daniel boone”, homenaje a un cantante norteamericano de los años ochenta, esas guitarras son mucho más oscuras, también más hirientes, un ataque con golpetazos intensos que escupen fuerza. Y, para cerrar el disco, “I’m a hurry” donde las cuerdas son rugosas, y empujan la canción, como si no hubiese futuro, hasta los últimos estertores del punk.
La misma rugosidad posee “Lie”, con algo de oriental en su final, un final con aire de desesperación. Aunque hay espacio también para texturas mucho más clásicas, como la de “Stupid pumpgirl”, que lo es en su desarrollo y no en su ejecución. Si no fuese por esa guitarra hiriente sería una canción de los Rolling Stone en ciertos momentos. “Stone of head” llega a ser ensoñadora, paralizada en la lentitud, doliente y con algún deje country crepuscular, con un final donde se puede ver el sol y ver el viento.
Hanky Panky Records tiene también la buena idea, en esta lujosa edición, de acompañar el vinilo con un cedé que contiene canciones extra y un poderoso libreto de doce páginas de Fernando Gegúndez, que habla del grupo y de la germinación del disco con un aire juvenil, de crítico experto que sabe lo que valen las palabras y las canciones. Ya hemos hablado de “Lurker”, un villancico folk, a veces glam, a veces blues, que hubiese podido cantar hasta Frank Sinatra. También está la versión de Suicide, “Cheree”, con registros que van superponiendo capas bajo una voz que entra suave, una pandereta, un bajo… O “Caniche”, que apareció en un recopilatorio de Elefant Records, con su guitarra que va y viene, serena y plácida, y una voz susurrante, extraída de TV Tape, la maqueta anterior al disco.
Es curioso, el mismo sello, Elefant, que había editado a Family, con quienes Cancer Moon guarda concomitancias, aunque aparentemente se encuentren en territorios hostiles. Ambos tienen una última aparición sobre el terreno, ambos fueron discordantes con su época y concordantes con unos seguidores que guardan el legado e intentan trasmitirlo, se nota en uno y otro el afán de riesgo, de llevar su música hasta el extremo, en ambos casos el grupo nada, o casi nada, hizo después. Los dos están llenos de belleza.
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Anterior crítica de discos: Mahashmashana, de Father John Misty.