«Las salas, pero también las bodegas, las plazas o varios autobuses patrocinados, se transformaron por unas horas en escenarios dispuestos a acoger a decenas de músicos en busca de su público»
Por tercer año consecutivo, el Puerto de Santa María se convirtió durante cuatro jornadas en el epicentro de la actividad de la industria independiente estatal. Una oferta que incluye conciertos nacionales e internacionales, mesas redondas, showcases y proyecciones, y que logra transformar la apacible localidad costera gaditana en un hervidero de actividad musical. Eduardo Guillot estuvo allí.
Texto: EDUARDO GUILLOT.
Fotos: MIGUEL ÁNGEL ALBA-APUNTES VISUALES.
Las cifras hablan por sí solas: Entre el 28 y el 31 de octubre, pasaron por el Monkey Week ciento treinta bandas, que ofrecieron conciertos repartidos en cinco escenarios y nueve salas. En total, 154 actuaciones. Además, se registraron más de seiscientos profesionales y el Monkey Market acogió a más de cincuenta empresas, entre discográficas, promotoras, agencias, instituciones, asociaciones, merchandising, etc. Una asistencia de público cifrada en una media de cuatro mil espectadores diarios completa la estadística numérica de una tercera edición en la que el Monkey Week se consolida como el punto de encuentro de la industria independiente. Frente a modelos basados en los grandes cabezas de cartel, la cita gaditana apuesta por concentrar al máximo número de representantes de los sectores que conforman la escena musical, con objeto de mostrar nuevas propuestas sonoras (conciertos y showcases), pero también de debatir sobre su presente y su futuro (mesas redondas, encuentros).
Salvando todas las distancias, que son muchas, El Puerto de Santa María acoge durante cuatro días la versión local del South by South West de Austin (Texas), un festival que reúne a profesionales de todo el mundo en busca de bandas emergentes y que utiliza al máximo los espacios de la ciudad para llenarlos de música en directo. Las salas, pero también las bodegas, las plazas o varios autobuses patrocinados, se transformaron por unas horas en escenarios dispuestos a acoger a decenas de músicos en busca de su público.
La presente crónica es obligatoriamente parcial, ya que solo da cuenta de dos días, pero sirve para hacerse una idea aproximada de lo que es el Monkey Week.
LA INDUSTRIA INVISIBLE
Un vistazo rápido al directorio de stands del Monkey Market parece confirmar la teoría de que el indie español se mueve a dos velocidades diferentes. Dicho de otro modo: Hay compañías que ya no necesitan exponer su material en este tipo de encuentros, porque han logrado hacerse con su cuota de mercado. Ni Subterfuge, ni Mushroom Pillow ni Elefant, por citar tres discográficas independientes plenamente consolidadas, disponían de stand cara al público. Ya no lo necesitan. Por el contrario, otros sellos con menor trayectoria todavía aprovechan la posibilidad de exponer su producto y darse a conocer al público. El Genio Equivocado, Bankrobber, Wild Punk, No Land Estate, Happy Place o Ernie representan ese indie que todavía tiene que pelear en todos los frentes para lograr un status del que otros, con mayor longevidad o suerte, ya disfrutan.
Promotoras como Buenritmo, La Castanya o Radiation, difusoras autonómicas como International Murcia Scene, Euskadiko Soinuak, Canarias Crea o Galician Tunes y empresas de diversa índole (de Media Markt a DAS Audio) completaban un mercado profesional cuyo objetivo, según palabras de la organización, es “hacer contactos y crear las redes necesarias para edificar los cimientos de una industria sólida”. Que se consiga o no, depende de los implicados.
PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS
Otro de los puntos de interés del Monkey Week son las mesas redondas. Pudimos asistir a dos. Una de ellas abordaba el tema de la música en directo, las estrategias para motivar al público y la disyuntiva entre los conciertos gratuitos y los de pago. Temas de interés que, sin embargo, fueron enfocados desde una perspectiva única, ya que todos los ponentes, incluido el moderador, eran promotores de conciertos. De ahí que el encuentro acabara por ofrecer solamente su punto de vista. La presencia de algún periodista, músico o gestor público podría haber diversificado las opiniones y haber abierto un debate que resultó excesivamente endogámico hasta que comenzaron las intervenciones del público.
El problema se reprodujo con la segunda mesa, centrada en la relación entre los medios de comunicación y la música independiente, pero protagonizada exclusivamente por periodistas, que más allá de tratar ocasionalmente el tema de debate, ofrecieron un diagnóstico aproximado de la situación de la prensa en un momento de cambio como el presente, en el que los formatos digitales ganan terreno, pero no inserciones publicitarias. Una vez más, algún directivo discográfico indie o músicos con diversa presencia en los medios podrían haber ampliado la variedad de puntos de vista ofrecidos.
En todo caso, el planteamiento abunda en la intención del festival de convertirse en punto de referencia a la hora de aglutinar a todos los sectores profesionales de la industria y ponerlos a compartir opiniones. Solo falta una mayor voluntad de llegar a conclusiones globales.
PERDIDOS EN LA CARRETERA
El Monkey Week fue también el marco escogido para presentar el documental “Perdidos en la carretera”, dirigido por Benet Román. Inicialmente, una producción con ayuda del Ministerio de Cultura planteada como película promocional del proyecto GPS (Girando Por Salas), que el veterano realizador catalán logra convertir en una interesante panorámica global sobre la industria musical estatal, mostrando los síntomas que permiten diagnosticar su precario estado actual y convocando a todas las partes implicadas en el tema: Promotores, discográficas grandes y pequeñas, administración central, artistas, programadores de salas, managers… Todos ellos tienen su oportunidad de opinar sobre el estado de la cuestión, en un análisis que tiene el valor de estar realizado en caliente, cuando ya se pueden detectar las causas que han llevado al sector a la situación en que se encuentra, pero todavía es complicado encontrar soluciones. Quizá, como dice Maika Makovski en una de las muchas declaraciones que recoge la cinta, la clave está en que “en este país la industria musical es una broma”. De hecho, sobre la película también planea constantemente la imperiosa necesidad de una Ley de la Música que, a estas alturas, sigue siendo una exigencia desde todos los sectores implicados, pero sigue sin concretarse desde el Ministerio de Cultura.
El documental contiene un puñado de actuaciones (Triángulo de Amor Bizarro, Guadalupe Plata, Alondra Bentley, DePedro y un largo etcétera) grabadas con excelente calidad de imagen y sonido (masteriza Frank Rudow, ex Manta Ray) y adopta un punto de vista neutral, permitiendo al espectador tomar posiciones en función de la información que recibe, servida de manera funcional y mediante un excelente grafismo.
Más allá de la inevitable voluntad publicitaria del documental sobre GPS (una iniciativa que todos coinciden en valorar positivamente, aunque fuera del filme no falten las voces críticas sobre el proceso de selección de grupos y la posterior distribución de los conciertos por la geografía española), “Perdidos en la carretera” es un retrato del aquí y el ahora de la industria en España, una herramienta útil para los profesionales y aficionados que deseen tener una mirada amplia y alejada de posturas maximalistas.
Los interesados en verlo tienen la oportunidad de hacerlo el domingo, 27 de noviembre, en La 2 de TVE, en el estreno oficial del documental en la pequeña pantalla, a partir de las 24:30 h. de la noche.
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Y si las mañanas son para el mercado, las charlas y otros menesteres, las tardes y las noches están protagonizadas por los conciertos y showcases. Imposible llegar a todo. Las actuaciones vespertinas se suceden en los diversos escenarios y lo mejor es tratar de picotear entre ellas mientras se recorre la ciudad.
Cuando llega la noche cobra protagonismo el Monasterio de la Victoria, un antiguo convento construido en el Siglo XVI que alberga los conciertos nocturnos. En la fiesta de bienvenida, pasaron por el escenario al aire libre bandas como The Adepts, practicantes de un atractivo rock rugoso con un pie en el afterpunk (primeros tiempos de Siouxsie & The Banshees) y otro en el indie rock (Chris Brokaw va a producir su primer disco). Por su parte, la gaditana Marina Gallardo fue mejorando a medida que avanzó su actuación, inicialmente algo lineal, pero finalizada de manera rotunda, creciendo en intensidad y convicción. No cuajó, en cambio, el show de Triz3ps, el nuevo proyecto de Javi P3z (Parafünk), nuevamente centrado en sonidos negros (soul, funk), pero demasiado tendente a la dispersión.
La noche siguiente, ya a cubierto, la cerraron unos decepcionantes Cápsula. La disposición en el escenario y la actitud se la deben a Sonic Youth, y el sonido y la imagen a los New York Dolls, pero su guitarrista recuerda más a Mario Vaquerizo. Demasiados tics rancios y pose rockista de manual.
Antes, los dos grandes reclamos internacionales del festival habían respondido a su condición de cabezas de cartel. Los británicos Hawkwind [en la foto], más de cuarenta años después de su formación, estuvieron dignos. Con Dave Brock como único miembro superviviente del line up original y la bailarina Stacia sustituida por dos jovencitas, repasaron un repertorio que logra mantener cierta vigencia tanto en sus derivaciones cosmic-rock como en sus flirteos con el hard rock y la psicodelia. Largos desarrollos instrumentales y parafernalia visual ad hoc para el único grupo de la era hippy que respetaban los Sex Pistols. Por algo sería.
Tras ellos, accedió al escenario Neneh Cherry. Su show era una incógnita, después del tiempo que ha pasado en el dique seco, pero la sueca mantuvo el tipo. Secundada por una banda en la que los coros corrían a cargo de su marido y su hija, brilló en ‘Buffalo stance’ y cerró el set con ‘Seven seconds’, dejando patente que sus días de gloria estuvieron justificados, que sigue rapeando con clase y que no sería descabellado situarla entre los precedentes directos de M.I.A.
En días posteriores, tomarían el relevo, entre otros, Oneida, Herman Dune o Ken Stringfellow y Leda Tres interpretando la banda sonora de “Hedwig and the Angry Inch” (¿de verdad no van a hacer gira?).
El próximo año habrá que plantearse seriamente quedarse todo el festival. El ambiente es espectacular (más aún si uno se acerca a comer al Romerijo o el Bar Gonzalo, o se desplaza a las terrazas de Puerto Sherry a tomarse una copa) y a nivel profesional sobran los motivos para justificar el viaje. ¡Larga vida al Monkey Week!