Llegamos a la última parte de esta entrevista publicada originalmente en EFE EME a comienzos de 2000. Aquí Miguel reflexiona sobre la composición y su visión de la música con 55 años. Al final, comentaba que quizás acabase por irse a vivir a su ciudad natal, Granada. Poco tiempo despúes, así sucedió.
Texto: DIEGO A. MANRIQUE y JUAN PUCHADES.
EL ROCK Y EL GRAN ESPECTÁCULO
Regresemos a la música: Tras Al-Andalus, vuelves a primera línea con Los viejos rockeros nunca mueren. Se dijo que podía ser tu último disco y que pensabas en el retiro.
Siempre me he estado retirando. El año pasado, para preparar el disco de Kurt Weill, alquilé una casa en Mojácar y viendo un canal digital de nostalgia aparecí cantando cuatro temas en inglés. Estaba yo ahí con mi atuendo más hippy y decía “después de esto me voy a retirar”, era la época del “Himno a la alegría”. Siempre he pensado que esto iba a durar menos de lo que ha durado. Ahora mismo, a mis 55 años, me doy cuenta de que ha durado muchísimo, pero puede no durar mucho más. Periódicamente hay un deseo de escapar de esta tensión, aunque últimamente, por fortuna, hago lo que quiero, no tengo la presión de la época del 80 al 83, que fue un momento muy fuerte. Los viejos rockeros viene después de dos discos con los que no había pasado nada y tenía ganas de salir corriendo.
Luego llegó Rock and roll bumerang, con el bombazo de “Santa Lucía”. No sé si recuerdas “Buscando la luz”, que decía cosas como “el ser humano / tiene una cita con la evolución / en su condición sobrenatural / conecta tu interior / al lenguaje de la vibración / que te llevará a la luz”.
Pasé una maravillosa época de espiritualidad, porque me daba cuenta, o intentaba darme cuenta, de que no todo era tangible, que había cosas que se escapaban un poco a lo cotidiano. Tuve la suerte de trabajar con un tío que es espiritualidad pura, Tato Gómez, incluso hicimos juntos un curso de la escuela de Arica. Empecé a sentir que la música también me tenía que servir a mí para explicarme como ser humano y por eso hay canciones como esa o “La señal”.
Con Rock & Ríos, vuelves de alguna manera a la idea de La noche roja, más todavía con El rock de una noche de verano, donde Luz y Leño van de invitados.
Rock & Ríos fue un verano loquísimo, ibas de una plaza de toros gigantesca a una feria de pueblo pequeño, muy típico de aquellos años. Con El rock de una noche de verano nos planteamos un poco los macroconciertos, ahí tengo dinero de un patrocinador, y se puede montar a lo grande, vendimos 700.000 entradas.
Te ayuda mucho la aparición del disco Rock & Ríos, con “Bienvenidos” a la cabeza.
Sí, ha sido el momento más alto de mi carrera y probablemente uno de los mejores discos que he hecho, porque sucede en un momento en que la gente se tira a la calle y el que lidera de alguna manera eso en lo musical soy yo, pero, insisto, porque me pilla a mí.
AMARGANDO LA FIESTA
Es cuando te empiezan a llamar “el gran colega”.
Sí, eso fue cosa de José Manuel Costa, entonces en El País. Siempre se interpretaba de forma peyorativa y yo, sin embargo, lo consideraba como algo positivo.
Se te veía como un demagogo.
Sí, mesiánico incluso, hice una canción sobre eso, “Retrato robot”. Lo cierto es que cuando cantas para 50.000 personas es difícil que no te salga esa vena mesiánica. Hay algo ahí, cuando sales al campo de La Rosaleda y está a reventar con 50.000 personas delante, es difícil que no te toque, que no te vaya cambiando. Siempre intenté mantenerme con los pies lo más cerca posible de la tierra, era otra etapa que iba a pasar y lo que tenía que hacer era vivirla. Pasaron cosas maravillosas, como hacer una gira paralela a Rod Stewart y no desmerecer para nada en ningún aspecto, ni técnico ni artístico. Había realizado mis sueños. Siempre soñé con tocar con esos equipos, con ese tipo de banda y lo estaba haciendo, era un tío muy feliz, sólo amargado por la contestación puntual de alguna gente. Porque hasta que no aprendes a no leer las críticas pasa mucho tiempo, realmente ahora ni las veo, no sé ni tan siquiera si se critican mis discos.
¿Te mantienes al margen?
No sólo eso, de Big Band Ríos no he leído ni una crítica digamos formal, ni de Kurt Weill, no sé por dónde van los tiros en ese sentido, pero vengo escaldado de aquella época. Veías que había un fervor popular, una efervescencia, estaban pasando cosas y, sin embargo, la prensa te intentaba ningunear. Bueno, no se pasa bien, pero se sobrevive.
Con El rock de una noche de verano te vas directamente a los campos de fútbol.
Sí, esa fue la gran gira. Lo que más se criticó fue que lo hiciera con un espónsor, con Kas. Aquello me sacaba de quicio, escribí una carta abierta a El País, después de una crítica de Costa, en la que decía que el tío no se enteraba de dónde estaba, que mientras me ponía verde a mí había un anuncio de venta de parcelas junto a su crítica, que si se creía que el periódico sobrevivía con la venta de ejemplares estaba muy equivocado. Es acojonante, con el tiempo se ha hecho hasta imprescindible tener un espónsor y a la gente que no lo lleva parece como si le costara sobrevivir. Tardé en entender aquella animadversión hacia algo que creía que era cojonudo. La primera crítica de este tipo salió cuando Jesús Ordovás, que entonces firmaba JOB, hizo la crítica de La noche roja, escribió que era un robo que después de llevar un espónsor cobráramos 300 pesetas por la entrada. 300 “pelas” por ver a Triana, Salvador y demás…
Es un momento en el que no sólo estás muy arriba; la gente de la calle te quiere y te ve como una especie de dios cercano.
Sí, eso lo sabía, era muy fuerte salir a tocar sabiendo que habías agotado 40.000 entradas. Mucha gente vio con Rock & Ríos su primer concierto en directo. Sentí que estaba tocando una parcela de gloria, fui un diosecillo. Ahora aún noto mucho cariño en la gente, noto que pertenezco a una generación, porque me lo dicen mucho en la calle, me ven como una cierta ejemplarización de la resistencia. Ese tipo de cosas me enternecen mucho, porque, joder, si vieran cómo vive uno cada día, las dudas que tiene, la cantidad de preocupaciones… Por lo menos piensas que has hecho algo que queda ahí. Estoy muy contento y no tengo ningún tipo de culpa ni quiero pasarle ninguna factura al pasado.
¿No echas de menos aquellos tiempos?
No, porque estoy viviendo estos. De lo que sí estoy muy contento es de haber vivido mis edades. Si hubiera seguido haciendo lo que hacía, ahora sería, y ya lo pensé entonces en algún momento, como mi propia caricatura. Eso es muy duro y debes plantearte que has de saber seguir creciendo, y eso significa que no quieres impostar a un tipo que ya fuiste. Afortunadamente, en lo creativo salen cosas que me hacen mantener la ilusión para seguir haciendo sacrificos. Bueno, pequeños sacrificios como no fumar para tener bien la voz.
En otros tiempos, rompías el cigarrillo y fumabas la mitad. Hoy fumas muchos y enteros.
Sí, porque ahora ya estoy de vacaciones. Voy a pasar unos meses en los que no quiero dar un palo al agua. Lo próximo será ponerme a componer canciones.
AJUSTÁNDOSE A LA REALIDAD
¿Es cierto que suspender la gira de Rock en el ruedo casi te lleva a la ruina?
Sí y no, perdí dinero pero relativamente, la gira no se suspendió, hubo un planteamiento erróneo. La equivocación fue salir en mayo, pensaba hacer en esas fechas el interior del país, las grandes ciudades, y en agosto ir a las grandes plazas de verano, en la costa. En mayo la gente estaba de exámenes y no podía ir a conciertos. Además, no teníamos ningún disco apoyando la gira, aparte de una recopilación a la que añadimos una canción que hice junto a Manolo Tena y Jaime Asúa, “Rock en el ruedo”, que me gusta mucho, pero que no enganchó. Lo que decidimos fue no hacer la segunda parte de la gira, renunciamos al montaje [Miguel nos muestra un cuadro con fotografías que recogen la secuencia de montaje del complejo espectáculo giratorio] e hicimos galas normales, unos treinta y tantos conciertos, con la misma banda y el mismo equipo de sonido. Así recuperé el dinero que había perdido en la primera parte.
Tus siguientes discos ya no funcionan tan bien y eso que en El año del cometa intentas modernizar la propuesta con canciones de Santiago Auserón, incluso Antonio Vega musica una letra de Sabina. Pero tu visibilidad aumenta con ¡Qué noche la de aquel año! Un programa muy criticado.
¡Joder! Sin embargo, cada semana lo veían millones de personas y les encantaba. Fue una época en que, claro, hacías discos y vendías menos, ¡qué podías hacer! ¡Qué noche la de aquel año! se pudo sacar adelante gracias a la calidad del equipo humano que teníamos.
¿Eras consciente de que en el programa dabas la imagen del padrino del pop español?
La verdad es que era eso, yo era el padrino, era el único que podía cantar con Siniestro Total y luego con Gurruchaga y al otro día con Manolo García. Era así, lo que pasa es que era un programa personalizado, es una serie que me invento yo. Totalmente mía, de la primera a la última sección me las invento yo y lo codirigí. La sensación que me quedó con este programa es de dificultad, era un producto caro. Había que grabar a todo el mundo y en directo, algo insólito en TVE, aparte de La edad de oro. Fueron seis meses dedicado completamente al programa. Hubo mucha libertad, ahí estaba Moncho Alpuente con una sección genial.
Pasan algunos años en los que el éxito ya no te acompaña y remontas algo el vuelo con Así que pasen treinta años.
Uno de los discos que más me gustan y que también funcionó bastante bien fue uno que se llamaba Miguel Ríos, en el que estaba “Mientras el cuerpo aguante”. Ése y Directo al corazón, no se vendieron tanto, pero fueron discos de platino. Vendía menos porque creo que cuando alguien lleva tantos años como yo en el negocio, va perdiendo poco a poco ventas, unas cosas funcionan más que otras. De todas formas siempre he sido un artista rentable para las compañías.
¿Cómo os planteasteis la gira de El gusto es nuestro?
Eso fue una idea de Víctor Manuel, él quería que la hubiéramos hecho Serrat, él, Sabina y yo, sin Ana, pero Joaquín se asustó, era un proyecto muy exigente para un tío como Joaquín, que todos sabemos lo volátil que puede ser, y se desmarcó. Entonces entró Ana. Víctor pensó que podía estar muy bien que saliéramos los cuatro y nos intercambiáramos las canciones. Funcionó, íbamos a lleno total todos los días. Para mí fue un lujo poder cantar con Serrat o con Víctor y Ana. Resultó apasionante por salir otra vez a la carretera de esa manera y mantener ese tipo de relación, tan intensa y tan larga: tres meses incluyendo Sudamérica.
EL HOMBRE TRANQUILO
¿Te sientes incómodo como compositor? Siempre has interpretado canciones de otros autores.
Siempre he encontrado canciones mejores que las mías. Creo que siempre he sido mejor cantante que compositor y todavía lo sigo siendo. Sin embargo, no tiene sentido una carrera —y sobre todo hoy día— en la que expliques lo que tú quieres explicar a través de lo que ha escrito otra gente, por mucho que coincidas en lo que se exponga en la canción. Realmente, si no pudiera volver a componer me plantearía mucho el seguir cantando. Ser cantante tiene muchos beneficios, resulta muy gratificante, pero al mismo tiempo es muy sacrificado. Te obliga a estar absolutamente pendiente de tu garganta las 24 horas del día, se convierte en algo casi enfermizo, psíquicamente muy jodido. No me apetece para nada estar colgado de unas cuerdas vocales. Además, veo a gente por ahí que no cantan nada y sin embargo se explican con sus propias canciones y viven tan felices.
¿Te gusta el punto en el que tienes ahora la voz?
Sí, mucho. Con la gira junto a Ana Belén y la orquesta de Granada, cantando a Kurt Weill, ha habido momentos que he rozado el techo de lo que yo creía que podía hacer en cuanto a disponibilidad vocal, a intención de la interpretación. Tengo un gran interés por seguir mejorando, por hacer algo que me emocione a mí cantando, y por lo tanto que emocione a los demás. Me encuentro muy bien, lo que pasa es que la asignatura pendiente son las canciones, ahora llevo como cuatro años trabajando muchísimo, habré hecho no sé cuántos conciertos. Desde que empezamos con El gusto es nuestro hasta ahora, no he parado y noto que cantar otra vez el “Año 2000” me cuesta bastante trabajo, es el momento de hacer canciones nuevas. Quiero buscar material que tenga que ver más con cómo me siento ahora y sobre todo con mi disponibilidad vocal. Por eso hice lo de Kurt Weill: por el reto de traducir las canciones, de adaptarlas, de castellanizarlas, y luego el cantarlas con setenta tíos, por esa emoción contenida que produce una orquesta que es algo… Si no fuera porque hay una liturgia en ese tipo de actos estaría dando saltos de alegría durante todo el concierto.
MUCHO POR HACER
¿No te apetece volver a algo más rock, quizás en acústico?
Sí, en ello estoy. Sueño que estoy haciendo un disco acústico, me pasa mucho eso, el soñar cosas. El otro día me emocioné porque la SGAE me ha dado un disquete con todos los teatros donde puedes tocar y, joder, ¡si me queda por tocar en miles de sitios! En Guadalajara hay un teatro para 500 personas donde podría ir con una banda más pequeña, ese tipo de cosas. Pero ahora estoy saturado, necesito volver a tener necesidad de cantar, y eso, como me ha pasado más veces, sé que es algo que viene tras distanciarme.
Has cantado canciones de personajes que no eran nada conocidos en su momento: Javier Vargas, Roque Narvaja, Sabina, Jorge Drexler…
Normalmente es gente que conoces. Últimamente cuesta mucho más porque antes para cantar necesitabas una voz, ahora para cantar necesitas una emoción, un grado de comunicación y en eso ya está todo. Antes venía mucho la gente a ofrecerte canciones porque ellos no las podían sacar adelante, ahora debes buscarlas con lupa e ir llamando a la gente.
¿Escuchas música actual?
Sí, tengo la suerte de que mi hija, que es un portento, está muy puesta en la actualidad: desde Spin Doctors a Green Day o Pearl Jam. Ahora está estudiando música en Boston.
¿Te gusta producir? Lo hiciste en Marea negra, de Topo.
Sí, y también a un cantautor, Antonio Mata. Pero me di cuenta muy pronto, sobre todo por mis discos, de que el productor tiene que ser una persona que ha de mantener un cierto distanciamiento del trabajo que hace y yo me implicaba mucho, las 24 horas del día, y me daba cuenta de que produciendo a otras gentes podía cagarla, podía arruinarles la carrera. El trabajo tenía tanta responsabilidad que decidí que no era lo mío. La verdad es que me sentía contento al oír el resultado final pero… En el caso de Topo lo que hice fue facilitar que pudieran grabar, en realidad ellos lo tenían muy claro y había muy poco que aportar. Por ejemplo, no tengo casi nada que ver en las canciones de Gran Jefe, ya estaban hechas y sólo les tenía una gran envidia. De hecho grabé a Gran Jefe porque quería grabar yo algunas de las canciones y me las negaron. Así que les acompañé a varias compañías de discos y como no tenían posibilidad de grabar, decidí que me ponía yo a ello.
Has grabado canciones de Charly García, personaje muy poco conocido en España, pero que es todo un dios en Argentina. Lo curioso es que parecéis personalidades incompatibles.
Lo conocí en el 82, cuando fuimos a Sudamérica a promocionar el Rock & Ríos. Entonces estaba menos loco que ahora, aunque ya era igual de interesante, luego intimamos mucho porque en el 86 monté unos encuentros de rock iberoamericano aquí, en Madrid, y trajimos a Paralamas, El Tri, Charly y algunos más. En el 84 ya me recorrí casi toda Sudamérica y profundicé mis relaciones con la gente que hace rock allí. También canté a Fito Páez cuando aquí nadie sabía de él.
LO QUE SABE EL SUPERVIVIENTE
Tus últimos cuatro discos han aparecido en cuatro discográficas distintas, incluyendo la tuya, Rock & Ríos.
Sí, no tengo contrato. El próximo disco saldrá en Rock & Ríos, está decidido. Lo que desea la industria es que haga algo que a mí no me apetece. En una conversación con un tipo de la industria me decía que grabara un disco de versiones. ¿Otra vez lo mismo? Es mucho más saludable editar mis propios discos y distribuirlos con quien quiera. En ese sentido, el disco de la Big Band ha sido para mí el más rentable en los últimos años, con una diferencia enorme. Entre España y Latinoamérica —300.000 sólo en México— hemos llegado cerca del millón y eso es mucho dinero, sobre todo si se lo edita uno mismo.
¿No da cierta rabia ver cómo se trata en Francia, por ejemplo, a personajes que llevan tantos años como tú? Se les reeditan los discos con cariño, se hacen integrales y lo que sea; aquí Hispavox quita canciones a tus discos, Polygram les cambia las portadas y en algunos casos también elimina canciones.
Sí que lo hacen, pero tampoco me preocupo mucho. De alguna forma siempre que grabé un disco pensé que se había acabado mi propiedad sobre él, sabía que firmaba contratos absolutamente leoninos, excepto ya muy al final de mi carrera. Tampoco me veo como un personaje… Como me levanto todos los días conmigo mismo soy más persona que personaje. Además, no voy a pretender que cambie la idiosincrasia de un país: somos así y la industria refleja eso. No lo puedo cambiar y tampoco me hago mala sangre, sólo me la hago con las cosas por venir, la inquietud que tengo por grabar, por inventarme algo, es mucho más perentoria y mucho más definitiva que el pensar si se me ha reconocido o no, no tengo problemas con el pasado, cada uno vive el tiempo que le ha tocado vivir y ya está.
VUELTA A GRANADA
¿Cuáles son tus próximos pasos?
La verdad es que no lo sé, estoy haciendo cosas muy variopintas, muy diferentes, el hecho de haber grabado el disco de Kurt Weill significa que tengo todavía inquietud, pero por otro lado te abre un abanico de posibilidades amplísimas… La verdad es que no tengo ni idea de lo que quiero hacer, como decía antes, me gustaría grabar un disco que tuviera que ver con una cierta química acústica, más que con algo eléctrico. Pero ahora mismo, por ese lado, estoy colgado, esperando.
¿Te has montado un estudio en Granada?
Tengo, como todos, un pequeño estudio casero, con un ordenador… Además estoy yendo cada vez más hacia allí.
¿Estás pensando en un retiro granadino?
No lo sé, desde luego es una ciudad maravillosa en lo cultural y te ofrece una gran calidad de vida y como ahora puedes hacer las cosas donde tú quieras… Creo que voy a estar un poco a caballo entre las dos ciudades.