“El rock ha contribuido a la evolución del ser humano tanto o más que “La traviata”, aunque sea maravillosa”.
Juan Puchades entrevista a Miguel Ríos por el lanzamiento del disco más DVD “Symphonic Ríos”, en el que relee algunas de sus grandes canciones con una orquesta sinfónica. Un disco que tendrá su continuación en una gira. Porque Miguel Ríos no está tan retirado como aparenta.
Texto: JUAN PUCHADES.
Se supone que Miguel Ríos anda retirado desde 2010, pero cada tanto algo lo devuelve a la actividad: un libro de memorias, la gira del vigésimo aniversario de “El gusto es nuestro” o, ahora, el lanzamiento del disco (y DVD) “Symphonic Ríos” (Universal). Es decir, lejos de ejercer de jubilado a tiempo completo, busca formas de seguir en activo. Tanto que estas últimas semanas, coincidiendo con el lanzamiento del disco, lo hemos visto echando una mano, junto a sus amigos Víctor Manuel y Ana Belén, a los jubilados en sus reivindicaciones por unas pensiones dignas: “No están los días como para tirar cohetes, esto es un rollo horroroso, estamos viviendo una especie de absurdo vital”, comenta tras los saludos de rigor. Pese a ello, Miguel Ríos (Granada, 7 de junio de 1944), como se verá en esta entrevista, mantiene el mismo saludable sentido del humor de siempre.
Una entrevista que gira principalmente alrededor de “Symphonic Ríos”, grabación en directo realizada en julio de 2017, en el Palacio de Carlos V de Granada, dentro del festival de música y danza de la ciudad. Un directo de esos que le gustan a Miguel Ríos, distinto, como lo fueron la gira “Big Band Ríos” y la realizada con Ana Belén cantando a Kurt Weill. “Symphonic Ríos” enlaza precisamente con esta última al tratarse de una grabación con una orquesta clásica, la misma que entonces: la Orquesta Ciudad de Granada dirigida por Josep Pons. Pero en esta ocasión el reto era poner en pie algunas de sus viejas canciones con arreglos sinfónicos (realizados expresamente para esa noche por Josep Mas “Kitflus”, Gustavo Gregorio, Alejandro Terán, Joan Albert Amargós y César Guerrero) más la adición de un grupo de rock, al que ha llamado Los Black Betty Boys, conformado por José Nortes (en la guitarra y la producción), Daniel Griffin (batería), Javier Saiz (bajo) y Luis Prado (teclados). Todo un lujo de espectáculo que, finalmente, se transformará en una gira (de diez o doce fechas) con arranque el 21 de junio en Barcelona.
Pero si no abandona su buen humor, al ponerse sinfónico tampoco deja de lado su espíritu rockero, el que ha alentado su carrera, y que ahora, reconoce, con la vida doméstica y familiar, permanece un poco amagado: “Esto es muy poco rockero [risas]. Al final, tío, depuramos la rockeidad y va por dentro, pero en plan vital cada día tienes más obligaciones lejos de la militancia”. Porque, recordemos, su carrera artística fue una lucha, en años complicados, por militar en el rock.
En 2010 anunciaste tu retirada…
Sí, para que veas. Es la única cosa en que soy rockero todavía, en que no mantengo mi palabra. No mantener la palabra es lo más rockero que hay [risas].
Entonces parecías muy convencido de esa retirada, aunque todos dudábamos de que mantuvieras tu palabra, todos menos tú. En realidad, te retiraste un tiempo, sobre todo mientras estuviste escribiendo el libro de memorias (“Cosas que siempre quise contarte”, Planeta, 2013), pero no has parado de hacer cosas.
Pero lo de las giras ya nunca volverá a ser lo mismo. Esta misma que estamos pensando ahora son diez o doce bolos, y en unas circunstancias a las que era casi muy muy difícil decir que no. Ir con una orquesta grande es un lujo que no te puedes permitir. Lo hice una vez, con Kurt Weill [espectáculo de 1999, junto a Ana Belén], pero no con mis temas. Y claro, he probado esa miel y no quiero dejarla pasar, porque es una sensación brutal cantar sobre algo tan rico tímbricamente, es una gozada. Y la gira de “El gusto es nuestro” [2016-2017, junto a Serrat, Víctor Manuel y Ana Belén] fue una cosa esporádica. Los dos proyectos han venido un poco rodados, pero no porque estuviera buscándolos, sino porque surgieron. Esto de ahora fue porque me invitaron a cantar en el festival de música y danza de Granada, que no lo había hecho nunca y, bueno, es una muesca más en la biografía. Y lo del “Gusto es nuestro” fue volver con tres amigos. Las dos cosas han venido servidas. Pero no me voy a poner otra vez en el mercado, ya he quitado el puesto [risas].
Citabas el espectáculo cantando a Kurt Weill, que fue una experiencia plenamente sinfónica. Ahora, sin embargo, también incorporas a un grupo de rock, a Los Black Betty Boys. ¿Fue complicado para el grupo fundirse con la orquesta?
En el DVD hay un “making off” de los ensayos que resulta muy didáctico. Ahí se aprecia que si el arreglo es entendible y que si el arreglista habla los dos lenguajes, el sinfónico y el del rock, funciona. Y Kitflus habla perfectamente los dos lenguajes, o [Joan Albert] Amargós, qué voy a decir de él. También los arreglistas americanos: a Alejandro Terán lo pescamos porque nos habían dado un dato de él, y vimos trabajos suyos en internet, lo primero fue una cosa que había hecho con Gustavo Cerati, el cantante de Soda Stereo, que era un tío estupendo, y este hombre tenía las cualidades perfectas para este tipo de arreglos. En realidad, si aciertas con los arreglistas, y de alguna forma ellos conocen bien el material que van a tocar, no tanto la canción, que la canción es algo que se puede aprender, pero sí que conozcan la tímbrica de la orquesta y el lenguaje sinfónico pero de rock, funciona. Ese es el secreto y el éxito primero de esto, y luego también está la voluntad innovadora de Josep Pons, que es un tipo muy arriesgado, muy echado para adelante. Pons tiene una teoría: que la música clásica perdió el pulso en el siglo XX, en el sentido de que no aprovechó todo lo que el rock trajo, esa liturgia rockera en cuanto a puesta en escena, sensaciones lumínicas, etc. Y está muy a favor de hacer este tipo de experimentos. Y, por supuesto, está José Nortes, que realmente es un descubrimiento absoluto. Primero porque su bonhomía es fundamental, extraordinaria, pero es que su técnica musical es acojonante, y además conoce y quiere a lo mejorcito de la música actual. La verdad es que ha sido muy plancentero sacar adelante esto, no me han salido ni dos o tres herpes… [risas]. Ha sido cojonudo.
Josep Pons ha sido esencial, pero, ¿la idea fue suya?
No, la idea fue del festival. Hace dos años me invitan a tocar por el sesenta y cinco aniversario del festival y querían incorporar algo más actual. Al margen de la música clásica han experimentado con el flamenco y cosas así, pero el rock nunca había entrado en el festival, y era un deseo que tenía en el antiguo director. En realidad, lo que sí venía de la mano es que si yo hacía algo iba a ser con la Orquesta Ciudad de Granada, que es un orquestón acojonante. En esta gira sería un placer poder salir con ellos, pero tienen unas obligaciones, un ciclo en su sede y otros compromisos, y es difícil ir de gira con ellos. Además, ahora mismo Josep está dirigiendo el Liceo de Barcelona, y trabaja realmente como una figura internacional. Es difícil unirlos para algo más que una sesión, como el concierto en el Carlos V. Pons sí le puso título al espectáculo: “Rock and roll”, y cogió la séptima de Beethoven para abrir el programa de esa noche, porque es la sinfonía rítmicamente más comprometida de Beethoven, y la más transgresora.
¿No será complicado salir de gira con otra orquesta y otro director?
No, ahora ya lo puedes tocar con cualquiera, porque ya has buscado el camino, el sello. Los músicos de clásica lo hacen mejor que nadie, porque cuando tocan a Beethoven no pueden “interpretar” a Beethoven, tienen que tocar a Beethoven. Ese tipo de formaciones, como la que vamos a llevar en la gira, son muy fiables, porque tocan lo que ven, no tocan lo que quisieran ver, y ahora es más fácil porque se trata de recrear la creación. Lo que más me gusta es cómo suena, y en eso Nortes ha tenido mucho que ver, ha hecho un trabajo estupendo de producción. Porque lo tocamos y sonaba escandalosamente bien con el público, pero todo el tratamiento de esa información, ponerla de forma que no haya tímbricas que choquen, y buscando los planos para que una guitarra siga teniendo la caña de la guitarra pero que al mismo tiempo se refuerce con un acorde de cuerda, es algo fantástico.
Mientras veía el DVD trataba de fijarme en las caras de los instrumentistas de la orquesta, porque digamos que los imaginamos como señoras y señores estirados, y sin embargo en muchos de ellos se observan expresiones de genuina felicidad mientras están tocando tus temas. ¿Te comentaron durante los ensayos, o después del concierto, si se sintieron a gusto?
Sí, sí, además en Granada vivo muy cerca de la orquesta, y cuando he estado temporadas largas allí muchas tardes iba a oír los ensayos de la orquesta, y con parte de los músicos nos hicimos muy amiguetes. Pero en los ensayos de estos temas ellos se dieron cuenta de que habían tocado hueso, que no había nada de impostura y que servían a las canciones, que no era cuestión de una coloratura más, sino que ellos mismos contribuían a engrandecer el espíritu de la canción. Eso lo notaban. Aparte, tíos que están tocando un repertorio a piñón fijo, como suele ser el que tocan las orquestas, un repertorio que fíjate lo amplio que es, pero es limitado, pasan a utilizar su conocimiento musical para algo más creativo, algo de ellos. Donde no tienen porqué seguir las pautas que escribió Brahms hace ciento cincuenta años, aquí es un director que un poco interpreta con ellos el sentido del arreglo. Fueron cuatro o cinco días de ensayos muy buenos, nos lo pasamos muy bien, con muchas risas.
“Una vez que le pillas el tranquillo, esto no tiene mucha ciencia infusa, es un rollo de tratar de divertirte”
Aparte de Kurt Weill, en su momento también giraste con una big band. ¿Meterte en estos experimentos, alejados de lo tuyo, te produce algún tipo de temor, respeto, inquietud o de nervios? Porque está claro que el lenguaje del rock lo dominas plenamente, con la banda detrás, sales y tocas, pero esto son experiencias más arriesgadas.
Hombre, la verdad que en este caso concreto de las orquestas el riesgo está en todo lo exterior a la orquesta y a nosotros. Es decir, que el sonido sea estupendo, que el concepto de la mezcla de las dos formaciones musicales resulte, que no esté una al servicio de la otra, sino que sean una fuerza común. Y estás mucho más tranquilo en el sentido de que es difícil cruzarte, porque como tienes a un tío llevando la batuta, pues no te puedes cruzar, no están las miradas de cachondeo de los músicos, que cuando te cruzas se ríen y te gritan: “¡Ah!” [risas], y te tienen que rescatar. En “El gusto es nuestro” teníamos una banda estupendísima, estaba Osvi Grecco, aparte de José Nortes, nos llamábamos los Crusaders: “el rey del crusader”, porque me cruzaba, había un cachondeo especial, de compañeros, de mucha risa. En este formato digamos que la aventura está en que te contraten, simplemente. En que alguien quiera soltar la pasta [risas] a cincuenta y tantos tíos subidos al escenario, con viajes, hoteles y luego llevarte algo para casa, ¿no? Eso es más aventurado que cualquier otra cosa.
Comentabas lo de la big band, y para eso, como para todo en realidad, hay un referente. Yo soy muy torpe para muchas cosas, pero soy muy despierto para otras, como en ese sentido de aprender de lo que han hecho otros y descubrir las claves de por dónde va el asunto y tratar de amoldarlas a mi forma de hacer. En el trasvase de lo que oigo a lo que puedo hacer, ya hay un estilo, ya ha cambiado, he hecho otra cosa, pero con un referente, no con el riesgo de la intención primera. Si vas a tocar con una big band, hay ejemplos gigantescos. ¿Qué queríamos hacer nosotros? Pues que fuera más rockera, que hubiera tipos que pegaran fuerte a la batería, que el resultado se volcara al rock y no al clasicismo de las bandas de Duke Ellington o gente así… Bueno, ¡qué más hubiéramos querido! [risas]. Nos salía eso, que tampoco era muy jazz. Lo cierto es que una vez que le pillas el tranquillo, esto no tiene mucha ciencia infusa, es un rollo de tratar de divertirte. Y es muy difícil divertirte con todo, porque el sonido nunca funciona igual, los equipos nunca suenan igual, con eso siempre hay un imponderable. Pero cuando lo vences y puedes escucharte mínimamente, y sobre todo si ves las caras de la gente pasándolo bien, todo funciona. Ese punto que comentabas antes, yo lo tenía también con la orquesta, porque me volvía muchas veces en el solo, los miraba y los veía disfrutar. Claro, un tipo como yo, que en cierta forma ha dado muchos palos de ciego, hasta llegar a una luz, a algo medianamente brillante, es muy observador, y siempre que he tocado con alguien he detectado si he despertado una mínima fibra de emoción.
Lo mismo sucede con el público, imagino.
Claro, lo primero que haces es escrutar si lo que estás haciendo les llega un poco, si les conmueve algo. Eso se nota mucho. Siempre me he dado cuenta que con las bandas y los músicos que he tocado ha habido mucha complicidad, pero porque les he dado mucho juego en el sentido de que han sido muy muy creativos. Las bandas con las que he tocado —que bueno, más que bandas han sido músicos acumulados—, en su instrumento siempre han tenido la última palabra, o porque siempre me ofrecían cosas que me gustaban y tenía que corregir poco o prácticamente nada porque ellos… de verdad, ¿qué le vas a decir a Antonio García de Diego que haga? Es que lo que te da es puro oro, pura calidad. He tenido suerte con eso.
En “Symphonic Ríos” la orquesta funciona incluso en temas duros como ‘Antinuclear’.
Sí, y ‘El rock de una noche de verano’ es un trueno, tío. En la gira tocaremos más temas, y canciones más duras. Tenemos que tocar una hora y cuarenta y cinco minutos por contrato, por lo tanto hemos extendido el repertorio respecto al concierto de Granada, y hemos cogido temas como ‘Caballo’, ‘En la frontera’, algunos no tan conocidos —evidentemente, están ‘El blues del autobús’ y otros así—, pero también algunos temas más experimentales para ver cómo suman. Eso lo ves en todo lo que ha hecho Metallica y toda esta gente, y solo se trata de que la orquesta se convenza de que también puede ser heavy [risas], que en realidad ellos en la modalidad que estás tocando, sumen. No hay una cosa que más me guste de este disco que cuando suena la guitarra de Jose [Nortes] con el ataque de la cuerda.
Sí, cómo empastan, ¿no?
Eso es, empastan de una forma que notas la cuerda y notas la guitarra, pero la suma de las dos es fundamental. En ese sentido, desde que oí en el 72 a Procol Harum tocando un álbum que hicieron con la Edmonton Symphony Orchestra quedé fascinado por esto. Decía: “Joder, no puede ser, tocan teniendo su personalidad, y la banda está ahí”. Lo que pasa es que debió salirle muy caro a Procol Harum este concierto, porque inmediatamente usaron el Mellotron, se ve que dijeron, “no vamos a seguir pagando una orquesta toda nuestra vida”. En ese sentido veo la posibilidad de hacer esta gira como un regalo, porque esto no es una cosa habitual, lo habitual es que me hubiera inventado un concierto de dos guitarras, que hubiera hecho revivir al trío Los Panchos. No, al Trío los Calaveras [risas].
Bueno, en su momento grabaste ‘Ansiedad’, ahí te aproximaste…
Sí, he estado muy cerca [risas], algún tipo de tendencia ya he tenido. Lo del Carlos V sí me puso mucho, porque he estado viendo a Jessye Norman, lo más grande. Y he visto también lo que eso significa para Granada como ciudad, la potenciación cultural de Granada. Además me llamaron ellos, yo no fui diciéndoles: “Oye, tío, que me gustaría venir aquí, podíamos tocar esto aunque fuera una vez en la vida”. Es reconocer que hay un clasicismo ya en el rock, porque si clásico es que tengas historia y además que un estilo haya influido en la sociedad que lo ha rodeado, pues poco hay más clásico que el rock. Tiene todo un bagaje de maestría detrás, una serie de discípulos en los diferentes estilos dentro del rock, variadísimo. En ese sentido el rock ha contribuido a la evolución del ser humano tanto o más que “La traviata”, aunque sea maravillosa.
¿Fue por respeto al lugar por lo que aquella noche te pusiste corbata?
Sí, tuvo que ver un poco con eso. Lo que pasa es que luego vi el resultado y parezco Tony Bennett, bueno, menos en la garganta, en todo. Joder, con el pelo blanco, que las luces te lo hacen más blanco, la napia de viejuno que tengo ya, como Tony. Se me ha pegado un Tony Bennett, y no en la garganta, desafortunadamente. En realidad lo propuso Pons cuando lo planteamos todo y dijo que el concierto se llamara “Rock and roll”, que por cierto, a mí se me habría ocurrido, pero no lo habría propuesto nunca, porque entrar en ese escenario y con un concierto que se titule “Rock and roll” era casi como decir: “Para que os enteréis”. No fue una idea que yo propusiera porque, ya te digo, siempre estas cosas de la música clásica… digamos que son tan prestigosas, y es verdad que han contribuido tanto al desarrollo de la humanidad, y es tan increíblemente talentoso y creativo todo lo que se oye y tan increíblemente necesario para el desarrollo del ser humano, que claro, tú distinguiendo poco más allá de un Mi mayor, de la triada del rock, te sientes en una cierta desventaja. Pero hay una cosa que siempre agradezco mucho, y es cuando la contraparte se pone un poco en tu lugar, y Pons para eso es un fuera de serie.
En el repertorio has obviado ‘El himno a la alegria’, ¿por obvio, precisamente?
Vamos a tocarlo en la gira. Fíjate que nunca he querido forzar que las orquestas formales de este tipo con las que he colaborado lo tocaran. Cuando hicimos “Fiebre del sur” [programa de televisión], lo tocamos con la orquesta Ciudad de Córdoba, que estaba Leo Brouwer dirigiéndola. Pero tiene que ser a propuesta del director, no del cantante, porque sé que hay una débil línea divisoria definiendo hasta dónde quieren ellos entregar lo que es lo suyo, y además en este caso con lo que es una de las joyas de la corona, para mezclarlo con otro tipo de influencias musicales. Cuando estuvimos hablando del repertorio Josep nunca me dijo de mirar ‘El himno a la alegría’, y yo, evidentemente, ni se lo propuse.
Guardaste respetuoso silencio, ¿no?
Claro. Entiendo que en su día hubo una controversia, que a mí no me atañó, porque además en aquel momento yo era un descerebrado al que lo único que le interesaba de verdad era Chuck Berry. Beethoven no me interesaba más que en la canción de Chuck Berry [‘Roll over Beethoven’]. Pero hubo mucha gente que se tomó muy en serio que Waldo de los Ríos y Rafael Trabucchelli lo hicieran en pop. Y en mi caso siempre hay un intento por no ofender, siempre hay una especie de visión amable de la existencia para no ofender al otro, porque tampoco tienes porqué.
En el concierto de Granada, con la orquesta, tocaste una versión precisamente de ‘Roll over Beethoven’.
Sí, hemos tocado rock and roll clásico con una orquesta sinfónica, que es dificilísimo. Es como si le pidieras a un trasatlántico que esprintara. Tú le puedes pedir a un fuera borda que esprinte, pero un traslántico te dirá: “Yo llegaré allí, pero no entra dentro de mis posibilidades esprintar”. Para una orquesta sinfónica ajustarse tanto en los golpes, en las síncopas, es muy difícil. También es verdad que ahora los músicos están mucho más formados en todas las músicas, no solo en la clásica, oyen otras músicas con mucho respeto, y muchos de los jóvenes que están en la orquesta tienen treinta años. Es decir, han oído el repertorio y lo tocarán en alguna banda, donde tendrán sus rollos interpretando otro tipo de música. Se les nota que están menos encorsetados. Y ahí estaba la disposición de Pons ensayándolo, que fue una obra maestra, una lección magistral, porque hacía oír a la orquesta cómo la banda tocaba de forma emocional el pasaje, y cómo ellos, que lo tenían escrito, tenían que interpretar, porque esa emoción no puede ser trasladada nunca al papel, para eso está el director, que es quien le da la naturaleza. En esto de los arreglos y de la fusión orquestal con la banda creo que son esenciales esas tres figuras: Josep por cómo dirigió la orquesta, los arreglistas y José Nortes, que hizo todos los contactos con los arreglistas. Estuvimos hablando, estuvo puliendo, porque el arreglista ve un silencio en una partitura y se le ponen los pelos de punta, lo quiere rellenar todo. Hemos crecido todos, bueno, yo he menguado, pero todos los demás han crecido mucho en esta aventura.
Te has pasado toda una vida reivindicando el rock en castellano, pero titulas el disco “Symphonic Ríos” y tocas con un grupo al que llamas los Black Betty Boys. ¿Era necesario?
Bueno, es que ya hay mucho “Raphael sinfónico”, mucho “no sé qué sinfónico”. Y para poder tocarlo en la gira he querido hacer mucho hincapié en que no es otra vez Miguel Ríos tocando con una banda de rock las canciones más granadas de su repertorio, sino que queremos remarcar que es otra cosa, que hacemos un esfuerzo por tocar con una orquesta. Un esfuerzo que hace el tío que te contrata, porque no sé cuánto valdrá esto, pero debe costar una pasta. También es una apuesta de Universal, que vinieron a decirnos que sabían que habíamos grabado el vídeo y el audio y que les gustaría editarlo, también nos dijeron que querían comprar el espectáculo. Bueno, “comprar”, ya no sé cómo se llamará esto: “buquinear” (de “booking”)… ¡Es la hostia, tío, un día se nos va a hacer un nudo en la lengua! [risas]. Entonces también lo vi bien, porque la verdad es que había acabado la gira de “El gusto es nuestro” y yo me hubiera tirado otra vez…
¿Al sofá?
No, al sofá, no, nada, que me da dolor de espalda. Al sofá, nada, nada. No, me habría tirado al fango de escribir, que me piden muchas cosas, hay gente que me pide que colabore en sitios. Y también tengo charlas, porque esto del doctorado honoris [en 2015 lo fue por la Universidad de Granada, en enero de este año por la Universidad Miguel Hernández de Elche] conlleva unas obligaciones que si lo hubiera sabido antes probablemente no hubiera aceptado [risas]. No, lo digo en broma, pero me llaman para dar muchas charlas, el día 23 tengo una en la UNED de entrega de diplomas. Es algo que te permite estar muy ocupado. La música no es imprescindible porque siempre hay cuatro o cinco asociaciones —Síndrome de Down, parálisis cerebral…— que te están pidiendo que vayas a hacerles unas canciones, y tienes que estar casi lidiando y repartiendo, hay que distribuir un poco dónde vas. Para luego ir al sitio y cagarte en la madre que parió al gobierno, porque cuando vas tienes que decirles: “Oye, que esto que estoy haciendo me da mucho coraje, que tenéis que estar vosotros, que vosotros lo que tenéis que hacer es darle por culillo al gobierno, peleando por lo que os tiene que dar”. Pero también soy como soy, estoy hecho de lo que estoy hecho y me gusta tanto la gente, me gusta tanto querer a la gente y que me quieran que en ese sentido he cumplido parte de mi existencia. Si a Bob Dylan lo despertaran delante de mí le daba un ataque al corazón, de amor hacia el prójimo [risas]. De pronto Bob Dylan se despierta y soy yo, y está pensando “¡¿Tengo que ir con esta gente?!”, y hace: “¡Ahhhhhhh!”, y palma [risas]. Claro, que si a mí me despiertan al lado de él, me pierdo. Si yo despierto en Bob Dylan, me vuelvo loco de tanto talento.
Y de estar tocando en directo noche tras noche…
También, también. Aunque sea tocando dos notas del piano.
Entiendo que no piensas grabar un disco de repertorio nuevo.
La verdad es que no. Esto lo he hablado con José [Nortes], y tú y yo también hemos hablado alguna vez de ello, de la dificultad que tiene un músico no instrumentista para poder buscar la base de las canciones, que es la música. Luego viene el texto, que las últimas veces los he escrito yo, como en “Bye, bye Ríos” o “Memorias en la carretera”, que siempre he hecho primero la letra, con Luis Prado poniendo la música en un caso y Carlos Raya en el otro. Pero siempre he trabajado al revés, he trabajado sobre músicas que son las que, en realidad, te dictan un poco de qué va la canción, qué sonoridad tiene, qué tipo de historia le cabe, qué tipo de ambiente emocional tienes que explotar con esos acordes, con esa melodía. Al final, al grabar un tema quedabas en un papel muy subalterno, tu nombre salía en la portada del disco pero eras el que menos había hecho, y ahora ves a tipos que componen tan bien, que componen para ellos, que hay una primavera rosada en la música en castellano, y me figuro que en la de todo el mundo, que dices, “¡joder, que compongan ellos!”.
En 2010, cuando te retirabas, me decías en una entrevista, y cito: “Llevaba un tiempo intentando ver cómo dejar un buen recuerdo, porque sé que a partir de ahora va a haber un deterioro en mi físico biológicamente inevitable. Este oficio del rock and roll necesita mucha energía, y sé que para hacerlo con la dignidad que el público requiere tengo que estar muy fuerte”. Y añadías que un instrumentista lo tiene más fácil porque el instrumento hace “que no tengas que ocupar el tiempo del solo dando saltos”. Pero en este concierto sinfónico resuelves sin necesidad de dar saltos. ¿Los saltos crees que son tan importantes, no te parece que la energía puede canalizarse en escena de otro modo?
¡Para mí eran imprescindibles! Fíjate que incluso en “El gusto es nuestro” tocábamos una canción movida, salía y algunas noches me sentía ridículo: empezaba a dar saltos y de repente veía que delante de mí había un público que si dan dos saltos se caen…
¡Qué cabrón eres!
[Risas] Bueno, había público muy joven también, pero mayoritariamente era de mi edad [risas], y me sentía ridículo. Es que no concibo el rock sin irme para adelante del escenario y cagarme en la puta madre de los que están ahí, per se, no porque yo sea así, sino porque la liturgia del rock es un poco así. Lo bueno de estos conciertos sinfónicos va a venir ahora, porque cantar una hora está muy bien, ese concierto además tuvimos la mala suerte de que no pudimos hacer el ensayo general.
Sí, por la lluvia.
Sí, una lluvia horrible que nos impidió tocar. Así que tuvimos que hacer el concierto y el ensayo en el mismo día, con una hora de diferencia: terminamos el ensayo, se abrieron las puertas al público, la orquesta salió a tocar su parte y luego yo. Yo me preparo mucho vocalmente, hago muchos ejercicios, y la actitud física respecto a los saltos… Es que el Carlos V también te frenaba un poco, porque hay que tener en cuenta que era un concierto dentro del programa del festival, y había gente que tenía un abono para ver los conciertos de clásica que hubiera ese año —que estuvo la Filarmónica de Berlín, orquestas gigantes con solistas estupendos—, y claro, algunos de aquellos aficionados se chuparon lo mío, entonces tenías que mantener una actitud un poco “ad hoc”. No sé cómo será ahora, cuando me suelten en sitios normales…
“Cuando me suelten” [risas]… el Mihura.
Sí, sí, ¡la bestia que llevo dentro! No sé qué tipo de ridículo haré en estos próximos conciertos [risas]. Pero sí, para mí los saltos era algo consustancial, como el porro, era lo mismo, igual de importante.
En 1979, hace prácticamente cuarenta años, lanzaste “Los viejos rockeros nunca mueren”. Ahora sí eres un viejo rockero, ¿desde entonces, cuántas veces crees que en los medios hemos utilizado esa frase: “los viejos rockeros nunca mueren?
¡Uf! Fue un título de mucho éxito.
Seguramente el más afortunado y recordado de tu carrera.
Sí, pero en su día me alarmé un poco. Estaba en Polygram y Julián Ruiz estaba trabajando entonces para la compañía, creo que produciendo a Salvador [Domínguez], le conté el título y me dice: “¿Se va a llamar ‘Los viejos rockeros nunca mueren’?”. Le expliqué que sí, que era un homenaje a los viejos rockeros, que no era yo, que todavía era un joven rockero, no estaba inscrito en esa categoría: me refería a Chuck Berry, a Fats Domino, a la gente que me molaba, y Julián me dice: “Bah, no hay nada peor que poner la palabra viejo en un título, no hay nada más anticomercial”. Y le respondí que qué íbamos a hacer, que ya habíamos diseñado el logo, habíamos hecho un espejo así tipo Bee Gees. Y me suelta: “Fíjate en ‘Too old to tock ’n’ roll: too young to die’, ¡los ha hundido para siempre!”.
Se refería al disco de Jethro Tull.
Sí, sí, me decía: “¡Jethro Tull ha muerto para toda la vida!”. Y es verdad que Jethro Tull no levantó cabeza.
Pero en tu caso sucedió todo lo contrario.
Claro, porque me acuerdo que la gente decía: “los viejos peloteros nunca mueren”, “los viejos futboleros nunca mueren”, “los viejos directores generales nunca mueren” [risas]. Se usó para todo, y se asoció a mí, inesperadamente. Pero es que la gente hace lo que quiere con lo que recibe. Por cierto, es uno de los temas que voy a hacer en la gira con la orquesta, porque si hay una canción que tiene que sonar bien con la orquesta es esta. Es muy lírica toda la parte central, muy cañera la primera, muy Crusaders la última, con un arreglo que hizo Antonio García de Diego para el metal [lo tararea]. Un temazo. Todos esos momentos los vamos a usar en el arreglo, a ver qué sale, estamos esperando que nos manden la nueva hornada de arreglos. Respecto a ese título, sirve aquello de ladran, luego cabalgamos.
O aquella de que hablen de nosotros aunque sea bien.
Exacto [risas], aunque a este país le va a costar, hay que hacer un esfuerzo enorme para llegar a eso.
“Los viejos rockeros nunca mueren” fue el disco que te dio impulso para un tramo importantísimo de tu carrera, el que te lleva a todos los años ochenta.
Sí, porque por primera vez Polygram, o Fonogram, no sé cómo se llamaba entonces, uno de los mil nombres que tenía, se dio cuenta de que me había reconvertido, que por fin había sentado la cabeza. Porque les había hecho dos discos, “La huerta atómica” [1976] y “Al-Andalus” [1977], y estaban desesperados. Saúl Tarrago, bueno, entraba en crisis cada vez que me veía, empezaba a hacer cosas raras y a dar voces: “¡A ver cuándo sientas la cabeza!”. Y “Los viejos rockeros” lo hicimos porque cuando me encargaron la gira de “La noche roja” me di cuenta de que la gente se aburría que no veas con la música progresiva, que era lo que hacíamos nosotros. Ahí busqué hacer más rock and roll, temas como ‘Rockero de noche’, que es lo que había sacado de la experiencia de la gira, de cómo veía a la gente recibir un set de rock and roll que tocábamos nosotros, que la gente se volvía absolutamente loca, tío. Venían Iceberg, que era una banda cojonuda, Triana, que mira lo que era Triana, y sin embargo con tres acordes se volvían locos, y nadie quería hacerlo, nadie. Entonces hacer rock and roll se entendía como una regresión, había como una especie de ajuste de cuentas con el rock, que el rock and roll no nos representaba. Era una época socialmente más escorada hacia la izquierda, y la izquierda durante mucho tiempo tuvo muchos reparos con el rock and roll, por representar…
Al imperio.
Eso es, al imperio. Hasta que eso se normalizó llevó un tiempo. Pero luego, inmediatamente, fue toda una cascada de gente haciendo rock.
Sabes que si estuvieras en Estados Unidos o en Inglaterra “Los viejos rockeros” se reeditaría por el cuarenta aniversario con todos los honores, en edición “deluxe”, con extras y demás. Pero esto es España.
¡Claro! Pero te digo una cosa, algunas canciones no me gustaría oírlas de nuevo [risas].
¡¿En serio?!
Sí, hay alguna que… pero la verdad es que todo está ahí. Aunque yo me hago responsable de mi rollo, realmente, a partir de “Rocanrol bumerang” [1980]. Desde ese momento no me pueden decir nada [se refiere a la discográfica], ya he conseguido un estatus realmente interesante con la pasta que me entra, por ejemplo, con “La noche roja”. Pero las carreras largas es que tienen muchos altos y bajos. Y yo llegó un momento en que mis discos empezaron a darle dinero a la compañía y ya me trataron de otra forma.
—Para hacernos un poco idea de cómo Miguel Ríos se preocupa por su gente, por sus músicos, unas horas después de mantener esta entrevista me llamó por teléfono para comentarme, preocupado, que repasando mentalmente la charla, se había dado cuenta de que no había hablado de los otros componentes, aparte de José Nortes, que integran Los Black Betty Boys: Danniel Griffin (batería), Javier Saiz (bajo) y Luis Prado (teclados). «Unos musicazos». Que conste en acta.
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Primeras fechas de la gira “Symphonic Ríos”:
21 de junio. Barcelona.
6 de julio. Madrid. Teatro Real.
23 de agosto. Marbella.
1 de septiembre. Murcia.
5 de octubre. Salamanca.
20 de octubre. Valladolid.
1 de diciembre. Bilbao.