Texto: DIEGO A. MANRIQUE y JUAN PUCHADES.
Ha levantado tantos odios (sobre todo periodísticos, sector musical) como pasiones, y es que casi cuarenta años subiéndose a las tablas, dan para mucho. Más si se han vivido tan intensamente como Miguel. Tal vez por eso, por los años y el cansancio de aguantar las típicas ruedas de promoción, últimamente se prodiga poco en entrevistas (un error: su humanidad suele vencer los prejuicios de los no creyentes). Con nosotros hizo un excepción y nos recibió en su oficina madrileña el primer día de sus merecidas vacaciones tras la gira Ana Belén y Miguel Ríos cantan a Kurt Weill.
Dispuesto a hablar no tuvo problemas en hacerlo sin prisas —nos saltamos la hora de la comida— y con rara sinceridad, mirando hacia atrás sin dejar de remachar que es un hombre bien apegado al presente. Miguel es alguien que ha sabido sacarle partido a cada momento que le ha tocado experimentar, una pieza fundamental del rock español.
Resulta inevitable cuando tienes delante de ti a Miguel Ríos empezar por su aventura personal: cómo un chico que todavía no había alcanzado la mayoría de edad legal dejó atrás su Granada natal y un cómodo empleo de dependiente para trasladarse a Madrid y hacer lo que nunca se había hecho aquí: grabar rock and roll en español.
¿Qué recuerdas de la tienda en la que comenzaste a trabajar?
Los Almacenes Olmedo, era un comercio de tejidos, pero a alguien se le ocurrió crear una tienda por departamentos y pusieron uno de discos y, junto a una chica que inevitablemente se llamaba Pepita, entré de aprendiz. Allí conocí todos los discos que nunca había visto en mi vida.
¿Qué edad tenías?
15 años y justo cuando cumplí 16 tuve contacto con mi primera compañía de discos. Era el vendedor de Philips, yo lo conocía de sus visitas a la tienda. Me había oído por la radio, en un programa que se llamaba Cenicienta 1960, lo hacía José María Manzeda y era realmente un programa de discos dedicados con noveles. Justo al lado de la tienda había un hotel, que todavía existe, el Meliá Nevada, antes el Hotel Nevada, y allí tocaba una banda, Los Nevada. Yo conocía al hermano del batería, que me dijo “¿por qué no vas y cantas con mi hermano, que quiere hacer un grupo de rock?”. Yo le sacaba los discos de la tienda, le hacía copias de Teen Tops, Chuck Berry, Paul Anka y, sobre todo, Elvis Presley. Con estos chicos hice una grabación que emitían en el concurso ese como si fuera un disco.
¿Una grabación? Sería con un magnetófono de una pista.
Claro, con los Philips aquellos que llevaban una chapa blindada con dos agujeritos. La grabación la hicimos en Radio Granada y era una versión de “Popotitos”. Lo primero que canté en público fue “Pity”, de Paul Anka. Uno de los hijos de los Olmedo, los de la tienda, tenía un conjunto en el que estaba quien hoy es dueño de Eurosonic, Sartorius, estudiaba farmacia en Granada. En el Club de Tenis canté con ellos “Pity” y otra que era “Io sono il vento”, una canción italiana que se llevaba mucho entonces, en la onda de Celentano. Bueno, con Los Nevada hice aquella cinta para la radio y el tipo la escuchó y me dijo, “¿Por qué no me das esa misma cinta y me la llevo a Philips?”.
Pura casualidad.
Sí. ¡Y me mandaron una carta diciéndome que querían grabar conmigo! Me despedí de la tienda inmediatamente.
EN TREN HACIA LA GLORIA
¿Qué pensaban tus padres?
Sólo tenía madre, y le pareció maravilloso. Claro, yo ganaba 325 “pelas” al mes y le decía: “Mamá, tengo que hacerme una vida”, y ella fue muy comprensiva. Sólo me advertía: “Hijo, lo que cantas es muy raro, ¿crees que con eso va a pasar algo?”. Y yo, “Sí, mamá. Ésta es una música nueva, moderna”. El caso es que, desafortunadamente, me fui de la tienda en verano, cogí un tren de madrugada, llegué a Madrid y la Philips estaba cerrada, era puro y duro agosto. Volví a Granada con el rabo entre las piernas. Llamé y hablé finalmente con Ricardo Fernández de la Torre, el director artístico, que me tranquilizó, “haremos el disco pero es que en verano no pasa nada”. Para mí fue insoportable la tensión en Granada porque le había contado a todo el mundo que iba a grabar el disco y el grupo de amigos me miraba como diciendo “éste es un embustero redomado, se ha despedido de la tienda, se le va a caer el pelo”.
Vaya situación…
Muy violenta, claro, y en casa explicando que sí, que aquello no era mentira, que iba a grabar y me iban a pagar. No pude resistir más y en noviembre volví y empecé a forzarles para grabar. El problema es que no sabían con quién ni qué podía grabar. Afortunadamente, existían los Teen Tops, que Philips editaba aquí, y si no llega a ser por los Teen Tops yo no grabo. Aparte de ellos, la otra referencia que tenían era Johnny Hallyday, y pensaron en empezar por cambiarme el nombre, Mike Ríos.
¿Lo pronunciaban “Maik” o “Mike”?
Nosotros decíamos “Mike”, yo supe que lo correcto era “Maik” un poco más tarde. En Granada, cuando salió el primer disco, me rebautizaron “Mike Pollas”; porque se dice mucho en lugar de “mira qué”, “mi’ qué”, y una de las frases de por allí es “¿mi’ qué pollas, dónde vas?”. Total, cuando llegué a grabar se buscó con quién y en esas apareció Filippo Carletti, lo más moderno que había entonces por aquí.
¿Torcuato y Los Cuatro nunca llegaron a tocar en España?
Sí, yo los llegué a conocer. Torcuato era realmente el nombre del contrabajo, del instrumento de madera; ninguno de los cuatro se llamaba Torcuato. Eran buenísimos, aquellos músicos italianos… Tenían un espectáculo magnífico, con un tipo que le daba vueltas al contrabajo, como hacían Bill Haley y los Comets.
INVENTANDO EL ROCK AND ROLL (EN ESPAÑA)
Siempre has hablado de las dificultares de aquel tiempo para conseguir repertorio.
Sí, era lo peor. Pero también fue muy difícil saber cómo se podía hacer un disco de este tipo, porque en Philips no habían grabado nada parecido.
¿No habían grabado ya Los Estudiantes?
Algo, pero en inglés o instrumental, y era un grupo. Corría el 61 y no había precedente de un tío que no tocara y que no tuviera sus propios acompañantes. Literalmente, nos preguntábamos cómo demonios hacerlo. Los músicos de estudio no tenían gracia, por eso mi pelea para poder grabar con Los Relámpagos fue ganada por la evidencia. El primer disco que hicimos fue con Filippo: “El twist”, “Pera madura”, “Cayendo lágrimas” y el “Twist de Saint Tropez”.
¿Era el Dúo Dinámico lo más pop que se había grabado hasta aquel momento en España?
Sí, en Barcelona, pero ellos eran más Everly Brothers, en plan rock no había nada. En Madrid no existían ni sitios donde tocar, ni gente que tocara. Lo bueno de aquel momento era que cada tres meses grababas un EP. Te tirabas un día o dos, el estudio estaba en el Paseo de las Delicias. Una fábrica de bombillas y electrodomésticos y al fondo tenían un estudio gigantesco, el más grande que he visto en mi vida.
¿Grababais a la vez voz y música?
Se grababa en lo que llamaban estéreo compatible, que consistía en doblar el mono, meter lo mismo en los dos canales. La mecánica era grabar todos de tirón, no podías hacer recordings. Con Filippo Carletti no tenías problema porque te ibas a ensayar con ellos en una boite en la que tocaban. Pero el segundo EP, “El anillito”, se hizo con orquesta grande y aquello fue terrible, porque tenía que cantar con todo el mundo tocando al mismo tiempo. Yo había ensayado con el maestro Berqui al piano, que trabajaba con Augusto Algueró en Philips, y en la grabación con toda la orquesta me cruzaba. Imaginaos: la nómina de todos aquellos tíos, yo cada vez más nervioso, acojonado porque aquello no salía, hasta el punto que se simplificaban mucho los arreglos, decían: “Bueno, esto le dificulta mucho, fuera”. Me acuerdo de que Máximo Baratas y Toni Areta tenían un cuarteto de voces y grabando “Bristol” ellos hacían “doo wop, doo wop” y yo tenía que cantar a la vez, por encima, y no sabía, era horrible, me iba hacia las voces de ellos, desafinaba… Terrible.
Una experiencia dura.
Durísima, no sabía nada en absoluto, pasaba de estar con un pianista a grabar con una orquesta de 20 tíos. Además, con la crueldad de los músicos de aquellos días: “¡Venga, ya está bien!, si este tío no lo puede hacer”. Tenían una galería de fotos con los artistas que grababan, el cantante alemán Freddy, Diamond Brothers, Carmen Sevilla y Augusto Algueró, las estrellas de la casa en aquel momento, y tú pasabas por allí y pensabas “bueno…”. Luego se consiguió que Ricardo Fernández de la Torre viniera a oír a Los Relámpagos, en el club Castelló, le preparamos una pequeña actuación.
SUSPENDIDO POR EL SINDICATO VERTICAL
¿Cómo conociste a Los Relámpagos?
En el examen para sacarme el carnet de profesional de Teatro, Circo y Variedades. Al examen llegabas con una partitura, se la dabas a un pianista que estaba allí, él tocaba y tú cantabas. Yo ya tenía los dos primeros discos en el mercado, pero me suspendieron y a Los Relámpagos los aprobaron. De tal forma que Pablo Herreros [componente de Los Relámpagos] me dijo: “En la próxima convocatoria, venimos contigo y te acompañamos”. A partir de ahí nos hicimos amigos, ensayábamos en casa de Pablo y venía José Luis Armenteros con la guitarra, más un batería. Nosotros ensayábamos y preparamos la actuación para los de Philips. A la vez íbamos a las editoriales a conseguir canciones para poder grabar en mejores condiciones.
¿Podías elegir las canciones?
Realmente las escogía Augusto Algueró, que te decía: “Que te enseñe Berqui unas canciones”, y éste: “Mira que canción más buena”. Oías una canción en inglés que te gustaba y tenías que esperar a que te la pasaran en español.
¿Quién las traducía?
C. Mapel, un personaje histórico, nunca lo conocí. Creo que era un seudónimo de Algueró para varios “negros” que trabajaban para él. Traducían todo. Tú le decías: “Augusto, ¿puedo cambiar una línea aquí?”. Y él: «Sí, sí, pero se lo preguntaré a C. Mapel, a ver qué dice”. C. Mapel nunca apareció y le pareció perfecto que hiciéramos todos los cambios que quisiéramos. Eso sí, sin tocar su derecho de adaptador.
LAS PENSIONES Y EL REPOLLO
Un chaval de tu edad se viene a Madrid y empieza a descubrir la vida y la ciudad. ¿Cómo lo recuerdas?
Recuerdo sobre todo muchas pensiones, un hartazgo de pensiones terrible. Cuando llegué por primera vez me quedé en casa de unos amigos de Granada, pero era una situación incómoda, yo había salido de mi casa para dejar de estar fiscalizado y de pronto aquí era lo mismo, “tienes que llegar a tal hora, y esto y lo otro”. Lo único que quería era ganar dinero por cualquier medio para irme a una pensión. Por cada disco nos pagaban 3.000 “pelas”, era un dinero, pero tampoco gran cosa, porque te tenía que durar hasta los siguientes tres meses: no había trabajo, no podías actuar, hasta que apareció el Price.
¿Cómo pasabas los días?
Yendo a las editoriales o ensayando para nunca tocar. A veces podíamos tocar en El Parral que era un tugurio por Ciudad Lineal donde se reunían las bandas, los “campanolos” y los “ojos negros”, para darse mamporrazos mientras tocábamos nosotros o Micky y Los Tonys. El resto del tiempo era buscar canciones, probar si la letra se podía retocar o intentando meter una canción tuya. Comenzaban ya a aparecer lo que se llamaron los “conjuntos”. Aparte de Los Tonys, salieron Los Pekenikes, Los Pasos y Los Sonor, con los que grabé bastante.
La mayor parte de los grupos eran de clase media-alta y sin embargo ahí estabas tú, un currelante de Granada.
Empezábamos a aparecer los proletarios. De todas maneras, los únicos con cierto pedigrí social eran Los Estudiantes y Los Pekenikes, dos grupos de universitarios. El resto era gente que estudiaba o trabajaba, pero que estaba ahí abriendo brecha. La sensación de que podíamos hacer algo vino cuando apareció la posibilidad del Circo Price. Porque con él llegó la gente, 400 o 500 personas que iban fijos. Eso sí, todo era muy frustrante, muy coitus interruptus, o eyaculación precoz, porque era cantar tres canciones, y para dentro.
¿Actuabais todos los domingos por la mañana?
Sí, hasta que apareció más gente, actuaban hasta Los TNT o Torrebruno, allí entraba todo. Era prácticamente la misma nómina de gente, el mismo cartel, yo cantaba alrededor de dos veces al mes. Eso me permitió empezar a acceder a las pensiones, porque nos daban 2.500 o 3.000 “pelas” por concierto, que nos repartíamos y salíamos a unas 500 “pelillas”. Llevábamos los instrumentos en un taxi, que nos costaba 150, y luego estaba la cazalla que nos tomábamos al lado del Price hasta la noche. No, no se ligaba… era un milagro si alguien ligaba.
¿Ése fue el primer dinero que ganaste actuando?
El primer dinero que gané fue en Gijón, en el Hotel Hernán Cortés. Tenía una discoteca y me contrataron, había salido el twist y yo era “Mike Ríos el Rey del Twist”. El rey porque no había otro, y contrataban eso, nada más y nada menos que al Rey del Twist. Entonces se hacían contratos de 10 días, llevabas las partituras de las canciones que hacías, la editorial sacaba unas partituras que mandaba a todas las orquestas. Podían no estar en tu tonalidad, y para poder cantar tenías que adaptarlas. Cuando fui a este sitio, por ejemplo, llevaba las partituras de la editorial para orquesta. Claro, grababas con una orquesta de veinte tíos y de pronto te encontrabas en directo a seis: un trompeta, un saxo, un batería y un piano, aquellos arreglos sonaban fatal… Al ser el único que hacía twist me contrataban en bastantes sitios, contrataban algo que era moderno, eso que salía en el No-Do: “La gente ha enloquecido en Nueva York con el twist”. Allí aprendimos los pasos de baile, en el No-Do, supimos que era una cuestión de caderas. Lo importante es que me pude escapar de la casa de los amigos de Madrid e irme a las pensiones, con todo lo terroríficas y tenebrosas que podían ser las pensiones de los 60 en este país. Siempre recordaré el horroroso olor a repollo.