Loquillo publica en «El Periódico», en sus habituales columnas de opinión en este diario, el artículo ‘Mi derecho de autor y de ciudadano’, un texto en el que reivindica el derecho de los autores a decidir sobre su obra; algo que de tan obvio cae por su propio peso, pero que en estos días merece la pena ser recordado. Con autorización de Loquillo, aquí lo reproducimos.
Texto: LOQUILLO.
Todavía recuerdo el impacto tras ver por primera vez El manantial, de King Vidor. En poco tiempo, tanto la película como la novela de Ayn Rand se convirtieron en mi credo personal. Cuando el desasosiego me atenaza, recurro a ella para inyectarme coraje y valor frente a los adversarios que la vida te coloca enfrente. Puedo decir que ya me sé los diálogos de memoria, es un conflicto antiguo: lo individual frente a lo colectivo. La historia de un creador que ve cómo su obra es manipulada, corregida y puesta a la venta por tipos sin escrúpulos. Algo muy en boga hoy, ahora mismo vigente: la red está llena de ejemplos, el autor vive en la indefensión absoluta. Dice Gary Cooper, Howard Roarck en El manantial: «Ningún creador estuvo tentado por el deseo de complacer a sus hermanos. Ellos odiaron el regalo que él ofrecía. Su verdad era su único motivo, su trabajo era su única meta. Su trabajo, no que se beneficiaran de él; su creatividad, no el beneficio que de ello obtendrían otros. El mantenía su verdad sobre todo y contra todos, seguía adelante sin tener en cuenta a los que estaban de acuerdo con él o a los que no, con su integridad como única bandera. Él no servía a nadie ni a nada, solo vivía para sí mismo, y solo viviendo para sí mismo pudo lograr las cosas que luego se han reconocido como la gloria de la humanidad».
Me pregunto si la solución de dinamitar el edificio que él mismo diseñó sería el ejemplo que tendríamos que seguir los autores para denunciar la situación que se da. Yo creo, como Roark, que solo el autor tiene derecho sobre lo creado; solo él debe decidir sobre su obra. Si quiere regalarla, compartirla o vivir de ella es asunto suyo y no de un colectivo de sabios o del vox pópuli que nos ve como chupópteros y nunca como trabajadores (del arte, que parece que es poca cosa). A mí me parece que ya está bien que tipos que no poseen ningún don creativo nos den clases de ciudadanía y de los derechos de los trabajadores, acusándonos de ser unos egoístas individualistas. El talento es un don que odia el que no lo tiene, Por eso intentan que la creación sea menospreciada.
Me llamarán ególatra. Y sí, como Morrissey digo; «Conocerme es amarme».
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Texto publicado originalmente en «El Periódico», el 4 de enero de 2010.