FONDO DE CATÁLOGO
«Un Sabina que va en busca de sus obras maestras que conforman su propio y particular camino de madurez como escritor de canciones»
Luis García Gil nos invita a desempolvar Mentiras piadosas, el disco con el que Sabina inauguró los noventa, preludio de sus obras maestras y el primero en el que empezó a construir su particular universo argentino.
Joaquín Sabina
Mentiras piadosas
ARIOLA, 1990
Texto: LUIS GARCÍA GIL.
Con Mentiras piadosas Joaquín Sabina entra en su década gloriosa, la de los noventa, que dio a luz su disco más emblemático, 19 días y 500 noches, desmenuzado con maestría por Juan Puchades en la colección elepé de Efe Eme. Sabina viene de los febriles y excesivos ochenta. Se ha movido como pez en las aguas de la modernidad madrileña en el contexto que propicia La Movida, hoy sometida a la lupa del revisionismo.
Hijo de La Mandrágora, poeta y retratista de la noche, tratadista urbano, cantor de la marginalidad, Sabina cobija en Mentiras piadosas sus muchos mundos y su inquietud no solo lingüística sino sonora, en una obra de transición con buenas canciones, pero exceso de bisutería, como apunta Julio Valdeón en su extraordinario Sol y sombra, también en Efe Eme. De todas las canciones del nuevo disco despuntan, entre otras, “Con la frente marchita”, clásico inmarchitable que entra en el oído y el corazón a la primera. Como “Eclipse de mar”, firmada con Luis Eduardo Aute y trabajada en Argentina, donde Sabina y Pancho Varona se fueron a perfilar el disco, sin que las musas porteñas fueran muy propicias que se diga. De regreso a Madrid había que seguir preparando nuevas canciones que dieran sentido al disco.
“Con la frente marchita” preludia esa argentinidad que, más adelante, sería tan importante para comprender su universo. A Mentiras piadosas llega ya, como parte de su cocina creativa, Antonio García de Diego. El disco se graba en los estudios Eurosonic con parte de la banda del Rock & Ríos, toda una declaración de intenciones. Ahí están, además del ya fijo García de Diego, el batería Sergio Castillo y el guitarrista John Parsons.
Mentiras piadosas se abría con una joya, “Eclipse de mar”, que arranca con majestuosidad: «Hoy dice el periódico que ha muerto / una mujer que conocí / que ha perdido en su campo el Atleti / y que ha amanecido nevando en París…». En una sola estrofa nombra a una mujer, muestra su pasión balompédica por el Atlético de Madrid —al que terminará escribiéndole un himno— y evoca un París nevado, que no con aguacero, aunque dejando siempre clara la influencia del poeta peruano César Vallejo. Sabina indaga en las noticias de la prensa, pero en el fondo quiere dar noticia de un amor enmarcado en la melancólica estampa de un lunes marrón. Un suceso amoroso que no aparece ni en los rotativos ni en los partes radiofónicos. “Eclipse de mar” será tempranamente grabada por el rosarino Juan Carlos Baglietto y también la harán suya en versión compartida Ismael Serrano y el grupo Funambulista en uno de los discos de homenaje dedicados a Sabina.
La hija del naviero Aristóteles Onassis inspira “Pobre Cristina”, segundo capítulo del disco. «Era tan pobre / que no tenía más que dinero…». La canción se resume en ese arranque y asume su condición de pieza menor, juguetona y ripiosa. No hay porqué ser sublime sin interrupción. El Sabina de estos años ofrece discos que se dispersan un tanto en lo creativo, y que pueden pasar sin sonrojo del estribillo pop del «Cris, Cris, Cristina» a la maravilla de “Y si amanece por fin”. Lírica del instante amoroso, del ahora carnal, de la noche febril que no exige de un mañana, de ataduras o compromisos futuros con quien ha de compartirse ese momento. Sabina huye de romanticismos y entona un carpe diem de deseo pletórico.
El disco no remonta excesivamente el vuelo en las siguientes canciones. “El muro de Berlín” no deja prácticamente poso. Es mejor “Mentiras piadosas”, que da título al disco y cuenta con este estribillo que funcionaba como estandarte del disco: «Y así fue como aprendí / que en historias de dos / conviene a veces mentir / que ciertos engaños son / narcóticos contra el mal de amor»
En este disco, su instinto de cronista de vidas particulares tiene un ejemplo evidente en “Con un par”, dedicada al madrileño Dionisio Rodríguez Martín alias El Dioni, el guardia jurado de la picaresca hispana que, en 1989, se llevó a Brasil 300 millones de pesetas del furgón de seguridad que él mismo vigilaba. Buscaba imitar la vida de lujo de su ídolo Julio Iglesias. Atento a estos detalles, rubrica una canción salsera para un Guzmán de Alfarache contemporáneo. A la argentinidad manifiesta de “Con la frente marchita”, añade aquí un indudable regusto cubano.
Mucho mejor que “Con un par” funciona “Corre, dijo la tortuga”, una de esas canciones a las que hay que entregarse como uno se entregaría a una sesión de hipnosis. Valdeón la califica en su libro sabiniano de «desasosegante y hermosa». No encuentro mejor definición para esta canción, en la que el autor establece un juego consigo mismo, un diálogo enfebrecido frente al espejo en el que se asumen las humanas contradicciones que todo hombre o mujer lleva consigo. Somos quien somos y nuestro contrario, en esa dualidad existencialista muy Gil de Biedma. “Corre, dijo la tortuga” brilla en el conjunto del disco, briosa composición que tendrá pasados los años una versión estupenda de la mexicana Julieta Venegas.
Sabina suele funcionar en la retahíla, en la fruición de la canción que se desata sin complejos. Le perdonamos hasta los ripios del «sentados en corro merendábamos besos y porros» cuando compone obras maestras como “Con la frente marchita”. Como un tanguista de los madriles, cuenta una historia amorosa de exilios y nostalgias, tamizada por varias referencias políticas y culturales. Todo un caleidoscopio en el que interioriza la propia intrahistoria argentina con versos tan rotundos como aquellos en los que canta que «No hay nostalgia peor / que añorar lo que nunca jamás sucedió». El título de resonancia gardeliana sumado al genio de Varona y de García de Diego —que rubrica el estribillo— más los aires de milonga redondean la pieza.
Con Mentiras piadosas entra en Argentina, con todo lo que ello tendrá de simbólico, de trascendente. El disco pasa de “Con la frente marchita” al rock and roll desprejuiciado de “Ataque de tos” que a su vez preludia otro momentazo que protagoniza “Medias negras”, una de las muy grandes canciones de la catedral Sabina. Guiños a Dylan, instrumentación justa y necesaria e inspiración a raudales para contar una historia de amor. De nuevo la metáfora del colchón y la ausencia de la amada entre las sábanas. “Medias negras” es el relato en tiempo de blues de una femme fatale que despluma al cantor de madrugadas que se creyó Steve McQueen, otra de las referencias cinéfilas de Mentiras piadosas, como la de Nueve semanas y media, taquillazo de finales de los ochenta, en “Y si amanece por fin”.
Curiosamente, fuera del vinilo —pero no de la edición en cedé— se quedaron dos canciones. Una es “Ponme un trago más”, una canción etílica, melancólica, de noche y desamor con espíritu de Nueva Orleans, clarinete, trombón y aires cabareteros. De este curioso swing, germen de futuras creaciones sabineras, se pasa al medio tiempo de “A ti que te lo haces”, donde se juntan John Parsons, Marcelo Fuentes, Sergio Castillo, García de Diego, Jaime Asúa y Varona. Casi nada. Todos ellos contribuyen a que Mentiras piadosas sea un disco que indudablemente supone un avance en la obra de Sabina, que va en busca de sus obras maestras que conforman su propio y particular camino de madurez como escritor de canciones y referente de nuestra música popular.
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Anterior Fondo de catálogo: Closer to the bone (2009), de Kris Kristofferson.