LIBROS
«En el campo de las ideas, confiesa una visión agria de la vida y desarrolla argumentos apocalípticos»
José Luis Cuerda
Memorias fritas
PEPITAS DE CALABAZA, 2019
Texto: CÉSAR PRIETO.
Nadie duda de que la vida de José Luis Cuerda ha sido rica en experiencias. Un director de cine con cuarenta años de carrera, que ha estado en todos los festivales, que ha conocido a multitud de colegas y actores, que —sin llegar a ser nunca masivo, aunque sí querido por una inmensa minoría—ha trabajado con los más grandes, debería llenar sus memorias de anécdotas. Pues bien, no lo hace. Sin que eso resulte devaluativo, traza un recorrido por sus andanzas biográficas e ideológicas, marcando así sus trabajos y sus ideas sobre ellos como eje que las sustenta.
¿Significa ello que son poco aprovechables? No, simplemente que no son morbosas, sino un recorrido por su vida y sus ideas. Es sabido que es albaceteño y que procede de una familia de campesinos. España, en los 50, sobre todo en zonas rurales, era pródiga en episodios de calado absurdo que comenta y ante los que sus películas más surrealistas se quedan cortas. Cuenta alguna anécdota de ese mundo, así como del colegio religioso donde estudia, que también da mucho juego, entre lo hilarante y lo dramático. En el ámbito familiar, su madre muere y su padre se convierte en uno de los mejores jugadores de póquer de España. Sin bromas, es capaz de ganar al juego un piso en el madrileño Paseo de la Habana.
Los siguientes pasos son los de un joven de los sesenta con inquietudes. Afiliación al Partido Comunista, estudios de Derecho que no llega a sacar adelante y el impulso de ir a la Escuela de Cine, en el que lo suspenden varias veces. Así que su padre, con contactos debidos al juego, lo enchufa en televisión. De primeras, hace reportajes y programas culturales, pero pronto se cansa y empieza a trabajar como colaborador externo, dirigiendo El túnel, de Ernesto Sábato, con lo que también acaba asqueado.
Una jugada maestra le planta ante su futuro. Su amigo Félix Tusell, heredero de una productora, le ofrece presupuesto para una comedia —Pares y nones— y a raíz de su estreno, desde televisión le encargan un mediometraje para presentar en festivales. Es entonces cuando surge esa maravilla que es Total, puro surrealismo ibérico. Ahí se topa con uno de sus caminos.
A partir de ese momento, encara una carrera cinematográfica en la que rinde culto a directores como Berlanga y a actores como Manuel Aleixandre, y tras la que codirige una productora —Las producciones del Escorpión— desde la que impulsa las películas de Alejandro Amenábar. Segundo campo de aciertos, pues. El tercero es su entrada en el negocio del vino en una pequeña bodega galega, tierra a la que le ha cogido un profundo amor. Sus páginas más sentidas van para ella.
En el campo de las ideas, confiesa una visión agria de la vida y desarrolla argumentos apocalípticos: corrupción e insolidaridad son los nuevos jinetes. También se adscribe a la nueva religión del Twitter, como antítesis de algo que detesta: la engolada trascendencia. En el fondo Cuerda es muchos Cuerdas, en sus ideas y algunas de sus películas un implacable moralista, pero también un luminoso goliardo que, aunque no lo sepa, está fascinado por la vida y lo bello de sus extrañas rarezas, por lo maravillosos que podemos ser, cuando nos ponemos, los seres humanos.
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Anterior crítica de libros: Líneas paralelas, de Xavier Valiño.