Melódico: Un batiburrillo

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«Creo que Melódicos con sus aciertos confunde. No contextualiza algunas de aquellas canciones»

 

En ese tributo a la canción melódica que pretende realizar la serie Melódico de Movistar+, Luis García Gil encuentra aciertos, pero también carencias, confusiones e incongruencias. En este artículo expone los motivos.

 

Texto: LUIS GARCÍA GIL.

 

Es digna de valorar una serie como Melódicos en Movistar +, lleno de entusiastas indies que de pronto descubren el valor de nuestra música melódica y lo modernos que eran Raphael y Julio Iglesias en los años sesenta y setenta. Tres entregas en las que se reivindican figuras fundamentales de nuestra música popular como Augusto Algueró, Manuel Alejandro o Juan Carlos Calderón. Dicho lo cual me parece que una vez vistos los episodios la sensación que me queda es más bien de batiburrillo melódico y de equívoco a la hora no solo de definir un concepto, sino de desarrollarlo.

Que pasemos sin solución de continuidad en el segundo capítulo de la serie de “Mi querida España” de Cecilia al “Bailar pegados” que popularizara Sergio Dalma ya da una idea del batiburrillo en el que la bienintencionada serie incurre. ¿Es lo mismo Cecilia que Dalma? ¿Puede mezclarse la Pantoja con Cecilia o Rocío Jurado con Mari Trini? La respuesta es tajantemente no. Y esto no significa poner por delante a Cecilia o a Mari Trini, sino tratar de subrayar que no podemos mezclar cantautoras con intérpretes y, que a partir de que decidimos que esas cantautoras deben estar dentro de las melódicas, pues ya estamos abriendo el camino a incorporar en esa relación de nombres a Serrat y a Aute, cantautores profundamente melódicos que incluso se cruzaron con Juan Carlos Calderón o con Augusto Algueró, tal como cita el sapiente José Ramón Pardo, uno de los pocos que trata de no equivocar conceptos.

Y es que hay una lucha, que al menos suelo sostener con argumentos, para que el concepto cantautor no sea una etiqueta restrictiva, que solo nos lleve a pensar en Paco Ibáñez, y no englobe exclusivamente en los años sesenta y setenta a un tipo con guitarra soltando dogmas y panfletos, tal cual Aute lo parodió en su “Autotango del cantautor”.

Creo que Melódicos con sus aciertos confunde. No contextualiza algunas de aquellas canciones. Mete en el mismo cesto a Julio Iglesias y a Cecilia. No refuta la boutade de Raphael –tantas veces repetida– en la que quiere hacernos creer que “Digan lo que digan” es la primera canción protesta, lo que es un insulto para determinada canción comprometida del momento, que contribuyó indudablemente a las conquistas de las libertades democráticas en nuestro país. Porque no es lo mismo el “Libre” de Nino Bravo que el “Para la libertad” de Serrat de su disco dedicado a Miguel Hernández en 1972. Y “Para la libertad” es también, por supuesto canción melódica, si sabemos ampliar el concepto, como también hay que ampliar la visión que tenemos de los cantautores.

Pienso que Melódicos incurre en varias paradojas. Pero la principal es meter ahí a Cecilia, alguien evidentemente mucho más cosmopolita que la Jurado, con unas influencias más amplias, y que en 1972 decía que todos los cantautores debían partir de Serrat. Por eso la extraordinaria “Me quedaré soltera” no existiría si antes no existe “La tieta” serratiana.

 

«Incurre en varias paradojas. Pero la principal es meter ahí a Cecilia, alguien evidentemente mucho más cosmopolita que la Jurado»

 

La pregunta pertinente sería ¿Qué es melódico? ¿Y qué no lo es? Escuchamos a Fernando Neira y sabemos que todas sus apreciaciones son interesantes. El problema es cómo todo lo que nos cuentan Pardo y Neira encaja en el relato. El problema es mezclar a Mari Trini con Rocío Dúrcal, no atendiendo a que la murciana es una cantautora en forma y fondo en los setenta, y que “Yo no soy esa” es hija de ese concepto, de esa búsqueda, de esa reivindicación sin dejar de ser melódica. Ahí radica la clave y es lo que se nos hurta en la narración.

Por eso Serrat apenas es citado –solo Pardo lo hace– y eso que suena “Penélope” en la melodía de Algueró con lo importante que fue la letra serratiana. Y tampoco se cita a Luis Eduardo Aute, hombre de melodías imperecederas, y en cambio sale Massiel cantando “Rosas en el mar”. Y cuando se habla de Ana Belén, de manera un tanto forzada, no se cita a Víctor Manuel, otro cantautor de importantes melodías. Insisto que la impresión es de batiburrillo y de reivindicación de unos artistas, mientras otros siguen sufriendo desconsideración y olvido. ¿Por qué no se menciona a Juan Pardo, un compositor melódico excepcional? ¿Y Alberto Cortez? El argentino escribió para Raphael y tiene baladas extraordinarias.

Al final todo se simplifica. Eso sí tenemos momentos musicales que merecen estimación en los que se abordan algunos clásicos melódicos. Por ejemplo, Cristina Rosenvinge cantando “La gata bajo la lluvia” que expandiera por tierra, mar y aire Rocío Dúrcal. Todas esas versiones, unas más jugosas que otras, van llegando, mientras de pronto se mezclan de manera extraña y apresurada Massiel con María Dolores Pradera y con Lolita.

Me gustan los apuntes siempre certeros de Shuarma o de Enrique Bunbury y su manera de reivindicar la figura de Manuel Alejandro. Su interpretación de “Frente a frente” dejó claro hasta qué punto siente como propio su repertorio. Pero no me convence que los conceptos se traten a la ligera y que Cecilia aparezca donde no le corresponde, o al menos sin la explicación de las fuentes de las que siempre bebió como cantautora. De pronto suena “Tu nombre me sabe a yerba”, en la versión de Marisol, canción tan pop como melódica, pero nadie dice que es de Serrat, porque entonces el enriquecedor cruce de conceptos echaría abajo la concepción de Melódicos, que con todo, insisto, deja una sensación de batiburrillo.

Y entre las mujeres citadas y nombradas ¿Cómo es posible olvidar lo que supuso Maria del Mar Bonet? ¿Cómo no abrir la mirada más allá de la música compuesta en castellano? Hubo un momento en este país en el que las etiquetas no encorsetaban y en el que los géneros se cruzaban de una manera natural. De esa heterogeneidad dio cuenta Jordi Sierra i Fabra en un libro setentero titulado Mitología pop española. También se advertía esa amplitud de conceptos en la revista Mundo JovenMelódicos quiere abarcar mucho, pero mete con calzador a Mari Trini y Cecilia y de pronto ahí el discurso musical pretendido hace aguas. Lo que hubiera faltado es considerar a uno de los entrevistados, el inane Bertín Osborne, como heredero de la mejor música melódica española. Menos mal…

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