Meet The Lostines, de The Lostines

Autor:

DISCOS

«Canciones de dormitorio, experiencias íntimas, amigas de Nueva Orleans y de hogueras por la noche»

 

The Lostines
Meet The Lostines
GAR HOLE RECORDS, 2024

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Suele pasar que el primer disco de un grupo —por la novedad, porque siempre es agradable conocer una nueva personalidad pop— sea valorado con curiosidad por el público. Incluso cuando la novedad no es tal, puesto que un disco nuevo de un grupo nuevo a menudo se engancha a sonidos antiguos. Es lo que sucede con el primer elepé de dos muchachas —Casey Jane Reece-Kaigler y Camile Wind Weatherford— que se conocieron en Nueva Orleans, decidieron formar un dúo, tocaron durante un tiempo en la calle y han conseguido con este primer elepé ser la sensación del circuito de clubs. Y es comprensible desde que se escucha “A tear”, puro Motown, con su entrada de bajo y su hammond ambientando todo, entre un disco de Carole King en solitario y cualquier grupo de Berry Gordy Jr. Con su estribillo, las Ronettes harían verdaderas maravillas. No es lo habitual, muchas de las canciones se inclinan por tiempos medios y lentos y por hálitos country, los que tiene “Afterparty”, precisa, de manual, para una line dance perfecta.

También sigue esa estela “Southwest Texas”, al más puro estilo country rock y con fraseos similares al “Return to the grievous angel” de Gram Parsons. En ocasiones, la música vaquera se tiende al lado del soul, como en “Neon lights”, una perfecta sinfonía con varias texturas que sigue el sendero de grandes damas como JanisIan, Melanie o Tracy Chapman, con puentes y fondos que parecen de juguete. La misma alma de country soul potente posee “Come back to my arms”, con coros que levantan la canción, góspel reposado —empieza hasta con órgano de iglesia— y un maravilloso crescendo. El “Stand by me” y la joven Aretha Franklin están detrás de ella.

Las referencias son amplias y variadas. “Full moonnight” es una impresionante balada de llorar que tanto hubiera podido coger Sinatra como Neil Young para una versión. Hay un piano delicado, acariciante, que hace que se pare el mundo los cinco minutos que dura la canción, clásica a no poder más. También estremecedora es “Eye for an eye”, un drama no de venganza sino de recompostura tras el amor perdido, con unos susurros que enamoran y un perfecto ensamblaje de las voces que pone la piel de la gallina.

Hay siempre unas gotitas Beatles. “Playing the fool”, con todo el regusto clásico, nos traslada a 1965, al primer disco del grupo de Liverpool, al “Octopus garden”. Sin que lo parezca, es deudora de los Beatles totalmente. También lo es “Last night”, una caja de música con algo de oriental y del “Goodnight”. Algo también de este aire se conserva en “No mama blues”, una pieza propia de damas del jazz, que en el estribillo se convierte en un buen chorreo de Mersey Beat y con unos teclados finales que rozan el cielo. Y también hay eco de los Beach Boys en “Frankie & Eva”, con un intermedio de cuerdas que recorren los nervios para dulcificarlos.

Un disco para conseguir sensaciones optimistas, con letras que hablan de la confianza en el amor tras las decepciones y sonidos que reconocerán a la primera, reconfortantes y eclécticos, llenos de esperanza en las letras y de belleza en las melodías. Son eso, canciones de dormitorio, experiencias íntimas, amigas de Nueva Orleans y de hogueras por la noche. Canciones de esas que, mientras las escuchas, te acarician con sus dedos. Como si las conocieras de toda la vida.

Anterior crítica de discos: My light, my destroyer, de Cassandra Jenkins.

 

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