Medicine at midnight, de Foo Fighters

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DISCOS

«Apenas hay rastro de disrupción respecto a lo que lleva siendo su fórmula desde hace un poco más de 25 años»

 

Foo Fighters
Medicine at midnight
RCA/SONY MUSIC, 2021

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Los experimentos se hacen con gaseosa en el mundo de Foo Fighters. Porque si esto es su Let’s dance (David Bowie) particular, tal y como afirma Dave Grohl, o su forma de adentrarse en el territorio disco, mejor será que nos quedemos sin saber cómo sería su incursión en la electrónica, en el folk andino o en la música klezmer: no cambiarían mucho las cosas. Su legión de seguidores puede respirar tranquila. En esencia, más allá del desparpajo empático con la tradición glam que se gastan en “Making a fire”, un corte que, con sus insidiosos riffs de guitarra y sus coros femeninos, podría perfectamente llevar la firma de Lenny Kravitz, o del ritmo juguetón que coquetea con el funk en el tema titular, puede que también detrás del cosquilleo inicial en reprise y las segundas voces del inicio de “Cloudspotter”, apenas hay rastro de disrupción respecto a lo que lleva siendo su fórmula desde hace un poco más de 25 años, esas bodas de plata que no han podido celebrar porque la pandemia les ha conminado a retrasar la publicación de este décimo álbum casi un año y a posponer su multitudinaria gira.

Repite Greg Kurstin a la producción de nueve canciones que al menos tienen la virtud de ahondar en el desenfado, en la pulsión recreativa en tiempos tan necesitados de rebaja de drama como estos, en la intrascendente jarana de su arena rock para todos los públicos elevada al cubo. Por mucho que en ocasiones a Grohl se le siga yendo la mano cuando trata de ponerse serio, porque “Waiting on a war”, con sus pomposos arreglos de cuerda y ese estribillo que tiende a la socorrida onomatopeya infinita, sea más pretenciosa que escuchar a un futbolista hablar de percutir sobre el área. Por mucho que su pretendido tributo a Lemmy Kilmister en “No son of mine” se quede en un “Ace of spades” versión Disneylandia. En realidad, si nadie está obligado a dar más de lo que promete, cumple de sobra. Puede que, con suerte, dos o tres de sus cortes arrebaten al personal, pero el resto servirán para que la parroquia se acerque a la barra a pedir otro cubalitro o bien se desvíe al excusado para cambiarle el agua al canario en sus próximos bolos. Que lo veamos.


Anterior crítica de discos: Notes from Vinegar Hill, de Herman Düne.

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