COMBUSTIONES
«Un trabajo importante. Repleto de canciones inspiradísimas, melodías arrebatadas, arreglos precisos y letras emocionantes»
El nuevo trabajo de Mavis Staples, We get by, lleva a Julio Valdeón a escribir unas líneas sobre esta leyenda del góspel, el soul y el blues, que ha contado en su último trabajo con la producción de Ben Harper.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Les va a ser complicado encontrar a una artista octogenaria más hiperactiva y currante que Mavis Staples. La diosa del góspel, el soul y el blues lleva imparable desde 2010. Cuando firmó con Jeff Tweedy el inolvidable You are not alone. Bueno, en realidad los cimientos de la racha ganadora son de 2004, fecha de salida del estupendo Have a little faith. Producido por Jim Tullio y ella misma para el sello Alligator. Un artefacto burbujeante que actualizaba las enseñanzas de la mujer que arrancó a cantar sin alzar apenas un palmo, de la mano de sus hermanas y su padre, el gran Pops. La resurrección siguió con We’ll never turn back, de 2007, bajo la dirección de un Ry Cooder que concibió junto a la vocalista pluscuamperfecta un robusto homenaje al movimiento por los derechos civiles. Pero fue con Tweedy, con el que vuelve a colaborar en el notable One true vine (2013) y el extraordinario If all I was was black (2017) cuando Staples encontró a un productor y compositor asombrosamente cómplice. Entre medias hubo una rodaja, estupenda, con M. Ward, Livin’ on a high note, en 2016, y dos directos, uno en 2008, Live at the Hopeout, y otro este mismo año, Live in London.
Por si fuera insuficiente, Mavis tiene nuevo álbum de estudio, We get by, escrito y producido por Ben Harper, que figura desde el mismo día en que fue publicado entre lo más destacado del año. Desde la feroz y machacona “Change”, a la esperanzada y rutilante “One more change” estamos ante un trabajo importante. Sinuoso y dúctil. Repleto de canciones inspiradísimas, melodías arrebatadas, arreglos precisos y letras emocionantes. Cosido todo por el pegamento de una producción elegante y ruda, y una voz, una forma de decir y cantar, que es escucharla y creerte que acabas de volar hacia la luna de la cosecha o zarpar en un velero junto a Corto Maltés, bañarte en el mar una noche de agosto o tomarte una ración del mejor y más combustible veneno.
Una voz que no abusa, y mira que podría, de sus inmensos poderes. Una voz que no duerme, que acosa con visiones de arrabales temerosos de la balasera y parques con quemaduras de verano donde juegan y mueren los niños del gueto. Una voz, un caramelo más bien, un terciopelo, un trueno, que cita en cada inflexión y frase cielos desmadejados, callejones empapados de brea, coros de iglesia baptista y ecos recién exprimidos en el pantano más perdido y oscuro de Louisiana. “We get by” te tumbará por melancólica, con “Brothers and sisters” tendrás visiones de coches que arden y sirenas que aúllan, problemas en la tierra y gritos de angustia, la guitarra de “Heavy on my mind” se anuda a la garganta de Mavis como si fuera una boa de acero y “Never needed anyone” es una declaración de amor tan recia y dulce que apetece creer en algo bueno, algo indulgente, algo verdadero y hermoso. Tan exacto y bello como este disco. No es fácil superar la condición de mito en vida ni sortear la tentación del momio al que pasean mientras repite una y mil veces el catálogo de trucos. Mavis Staples, como antes Solomon Burke o Johnny Cash, como Betty Lavette en su obligatorio disco de versiones dylanitas, lleva en ello década y media. Vistos los resultados incluso me atrevo a asegurar que lo mejor está por llegar.
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