Matthew Sweet: Salir con la sonrisa puesta

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«El cuarteto rayó a un nivel tan notable que puede decirse que no se le recuerda por estos pagos una gira tan solvente»

 

Valencia acogió el pasado domingo la última cita española del estadounidense Matthew Sweet, una de las grandes figuras del power pop norteamericando de los 90. Viéndole en directo estuvo Carlos Pérez de Ziriza.

 

Matthew Sweet
Sala Loco Club, Valencia
15 de diciembre de 2018

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Foto de portada y segunda foto: MARÍA CARBONELL.
Última foto: SUSANA GODOY.

 

Hay algo enternecedor, pero en este caso profundamente atenuante, en el hecho de ver a un puñado de gente que enfila (o supera) los cincuenta entonando a voz en grito melodías joviales que desglosan los flecos más ingratos del amor en su versión más bisoña, como si de eternos adolescentes se tratara: las canciones que facturó Matthew Sweet durante la primera mitad de los años noventa se ganaron el cielo porque se inscriben en una tradición que no ha de justificarse a sí misma, esa que siempre fundió un irreprimible fulgor melódico con guitarras de alto octanaje.

 

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«Son las canciones, claro, pero también es cómo y con quién se defienden»

 

Había bula más que acreditada, pues, para que las cerca de 400 personas que abarrotaban el Loco Club enloquecieran durante una hora larga en el que además era el último de sus siete bolos en nuestro país. Se notó que el bueno de Sweet llegó con el depósito casi en reserva –le faltó voz–, aunque no importó demasiado, porque el cuarteto rayó a un nivel tan notable que puede decirse que no se le recuerda por estos pagos una gira tan solvente. Échenle la culpa (en parte) a un último trabajo que es de lo mejor que ha facturado en lustros (el desengrasante Tomorrow’s daughter), aunque apenas necesitara tirar de él en directo, y (sobre todo) a ese descomunal guitarrista que es Jason Victor, el hombre que –reconozcámoslo– marca la gran diferencia respecto a otras visitas más desvaídas.

Secundado por sus habituales fieles Ric Menck y Paul Chastain (base rítmica de Velvet Crush) y pertrechado por el guitarrista que tantas exhibiciones nos ha regalado –acompañando a Steve Wynn, en la misma sala hace trece años, o ya con The Dream Syndicate en otro recinto al norte de la ciudad hace seis– , el de Nebraska no tuvo más que dejar gotear algunas de las irreprochables canciones de los últimos tiempos (“Pretty please” o “Trick”) sin que estas destiñeran al lado del material de más fuste: palabras mayores como la ternura infinita de “Winona”, el poderío incandescente de “Divine intervention” (con Victor logrando que nadie echara de menos a Richard Lloyd), el desvalimiento de una “You don’t know me” que levantó – sorprendentemente– la cabeza con un final digno de los Crazy Horse o el desarmante cortavenismo de “Someone to pull the trigger”, otra melodía igual de perenne.

 

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«Se vio meridianamente claro desde un primer momento que tenía claro el anhelo de su público y no debía perderse en material de fogueo»

 

Se agradeció que en ocasiones, dentro de esa bendita ecuación de la que es un consumado maestro, el power superase a veces al pop. Y se vio meridianamente claro desde un primer momento que tenía claro el anhelo de su público y no debía perderse en material de fogueo. Matthew Sweet salió con la sonrisa puesta haciendo salir de allí al personal con la misma boba mueca de felicidad. Lógico, teniendo en cuenta que enlazó “I’ve been waiting” y “Sick of myself” (posiblementes sus dos mayores dianas) y remató la faena en el bis con “Devil with the green eyes” y “Evangeline”. Son las canciones, claro, pero también es cómo y con quién se defienden. Una gozada.

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