“Suelo trabajar en el desierto vacío. Tecleo la máquina cuando sopla el viento. Un viento a veces tranquilo y a veces furibundo. Es entonces cuando llamo a Ingunn y le digo: “¡Tengo un tema!’”
El músico de Minneapolis acomete el último tramo de su gira española, que le lleva este jueves 19 a Valencia (sala Wah Wah), el 21 a Murcia (Sala Musik) y el 22, a Barcelona (Teatro Ateneu Els Hostalets de Baleny). Antes de marcharse, Eduardo Tébar habla con él de su carrera y su nuevo disco, “Good-bye Lizelle”.
Texto: EDUARDO TÉBAR.
Vive Mark Olson (Minneapolis, 1961) sumido en una feliz armonía creativa con su actual pareja, la cantante nórdica Ingunn Ringvold, dieciocho años más joven que él. Como en el tópico literario, llevan una actividad errante y trabajan con una máquina de escribir antigua. “Es la vieja máquina de mi abuela”, apunta el cofundador de Jayhawks. Y la misma que aparece en el videoclip de ‘Poison oleander’, single que remite a su pasado glorioso con Gary Louris. Mark e Ingunn presentan estos días en España el cancionero de “Good-bye Lizelle”. La bohemia es real: el álbum se ha gestado entre Sudáfrica, Armenia, República Checa, Finlandia, Noruega y Estados Unidos, con breves ecos de las sonoridades de estos países por el camino. Pero que nadie se asuste. Al final, predomina la esencia compositiva de Olson. Folk de melodías suaves y un terso abrigo vocal femenino que le sienta como un guante a medida.
Hasta aquí el relato épico. En realidad, la terca burocracia estadounidense determinó el proceso. “Tuvimos que esperar cinco años para que Ingunn pudiera residir. Así que exploramos otros lugares. Noruega y Finlandia son como su hogar, espacios agradables para nosotros. En Finlandia conservamos amigos; el verano allí es hermoso. La verdadera historia del álbum pertenece a Armenia y Sudáfrica. Fuimos a Armenia con un colectivo norteamericano, la fundación Paros. Es el lugar más bello del mundo. La música es increíble. Ingunn aprendió a tocar el qanon (arpa autóctona) y yo aprendí a tocar el tambor. La historia de Armenia es muy profunda y esclarecedora. Ayuda a comprender la situación en la zona. El legado cultural de esta civilización impresiona. Dejamos muchos amigos allí y espero volver algún día. Tengo otro amigo de toda la vida en Sudáfrica. Ingunn y yo nos casamos allí. Nuestra estancia se alargó cinco meses. Allí grabé ‘Cherry thieves’, los ladrones de cerezas, con una cámara pequeña. En Sudáfrica se hablan once idiomas oficiales. Es demasiado impresionante como para resumirlo en esta entrevista”.
A Mark Olson le estimula cambiar de aires. “Es lo que me enchufa la mente. ¡Al menos cuando el cambio de paisaje es de verdad!”, explica en medio de su apretada agenda, que incluye catorce conciertos en la península. “Mi abuela fue una gran mecanógrafa. Nunca le faltó el trabajo en ninguno de los lugares en los que vivió gracias a sus excelentes habilidades para la escritura. El drama de hoy es que hay gente talentosa sin empleo. Por culpa de políticos y banqueros, se está desperdiciando el potencial de muchísima gente valiosa. Creo podríamos habitar un mundo mejor. Estamos perdidos en la confusión y en la duda. Todo esto lo tengo presente antes de atrapar las palabras para una nueva canción. Entonces me veo en un laberinto gigante, en un rompecabezas. ¿Cómo puedo aliviar a esta generación vapuleada? ¿Cómo me puedo salvar a mí mismo?”.
Nombre referencial del country alternativo de las tres últimas décadas, Olson abandonó a los Jayhawks a mediados de los noventa para retirarse con su primera esposa, la cantautora Victoria Williams, en una casa que él mismo reformó en el desierto de Joshua Tree. Admite que sigue el ritual bohemio de escritor con Olivetti polvorienta. Se pone poético. “Suelo trabajar en el desierto vacío. Tecleo la máquina cuando sopla el viento. Un viento a veces tranquilo y a veces furibundo. Es entonces cuando llamo a Ingunn y le digo: ‘¡Tengo un tema!’. Después nos vamos al patio, bajo el olmo siberiano, en busca de la música. Nos sentamos al piano y empezamos a escarbar melodías. La música espanta las dudas y trae alegría”.
“Las canciones tienen la capacidad de elevar el alma. Eso no tiene nada que ver con el rock o con el ‘americana’. Me motivan más los poemas, los sonidos de la naturaleza, la charla con los amigos… Cosas ajenas al negocio de la música”
Parece que Olson acude a la esencia, sin la perezosa disquisición del género “americana”. “Las canciones tienen la capacidad de elevar el alma. Eso no tiene nada que ver con el rock o con el ‘americana’. Me motivan más los poemas, los sonidos de la naturaleza, la charla con los amigos… Cosas ajenas al negocio de la música. No soporto el moralismo de los medios de comunicación que luego especulan con el morbo”. No obstante, funciona el maridaje con Ringvold, a pesar de venir de tradiciones tan dispares. “Mi padre procedía de una familia de granjeros noruegos dedicada a los productos lácteos en el sur de Minnesota. Cuando conocí a Ingunn, fue como regresar a casa después de un largo viaje en el extranjero. El agua sabía dulce, el pan en la cocina era fresco y retomé los esquíes. Noruega tiene un sistema educativo que ya quisiera Estados Unidos. Y eso que hay escuelas y maestros maravillosos en Estados Unidos, pero el nivel medio del estudiante noruego en muchas asignaturas es superior. Ella está muy bien formada en varias materias, incluyendo la música, porque estudió música en la universidad”.
Clásicos del repertorio
Por supuesto, en esta gira recupera canciones de Jayhawks. “Toco piezas de ‘Hollywood Town Hall’, ‘Tomorrow the green grass’, ‘Blue earth’, ‘The Jayhawks’, ‘Mockingbird time’…”. Cuando se le pregunta si echa de menos a la banda con la que compuso maravillas como ‘Blue’, Olson se escurre en divagaciones corrosivas. “Eso sería como añorar los hermosos naranjos de tu juventud, que fueron cortados y destruidos por vendedores de ejecución hipotecaria. Con esa madera se hacen los libros que leen sus amigos criminales. Y luego construyen un casino en el campo donde los árboles crecieron una vez. Incluso montan un karaoke donde extraños drogadictos pervierten las melodías de tu vida”. Conviene recordar el rumor de la importante deuda adquirida por Jayhawks con Rick Rubin (propietario de Def American, sello que les fichó) por los adelantos percibidos, de modo que el productor se habría convertido en el principal explotador de los derechos generados por el nombre del grupo en virtud de un contrato leonino que les ató a un sello que tampoco se dejó el pellejo en promocionarlos. “Habría que preguntar a alguien más para valorar a los Jayhawks actuales”, zanja.
En 2007, Olson lanzó el magnífico “The salvation blues”, un reencuentro consigo mismo tras su divorcio. “Volví a mis orígenes. Es lo que me salía con naturalidad porque es lo que hacía con Jayhwks”. La reciente publicación del directo “Live at the Belly Up” justifica el repaso diametral de la marca desde la perspectiva de Louris. Medios tiempos abiertos al desparrame eléctrico y prestos a endilgar intensidades líricas y sonoras. Un violín en ‘The man who loved life’, el trote alegre de ‘Angelyne’, el estribillo de ‘Strumbling through the dark’, la cadencia dylaniana de ‘Tailspin’ o los embates de voltaje de ‘Waiting for the sun’. Además, se cumplen veinte años de “Tomorrow green grass”, el disco al que permanecen indisolublemente asociados. Las frecuentes visitas de Jayhawks reúnen ya a tres generaciones de músicos atentos en las salas y suelen cerrarse con furor colectivo con ‘Blue’ y ‘I’d run away’. Las canciones de Olson y Louris siguen siendo un buen lugar para quedarse y escapar de las grisuras.