COMBUSTIONES
“Queda muy lejos la estampa del guitarrista con cinta sobre la frente y riffs contagiosos, el fluorescente póster que engatusó nuestra primera adolescencia”
Tras escuchar el adelanto del próximo disco de Mark Knopfler, Julio Valdeón realiza una panorámica sobre su carrera y su figura, desde sus tiempos con Dire Straits hasta su presente solista.
Una columna de JULIO VALDEÓN.
Mark Knopfler anuncia disco, “Down the road wherever”. Escucho el primer adelanto de la criatura, ‘Good on you son’. Detecto los aciertos y algunos de los peros acostumbrados: los sobrios arreglos, la voz tostada, y esa guitarra que, a falta de las viejas chispas, conserva el toque suave y terso; también, ay, unos vientos ligeramente indigestos. Prefiero mil veces cuando introduce flautas y violines de raigambre celta. Por otro lado son los típicos vientos que exasperarán a los modernitos, a los esnobs. Carajo: es pensarlo y empiezan a resultarme más amables. Será que cuanto saque de quicio e irrite a los listillos, a los de la autoproclamada superioridad, cuenta con mi más afectuosa simpatía.
“Down the road wherever” ha sido grabado en los estudios estudios British Grove, propiedad del propio Knopfler. Un templo atiborrado de preciosos juguetes analógicos, como una Neve 88R o una rarísima consola Emi REDD.51. Como le confesó a Paul Adams en una entrevista que publicó EFE EME en 2007, con motivo de la publicación de “Kill to get crimson”, “hay estudios de grabación fantásticos y prefiero tener uno de esos antes que un barco”. Esa es, exactamente, la filosofía que anima su carrera. La del brujo del sonido, estrella reticente, compositor austero, que triunfó a escala global y reinvierte parte de su fortuna en raros amplificadores, micrófonos alemanes de los años 30 y otras cacharrerías. En los British Grove han grabado discos los Rolling Stones, Eric Clapton y David Gilmour. En un reportaje de Hannes Bieger para “Sound on sound” leo que antes de estudio fue tienda de discos de Island, almacén, carpintería e imprenta. “Fue construido como lavandería en la época victoriana”.
Desde que aparcó Dire Straits, Knopfler ha publicado algunos de los mejores trabajos de su carrera. Pienso en “Sailing to Philadelphia”, “The ragpicker’s dream”, “Shangri-la” o aquella joya parida a medias con Emmylou Harris, “All the road running”. Queda muy lejos la estampa del guitarrista con cinta sobre la frente y riffs contagiosos, el fluorescente póster que engatusó nuestra primera adolescencia, las grandes giras, pero no, afortunadamente, la prístina belleza que animaba sus mejores canciones, las de los dos primeros discos de Dire Straits, antes de que le diera por imitar a la E Street Band (“Making movies”), el rock progresivo (“Love over gold”) y/o o el AOR (“Brothers in arms”). Sacudida la pesada adoración popular, y luego de un regreso, “On every street”, de 1991, que sirvió para certificar que el sueño había terminado, sus últimos 25 años son los del artesano con destellos geniales (‘5:15’ am, por ejemplo, qué temazo). Alguien que dedica años a la escritura de unas canciones que insuflan de fulgores literarios las vidas de la gente común. Musicalmente desembocan en un continente perdido, de factura unipersonal, donde caminan juntos los ecos de los sonidos de Estados Unidos, country, honky tonk, especias sureñas, con los sonidos escoceses e irlandeses. Como escribió magistralmente Gernot Dudda en esta misma revista a cuenta de “Get lucky”, “es la versión northern soul de los tahúres, borrachos, prostitutas y vagabundos de Dylan”.
Puede que nunca alcanzara las alturas del genio de Minnesota, puede, incluso, que a veces se le vaya la mano con la nostalgia y la limpieza, que en ocasiones suene más rollo e higiénico que evocador y cristalino, pero en su caminar humilde, en su laborioso tejer y cocinar decenas de canciones inmensas (‘True love will never fade’, ‘Devil bay’, ‘What it is’, etc.), en su obcecada exploración de cuantos caminos secundarios desembocaron en el rock and roll y en su fotográfica capacidad para fijar detalles, Knopfler ha puesto en pie un canon que, descontados los altibajos, merece reverencias. Por muchos años, maestro.
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