Manuel Borrero, mucho más que un crítico de rock

Autor:

El periodista musical Manuel Borrero fallecía el pasado viernes, a los 59 años. Uno de los mayores cronistas de la escena granadina y colaborador de varios medios musicales, al que Eduardo Tébar, compañero cercano y amigo, recuerda con este artículo.

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.

 

Me piden unas líneas para recordar a Manuel Borrero, periodista musical fallecido en Granada el pasado viernes a la edad de 59 años. Confieso que me cuesta, que es difícil, y eso que desde hace varios días no paran de venirme a la cabeza frases y chascarrillos suyos. Filias y fobias, de todo había. Acudir a un bolo o a la presentación de un libro solía ser, en realidad, una excusa para acabar comentando la jugada con él. Implicaba estar rodeado de buena gente y brindar con la complicidad de un vino. A pesar de las horas de barra y sobremesa, me asombra la cantidad de ráfagas de conversación que recuerdo con nitidez. Quizá porque, lo compartiera o no, su criterio tenía para mí un peso bárbaro.

Borrero colaboraba en la revista Ruta 66 y su firma también era frecuente en el medio digital Sonic Wave Magazine. Vasco de nacimiento, y criado en tierras jienenses, ejercía como empresario de la industria oleícola. Pero su gran vocación, como reconocía, era el periodismo. Un oficio al que llegó después de acumular un vastísimo bagaje cultural, en una etapa en la que muchos han tirado la toalla por agotamiento o desencanto. Él, en cambio, decía que escribir le daba la vida. Y lo hacía fiel a un estilo de vieja escuela rutera que hoy casi nadie cultiva. Una escritura minuciosa, feraz en su metro cuadrado, que podía evocar el Nuevo Periodismo y las resacas de Hunter S. Thompson, situándose a la vez en deuda con la adjetivación precisa de los clásicos españoles. En fin, una manera de redactar a contracorriente, orfebre, afilada y erudita, en las antípodas de las dinámicas de trabajo que impone internet.

En sintonía con lo que aconsejaba Kurt Vonnegut, Borrero tampoco se andaba por las ramas. En tiempos de críticas tibias, o peor, de crítica acrítica, sus planteamientos eran siempre férreos y punzantes, aliñados con una acidez marca de la casa. El sábado, en el último adiós, se destacó esa ironía consustancial a su persona, así como el enorme corazón y la bonhomía que habitaban tras la fina imagen de rockero y motero. Uno de sus cuñados, Banin Fraile (miembro de Los Planetas y Los Pilotos), asegura que Manuel fue como un hermano mayor, «una influencia clave para mí cuando era un niño y, de su mano, empezaba a descubrir la música».

Daba gusto charlar con Manuel, un tipo capaz de moverse con soltura en parloteos sobre novedades editoriales, literatura decimonónica, cine clásico, jazz o flamenco. Sus conocimientos iban mucho más allá de lo que sugería su aparente militancia en el rock and roll. Más bien encarnaba una creencia profunda en el rock and roll como actitud catalizadora de la cultura. Borrero portaba un innegociable código genético, fruto de sus lecturas a partir del posfranquismo: Popular 1, Vibraciones, Rock Espezial

«Nada más recomendable que la sana costumbre de cuestionarlo todo», sostenía en una de sus misivas en la sección de cartas de lectores de Ruta 66, allá por 2003, antes de dar el salto a la nómina de colaboradores de la publicación; primero en Madrid, donde residía en aquellos años, y luego en Granada, desde donde ha desempeñado una impagable labor de difusión de la escena local y autonómica durante más de una década. En 2015 prologó Sobrevivir al paraíso (VP / CO.T.A.LI.), un volumen recopilatorio de columnas periodísticas de su admirado Jaime Gonzalo, cofundador de Ruta 66.

Sí, Manuel Borrero fue un rutero auténtico, pata negra. La suya era una mirada perspicaz y lúcida en el periodismo musical de este país, que a menudo peca, como tantos otros sectores, de adocenamiento, ramplonería y vedetismo en redes. Y aunque le gustaba mantenerse al margen del ecosistema del cibermundo, no soy el único que se ha acordado estos días de sus mensajes lacónicos vía WhatsApp, esos que nunca se sabía si eran para conocer o confrontar una valoración sobre tal grupo o tal concierto.

Para su despedida indicó que no le llevaran ninguna corona, porque «las flores tienen que estar en la tierra». Se fue dejándonos una canción: “That’s all”, de Etta James. «All you have to do is rock and roll and that’s all». Poco más que añadir. No te olvidaremos, Manolo.

 

Artículos relacionados