EL CINE QUE HAY QUE VER
“Se busca crear algo increíble y hermoso, ilegal pero no perverso, con la clara intención de llevar a cabo una falsa catarsis reescribiendo la historia reciente de la ciudad”
Elisa Hernández recupera y defiende el documental “Man on wire”, una cinta sobre la actuación de Philippe Petit, el funambulista francés que caminó sobre un cable entre las dos torres del World Trade Center en 1974.
“Man on wire”
James Marsh, 2008
Texto: ELISA HERNÁNDEZ.
“Man on wire” cuenta la casi mágica actuación de Philippe Petit, el funambulista francés que caminó sobre un cable entre las dos torres del World Trade Center una mañana de agosto de 1974. Entre otros muchos premios y muy buenas críticas, “Man on wire” ganó el Oscar a mejor documental en 2008.
Sin embargo, y a pesar de que la película utiliza los que son los principales recursos del documental (entrevistas, imágenes de archivo, reconstrucción), no podemos dejar de preguntarnos, ¿qué es realmente un documental? ¿Demuestran historias como esta que la realidad supera a la ficción o que la distinción entre ambas es inútil? Aquí tenemos un ejemplo de “documental”, aquello que, por nuestro propio bagaje cultural, asumimos que es objetivo y nos da información histórica y veraz sobre un hecho real, que en realidad está formal y narrativamente construido como una heist movie, un thriller, un plan maestro calculado hasta el más mínimo detalle y que consigue salir adelante a pesar de todos los problemas. A la hora de enfrentarnos a acontecimientos antes pensados como solo posibles en la ficción, como ocurre con lo aquí narrado, ¿de qué nos sirve la categoría de documental?
En el filme, tres “tiempos” se mezclan el uno con el otro hasta hacerse casi indistinguibles: las imágenes de archivo que nos muestran el pasado, la reconstrucción del pasado (en las escenas en que se utilizan actores para recrear lo ocurrido) y finalmente el presente de los protagonistas (que sin embargo hablan del pasado). La combinación entre ellos le otorga un poderoso sentido de presente al acontecimiento pasado, acercándolo y haciéndolo incluso más potente visual y emotivamente. Así, el paseo entre las nubes de Philippe Petit se enlaza con el hoy, funcionando como un intento de contrarrestar la triste imagen y simbolismo que las dos torres habían adquirido desde 2001. En ningún momento se hace mención al atentado, como si se quisiera obviar lo ocurrido. Se busca crear algo increíble y hermoso, ilegal pero no perverso, con la clara intención de llevar a cabo una falsa catarsis reescribiendo la historia reciente de la ciudad.
Mucho de la película parece centrarse (y de hecho en ciertos momentos se utilizan recursos que recuerdan a las estrategias magnificadoras de la individualidad que caracterizan los bio-pics) en el propio Philippe Petit como alguien que comprende y percibe el mundo de una manera distinta a los demás. Terriblemente narcisista, Petit tiene también una envidiable actitud vitalista, especialmente llamativa hoy en un contexto en el que la ansiedad, la frustración y la falta de esperanza parecen ser el sentimiento reinante.
De todas maneras, aquí no hay énfasis en el talento natural, sino en los años de preparación, empeño, esfuerzo, trabajo y colaboración. La hazaña de Philippe Petit en “Man on Wire” nos recuerda la posibilidad de actos poéticos y bellos en medio de ese contexto postindustrial y financiero que representan las torres, al tiempo que esta performance casi funciona como la paradójica consagración de las mismas como símbolo de una ciudad, de una época, de un momento de cambio fundamental en el que se tomaron muchas decisiones y se hicieron muchos giros que han desencadenado muchos de los problemas que seguimos teniendo hoy. Pero nos recuerda también que no hay nada que no se pueda hacer, que mucho de lo que se ha hecho y conseguido al principio parecía ridículo, imposible, no tenía sentido o iba en contra de lo que opinaba la mayoría. Porque nada que realmente merezca la pena es fácil.
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Anterior entrega de El cine que hay que ver: “El héroe del río”, de Buster Keaton y Charles Reisner.