CINE
“A pesar de replicar casi punto por punto a la primera entrega, ‘Malditos vecinos 2’ apenas pierde corrosión respecto a aquella y se deja disfrutar en su espíritu saboteador”
“Malditos vecinos 2” (“Neighbors 2: Sorority rising”)
Nicholas Stoller, 2016
Texto: JORDI REVERT.
Espacio polifónico de formas de la incorrección política, la NCA dejó de ser fenómeno con Judd Apatow como alma máter para sobrevivir como deslavazadas esencias de cineastas varios, ya sin Apatow como faro del género. En esa nómina de nombres, el de Nicholas Stoller es quizá de los más afines a las cuitas emocionales del director de “Virgen a los 40” (“The 40 year old virgin”, Apatow, 2005) y su reconfiguración –más radical en apariencia que en fondo− del panorama de relaciones de la comedia romántica, poniendo el énfasis en la minada masculinidad de sus personajes y en el “bromance”, una crisis en la que Jason Segel ha entregado su testigo a Seth Rogen. En “Malditos vecinos” (Neighbors, Stoller, 2014) esa revisión se ampliaba con la brecha generacional que, en el fondo, no hacía sino reciclar otro tema estrella de la NCA: la reticencia a aceptar las líneas impuestas del paso a la madurez. La misma reticencia, por cierto, que invade hasta niveles desesperados a un atribulado Teddy Sanders (Zac Efron) en “Malditos vecinos 2”. La diferencia es que en esta segunda entrega no es esta la cuestión que pone en jaque a sus protagonistas, sino la presencia de una hermandad de chicas dispuestas a reventar con sus propias fiestas el machismo omnipresente en las fraternidades de estudiantes. Con una fantástica Chloë Grace Moretz a la cabeza, honesta página en blanco desde la que construir ese contrarrelato, ese grupo al margen del sistema impone sus propias reglas, llora a moco tendido viendo películas y festeja la pérdida de virginidad de su líder al son de un ‘Hava nagila’.
Para Mac (Rogen) y Kelly (Rose Byrne), el desafío, por tanto, se duplica. El sueño de recuperar la tranquilidad cotidiana ya no (solo) está amenazado por universitarios desenfrenados, sino por la presión social de una corrección política que ahora contempla el feminismo como fuerza discursiva inapelable. En un momento dado en el que la pareja cena con sus mejores amigos, la conversación deriva rápidamente en un confuso intercambio de impresiones sobre el sexismo que desemboca en un agobiado Mac proclamando que ya no sabe lo que es sexista y lo que no. El chiste es significativo y apunta a la desorientación que puede exhibir una comedia poco acostumbrada a enfrentarse con estas lides –Stoller queda lejos del feudo feminista de Paul Feig−, pero abierta a hacerlo sin complejos. Esa vindicación en femenino podrá no tener la natural visceralidad de una Imperator Furiosa, pero no se pliega ante la corrección de manual –su mayor logro, al parecer, estaba en una inusual escena de sexo entre Efron y Moretz eliminada del metraje final, pero también vale la cosificación constante del cuerpo del primero−, sino que se integra sin dificultades en un conjunto que se ajusta al esquema propuesto por la película precedente sin despeinarse demasiado. Mismo itinerario, un resultado más afable para todos y un par de escenas que fuerzan los necesarios ajustes para que todo responda a ese recorrido consabido –la innecesaria discusión de la pareja, la reconciliación entre amigos previa al blando final−. A pesar de replicar casi punto por punto a la primera entrega, “Malditos vecinos 2” apenas pierde corrosión respecto a aquella y se deja disfrutar en su espíritu saboteador, aquel que gritan los Beastie Boys en medio de una barbacoa que también es campo de batalla.
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Anterior crítica de cine: “Buscando a Dory”, de Andrew Stanton.