DISCOS
«La Mala no pierde el duende. Ni el olfato. Ni el descaro. Ni la inspiración»
Mala Rodríguez
Mala
UNIVERSAL, 2020
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Pasan los años, pero la Mala no pierde el duende. Ni el olfato. Ni el descaro. Ni la inspiración. El portadón que da la bienvenida a su séptimo álbum de estudio tras veinte años es todo un síntoma. El rap, su forma de recitar, su magnética y dúctil dicción, es el elemento que une once cortes que suenan radicalmente vigentes. Es la foto fija —bueno, más bien móvil, en su caso— de una artista que ha sabido evolucionar desde que revolucionase el patio del hip hop español con una fórmula que inyectaba sensibilidad sureña, quejío y jondura, a lo que en poco tiempo empezaría a catalogarse como vieja escuela. Nadie ha sabido recorrer el trecho entre aquella amalgama de ritmos y rimas y los actuales sonidos urbanos con la naturalidad con la que ella lo ha hecho.
Mala, título tan autoafirmativo como —en cierto modo— refundacional, no manifiesta fisuras. Ya se sumerja en trap estupefaciente con vahos arábigos (“Nuevas drogas”), atraviese imaginariamente el charco para darle al dancehall con síncopas variables (“Aguante” o “Pena”, con Cecilio G), se marque un electro pop infeccioso con Lola Índigo (“Problema”), haga suya — ¿acaso hay algo que no haga suyo?— la receta Major Lazer con el propio Walshy Fire en “Like” o se casque un magistral baladón al piano (“Mami”) que sacaría los colores a cualquier aprendiz (o maestro) de academia televisiva . Por no hablar de las cotas de contagio de bombazos superpop como “Antes de todo aquello” o “Peleadora”, dignas de figurar en su mejor antología.
Ella sigue marcando el minuto. Y el resultado.
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Anterior crítica de discos: Same sun / Different light, de The Animen.