LIBROS
«La historia está narrada con frases limpias y alma de novela»
Paul Alexander
Magia cruda. Una biografía de Sylvia Plath
BARLIN LIBROS, 2023
Texto: CÉSAR PRIETO.
Si hay una poeta que represente la segunda mitad del siglo XX, esa es Sylvia Plath, a pesar de que su vida literaria únicamente ocupa los años cincuenta y una parte muy pequeña de los años sesenta, los pocos años de esa década que pasó entre la felicidad, la depresión y el suicidio. Es algo quizá personal, pero la figura de la poeta de Boston le fascina a este cronista. No es un culto personal, desde su muerte se ha propagado su obra entre acólitos y ha llegado también a las altas categorías oficiales; pero ¿cuál es la imagen actual de Sylvia Plath? Es la poeta maldita, un icono del feminismo, un desgraciado ejemplo de depresión y malos tratos.
Cuando, con el libro que reseño, me acercaba a los compañeros que enseñan inglés, me destacaban que era una poeta oscura. Tras la lectura de la excelente biografía de Paul Alexander, concluyo que no es cierto. No era oscura, o no lo era como rasgo de carácter. Le quitaron la claridad, eso sí; le rompieron la claridad. Desde que conocí su obra me embelesó ese rasgo de su personalidad y me sentí atraído por la primera poeta que vivió los nuevos tiempos, que iba a bailes de graduación, que salía con chicos, que comía en hamburgueserías. Fue la poeta del “American pie”. Lejos del talante de malditismo o erudición de los poetas anglosajones, a Sylvia Plath —excelente estudiante, eso sí— nadie la reconocería de primeras como dotada de esa especial sensibilidad.
La biografía, nunca publicada en España, data de 1991; así que Alexander pudo hablar con más de trescientas personas que se habían cruzado en su vida: sus editores, sus compañeros en la escritura, su familia… Y el primero de todos, Ted Hughes, depositario por herencia de su legado, que no dio permiso para que apareciera en el libro ni una sola línea de sus poemas. No pudo impedirlo, eso sí, con las cartas o con el cotejo de las memorias.
Un Ted Hughes al que conoció en una fiesta literaria y con el que desde el primer momento explotaron fuegos sexuales, un tema que obsesionaba a Sylvia por la feroz antagonía entre su deseo y la moral pacata de la Norteamérica de la época. Había perdido a su padre cuando solo tenía ocho años, y esa ausencia la hizo una mujer insegura y necesitada de un hombre a su lado, cosa que consiguió plenamente con Ted. Las feministas lo odiaban porque creían que fue quien provocó con su actitud el suicidio de Sylvia, así que la segunda ola de mujeres luchadoras por sus derechos y su dignidad reventaba sus actos y le enviaba anónimos. Llegaron a borrar varias veces en la tumba de Sylvia el apellido de casada, el de su esposo. Al final, aburridos, la dejaron sin lápida.
Por lo demás, una biografía bien definida y completa. Sus primeros poemas, su residencia en un barrio de clase media de Boston rodeado de bosques, sus pasiones por los chicos —era una adolescente popular— y la literatura, su estancia en una universidad femenina ultraconservadora… Llega el autor a desvelar en qué casa ayudó a fregar los platos cuando la invitaron a comer. Pero no piense el lector que el tono es de erudición; muy al contrario, la historia está narrada con frases limpias y alma de novela.
Cierto es que, de adolescente, tuvo un primer intento de suicidio y que llegó a ser ingresada en un psiquiátrico, pero ello no empaña que en muchos momentos de su vida se sintiera feliz. Con sus hijos, en sus viajes, las múltiples ocasiones en que le publicaban relatos o le concedían premios y becas, el conseguir alquilar el piso en el que vivió Yeats, en el que al fin y al cabo se suicidó… se sentía contenta y satisfecha. Lástima que la vida se le pusiera tan en contra, sobre todo en sus últimos momentos, que aquí están narrados de forma dramática, con la tensión y la intriga de un thriller, ese género que se basa en el suspense para conmover al lector. Más o menos, lo que fue su vida.
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Anterior crítica de libros: Reyes vagabundos, de Joseph O’Connor.