Magia bajo cero, de Fominder

Autor:

DISCOS

«Historias de lucha íntima teñidas del preciosismo en los ambientes»

 

Fominder
Magia bajo cero
POLAR RECORDS, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Todo parecía llevar a que Magia bajo cero, el tercer trabajo del trío zaragozano Fominder, exhalase vahos de frío. Grabado con Hans Krüger en los navarros Estudios Montreal, en pleno proceso, tras la ventana, se veía una densa nevada; salieron a hacer fotos y de una de ellas sale la portada, como sale también en ese día el título del disco, que aún no tenían decidido. Al poner en marcha el reproductor uno espera un sonido gélido, mecánico, pero resulta todo lo contrario. “Cuando despierto” posee una delicada sentimentalidad y cierta sensación de decadencia —cigarros apagados en champán—, pero teñido todo de oropeles, un tecno pop de brillo dorado y pulido con estribillos inmensos, magnéticos. En el fondo es una historia de superación, de huir de las cadenas de la rutina para realizarse.

Hay ocho canciones más que van ocupando estos parámetros de sintetizadores ochenteros de los que se extraen sonidos de épica tristeza. Cierto toque de preciosismo también muy ochentero en “El pacto” o ese romanticismo plagado de grandiosa soledad en “La última noche”, muy afín a Ultravox o New Order, van dando cuenta de la estética de un disco unitario pero en el cual cada canción aporta su leve toque de distinción y originalidad. “Noche de arena”, por ejemplo, de instrumentación un tanto más dura y de estampas —«bailando en el observatorio»— tocadas por esa magia que anuncia el título del disco.

Dos de los cortes destacan sobremanera. En “La fiesta” la voz supura melancolía para acompañar a una letra de nostalgia húmeda, con lluvias de domingo y la decadencia que podemos encontrar en lo cotidiano, no en sentimientos elevados. También el single que se ha escogido, que comparte nombre con todo el conjunto, una exploración por el mundo del arte y sobre cómo podemos crecernos en él, espolvoreada por la tristeza y por cierto cosmopolitismo. De la estela de The Cure o del Bowie de atmósferas densas.

Hablábamos de que uno podía esperar sonidos glaciales y no era así, pero tampoco son carnales ni orgánicos, ni están hechos para el baile. Como Décima Víctima, que recorren como plantilla muchas de las canciones, su calidez se apoya en que están plagados de sentimientos y sensaciones en que reflejan una intimidad reconocible y en que la voz transmite lo que cuenta, historias de lucha íntima teñidas del preciosismo en los ambientes.

Anterior crítica de discos: Puerta de la cânne, de Califato ¾.

Artículos relacionados