Luz, arena y llanto, de La Búsqueda

Autor:

DISCOS

«La música de La Búsqueda es como un conjuro, y a los conjuros solo cabe encomendarse con fuerza»

 

La Búsqueda
Luz, arena y llanto

ESPORA RECORDS / DISCOS BELAMARH, 2024

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Siempre fueron una gozosa anomalía dentro del pop español. De las que conviene cuidar, atesorar, mimar. Y veinte años habían pasado ya desde Los penitentes (2004), su sensacional último trabajo. Los mallorquines La Búsqueda sortearon los vericuetos sembrados por los estertores de las distintas movidas, por el auge del indie (el de verdad y el de pacotilla) y por el cambio de siglo como si la cosa no fuera con ellos.

Surcaron modas y tendencias sin que estas les afectasen. Lógico, porque no tenían nada que ver. Su sentido de la canción, cinemático, elegante, mediterráneo y fronterizo a la vez, de porte distinguidísimo y presidido por la voz imperial de Xisco Albéniz, fue siempre otra historia. Un punto y aparte. Ni siquiera los músicos que Spotify me sugiere en el apartado de «sus fans también escuchan» me resultan muy familiares a su credo. Lo único que les une es la edad.

Cinco álbumes en treinta y seis años les contemplan, si no me fallan las cuentas, y cada uno de ellos publicado en una discográfica distinta, creo. Normal, ante tan guadianesco trayecto. Luz, arena y llanto (2024) suena como si no hubiera pasado el tiempo. Quizá un poco más latinoamericano, un poco más tex mex (por canciones como “Echalé” o “Mi querida amiga”, también por esa portada), pero con todas las propiedades en estado de óptima preservación. Los ecos de Ennio Morricone en “Buenaventura”, tan Tindersticks de la primera época, los imponentes arreglos de cuerda y las trompetas de “El desierto de tu soledad” y su aroma a western, el bonito violín de “La montaña”, esa poética sui generis que podría sacar los colores a tanta banda pseudoindie con ínfulas de trascendencia… La música de La Búsqueda es como un conjuro, y a los conjuros solo cabe encomendarse con fuerza. Siempre vale la pena.

Anterior crítica de discos: Big sigh, de Marika Hackman.

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