Lugar seguro, de Isaac Rosa

Autor:

LIBROS

«Se vehiculan, a través de la voz narrativa, problemas de la sociedad del momento. Y esta no sale muy bien parada»

 

Isaac Rosa
Lugar seguro
SEIX BARRAL, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

De los tres grandes premios editoriales que se conceden en nuestro país, el Biblioteca Breve es el que se lleva la palma de la calidad. No tiene la repercusión mediática del Planeta, no se mueve entre bandazos estilísticos como el Nadal, capaz de lo mejor y de lo peor, pero mantiene un constante nivel de calidad con obras que quizá no alcancen los laureles del reconocimiento en los medios, pero sí cotas de finura literaria siempre elevada.

Su nómina representa el canon de los escritores españoles más destacados de la segunda mitad del siglo XX. Desde Las afueras, de Luis Goytisolo, ha sido otorgado a Juan Marsé, Vargas Llosa o Cabrera Infante. Tras un parón, a principios de los años setenta, volvió en 1999 y, desde entonces, han recibido el galardón Elvira Lindo, Juan Manuel de Prada o Fernando Aramburu. El fallo del jurado en 2022 ha destacado la ironía y el reflejo de la incertidumbre de la sociedad actual que surgen de la novela de Isaac Rosa, un retrato social y una ironía –siempre dolida– que es la base de su extensa obra.

Lugar seguro es un monólogo que recoge, en tiempo interno, un día complicado en la vida de un comercial, Segismundo García, que empieza la jornada de manera agridulce: vende uno de los búnkeres de bajo coste, para que el miedo que atenaza a las clases humildes ante un colapso global se dulcifique; pero, al mismo tiempo, no consigue la financiación bancaria que necesita para comenzar a construirlos. Su padre, también Segismundo, intentó el mismo negocio pero con clínicas dentales, y su hijo –homónimo de nuevo– trapichea con una red de ventas a domicilio o de apuestas.

Segismundo padre sufre de demencia senil, cuidado por una esforzada y amable joven hispana; mientras que el hijo es descubierto por las cámaras de vigilancia de su selecto instituto –mmmm, mecanismos no del todo legales– cuando entrega un sobre lleno de dinero a un compañero. La jornada no parece que vaya a tener arreglo, sobre todo si a ello se suma la abundante presencia de botijeros, que es como denomina el narrador al estallido social de gentes que fundan comunidades rurales en pueblos que habían quedado vacíos o que intentan aplicar valores corporativos en la ciudad, con la creación de huertos urbanos o redes de colaboración. Más que de una distopía, se trata de una hipérbole que refleja una actitud más común en nuestros días de lo que parece.

La puesta en el tablero de juego de todos estos factores lleva a diversos recorridos por la situación social del país. Segismundo padre, desde que arranca con su primera clínica, no piensa más que acceder a los mismos espacios que los triunfadores. Sus ínfulas le llevan a pertenecer a sus clubes, a construir mansiones en sus urbanizaciones o a acudir a sus locales de alterne, como signo incontrovertible de que ha llegado al Olimpo, aunque los socios de antiguo arraigo lo desprecien, lo traicionen –con una sonrisa, eso sí– y estén totalmente cubiertos ante ese amenazante, pero nunca presente, colapso.

Ello lleva al narrador a moverse entre los diversos barrios que conforman una nueva estructura de país, desde los más degradados, enterrados entre autopistas y basura, hasta los más selectos, pasando por los de una presunta clase media. En todos bulle una crítica al sistema de valores, pero también a los que se enfrentan a él, no porque el narrador no esté de acuerdo en sus principios, sino porque no acepta el camino: por mucha labor comunitaria que se haga, hay semejantes que siempre mirarán desde lo alto.

También se estudian las relaciones entre padres e hijos, familiares en general. El patriarcado, la hipocresía o las ligazones carcomidas se ponen en solfa y se concluye entre líneas que, si bien una conllevancia es posible, la teoría de armonía universal dentro de la burbuja de la familia es imposible por su propia naturaleza. Puede que parezcan motivos todos estos alejados de por sí, pero la novela los sabe ligar con arte y, quizá, el único reproche es que a veces los extiende artificialmente y con ello se recrea en cierta reiteración. Con unas páginas menos abarcaría lo mismo y el estilo ganaría mucho más, que ya la tiene, en agilidad y dinamismo.

En el fondo, la técnica que utiliza Isaac Rosa es la primera que usó la literatura como método para urdir personajes y sociedades: presentarlos hablando ante un interlocutor que no puede responder. Lo hizo Virgilio en La Eneida, lo hizo el autor de Lazarillo de Tormes y lo hizo Delibes en Cinco horas con Mario. Y en todas ellas se vehiculan, a través de la voz narrativa, problemas de la sociedad del momento. Isaac Rosa también lo hace y, al igual que sus ilustres antecedentes, esta sociedad no sale muy bien parada.

Anterior crítica de libros: Los crímenes de Agatha Christie, de Juan José Montijano Ruiz.

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