Lover’s game, de The War and Treaty

Autor:

DISCOS

«Cualquier amante de la música negra, de los sesenta o del rock americano se sentirá satisfecho con este disco»

 

The War and Treaty
Lover’s game
UNIVERSAL
, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Michael Trotter Jr. y Tanya Trotter son matrimonio y dúo musical, un dúo con cierta presencia en ciertos ambientes de Norteamérica y con cuatro elepés, del que este Lover’s game es el de más recorrido e impacto. Formados en Michigan, en 2014, el nombre deriva de su desacuerdo para bautizar el proyecto —pequeñas trifulcas domésticas—, así que cuando Tanya espetó: «Esto no es una guerra, lleguemos a algún tipo de tratado», el dúo quedó bautizado. A partir de aquí, una primera colección con siete canciones, y dos álbumes más antes de ser fichados por Universal, en su división de Nashville, con lo cual ya se entiende que algunas de las canciones van a beber del country o del southern soul.

De hecho, han sido acogidos por el mundo del country como unos de los mejores. Sus galardones son múltiples y, sobre todo, su frecuente aparición en el Grand Ole Opry los consagran en el Olimpo. Ahí es nada, el programa radiofónico más veterano de Estados Unidos —en antena desde 1925—, que retransmite semanalmente un concierto country, en varios de cuyos especiales la pareja ha sido la estrella invitada.

Country soul —o country góspel— es, por ejemplo, “Yesterday’s burn”, que merecía ser cantada a dúo con Jonnhy Cash y que ofrece una belleza preciosista, medida, llena de emoción. También lo es “Up yonder”, que evoca a Gram Parsons cuando cantaba con Emmylou Harris, con ese toque pausado, sentido, y un enganche exquisito entre las voces, más pasional la de ella, más serena la de él.

Hay muchas más evocaciones a parejas. Recordarán ustedes a Ike y Tina Turner, o a Marvin Gaye y Tammi Terrell, pues con “Lover’s game” el dúo podría competir con ellos, puro soul caliente mezclado con rock sureño, mientras las guitarras proclaman su dominio y las voces chillan porque les va la vida en ello.

Dominan, eso sí, las baladas. “Blank page” es pantanosa, demorada y se recrea en las voces, en los silencios, como un fuego que consume de fondo. Cinco minutos de contrapuntos, leves falsetes, corazones ardiendo, especiales para quien quiera oír, en un disco editado hace poco, toda la esencia de lo que la música negra hizo en la frontera entre los sesenta y los setenta. A esa época también se acerca “That’s how love is made”, con un piano y una voz a la que se van añadiendo instrumentos que encajan en la canción, acariciadora y bella, como guante en mano.

Nada, en esencia, que no hayamos escuchado; “The best that I have” es también una balada llena de sentimiento. Esta más aterciopelada, un beso en forma de canción y con fondos más electrónicos, pero llenos de suavidad.

Por supuesto, hay también animación. “Angel” comienza con guitarra acústica, tierna y calmada, pero va creciéndose poco a poco, empujada por las voces, hasta lindar con el góspel y convertirse en un puro delirio. El summum es “Ain’t no harmin’me”. De inicio, un grito espectral. La primera premisa del soul es que las voces han de tener temperamento, y aquí lo tienen en todas sus vertientes. Tanya se desespera, Michael responde, se dan un respiro en el puente, pero después ya es la debacle, se cruzan y se encolerizan antes de serenarse un tanto en el final más reposado.

Cualquier amante de la música negra, de los sesenta o del rock americano se sentirá satisfecho con este disco. Hay músculo y pasión, canciones bien compuestas y mejor arregladas y producidas, que están esperando en saltar a primera línea, si no lo han hecho ya.

Anterior crítica de discos: The death of Randy Fitzsimmons, de The Hives.

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