LIBROS
“La lectura deja una escena y un símbolo desoladores”
Paco Cerdà
“Los últimos. Voces de la Laponia española”
PEPITAS DE CALABAZA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Hay una zona en España abandonada de Dios y de los hombres, sin infraestructuras y sin población; una zona que comprende una decena de provincias y cinco comunidades, más grande que muchos países europeos y con una tasa de población menor que en cualquier otra de Europa, no sin duelo e ingenio se le ha llamado La Laponia Española puesto que su población en habitantes por kilómetro cuadrado es menor que la del Círculo Polar Ártico. No solo dejada de manos divinas, también de la casualidad, porque al no ser considerada una región en sí misma —de hecho, parte de ella está en regiones ricas—, no tiene derecho a ayudas de la Unión Europea. Para que la imaginen gráficamente, es justo el triángulo isósceles que está en el interior de las líneas que unen Barcelona, Madrid y Valencia; es decir, un vacío sobre el que se sostienen varias de las vías de comunicación más activas del continente.
En estos últimos tiempos han aparecido media docena de ensayos que analizan cómo se ha llegado a esta situación o hacen un trabajo de campo enfilando carreteras y caminos. “Los últimos” —la que escogemos entre todos los textos para presentarles a ustedes—, combina ambos enfoques y parte de un reportaje que iba a ser publicado en el diario “Levante” y que se extendió cuando el reportero miró a su alrededor y no vio nada, y cien kilómetros más allá tampoco vio nada. Y había que contarlo.
La relación entre la ciudad y el campo ha sido siempre problemática en nuestro país, su extensión, su geografía y algunos hechos históricos no han permitido que se fundan bien ambos mundos. No en vano, la alabanza de aldea es un tópico desde el siglo XVI al mismo tiempo que las epidemias y hambrunas empujaban a las gentes a las ciudades. Desde luego, la desolación actual no es una consecuencia, pero entra dentro de este conflicto, que se ha agudizado desde los años 80 del pasado siglo y que las autoridades nunca han visto como un problema.
Para exponerlo, Cerdà dedica un capítulo a cada una de las provincias que en mayor o menor grado sufren esta desertización demográfica. A veces habla con catedráticos, a veces acude a pueblos a los que aún no llega la luz eléctrica y habla con los resistentes, viaja a Silos o relata la curiosa historia de El Campillo, el equipo de un pueblo conquense de mil habitantes que llegó a jugar varias temporadas en tercera división con jugadores autóctonos.
Por supuesto, hay otras zonas de España con este problema de despoblación, Galicia o Asturias lo padecen, pero allí las cabezas de comarca son más cercanas y más potentes y siempre hay zonas relativamente cercanas de agitación demográfica; no son, ni mucho menos, los casi 1.500 pueblos de la Laponia española.
La lectura deja una escena y un símbolo desoladores. La escena la comenta un maestro —la escuela rural es uno de los leitmotivs del texto—, que recién llegado al pueblo donde estaba destinado asistió en el bar, lleno de parroquianos, a la caída de las Torres Gemelas. Al advertirle a los paisanos del horror que proyectaba la televisión, éstos únicamente le responden: “Uy sí, qué jaleo… y usted compre abrigos, que en invierno aquí hace frío”. El símbolo es casi peliculero, un pueblo abandonado, en Castellón, y la visita a una casa a punto de ruina. Una percha, cercana a la puerta, conserva aún una chaqueta llena de polvo. La dejaron como si fueran a ponérsela de nuevo, enseguida.
–
Anterior crítica de libros: “Art Record Covers”, de Francesco Spampinato.