COMBUSTIONES
«Un maná que incluye cuadernos y diarios, poemas inéditos, pósters y hasta su colección de discos»
Julio Valdeón reflexiona sobre la cesión que ha hecho la viuda de Lou Reed a la Biblioteca Pública de Nueva York, a la que ha donado la colección particular de cuadernos, escritos y discos del líder de la Velvet Underground.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
No ha sido fácil, pero este sábado por fin abrió el archivo de la Biblioteca de Nueva York dedicado a Lou Reed. Un maná que incluye cuadernos y diarios, poemas inéditos, pósters y hasta su colección de discos. Por no hablar de más de 600 horas de grabaciones nunca publicadas. Fue Laurie Anderson, viuda del poeta eléctrico e icono ella misma de la escena avant-garde, la responsable de donar el tesoro a una institución pública. En declaraciones al New York Times ha comentado que Reed nunca especificó que destino quería para sus posesiones. «Es muy importante presentar el material en crudo», ha comentado, «y dejar que las personas saquen sus propias conclusiones».
Hace dos años, cuando se confirmó el traspaso, ya explicó que «no quería que desapareciera en un archivo solo para personas con guantes blancos. Quería que la gente viera la imagen completa». También insistía en que la gente tiene «la imagen de Lou como un tipo duro en una chaqueta de cuero que cantaba canciones transgresoras», pero también era, uh, «la persona más tierna y dulce que he conocido». Dudo que su opinión sea suscrita por muchos de los que Reed conoció en vida, comenzando por sus compañeros en la Velvet y siguiendo por la mayoría de los periodistas que tuvieron la «suerte» de entrevistarle. ¿Y? Lo amamos por sus letras, por sus canciones, por sus extraordinarias polaroids de una ciudad despojada de lujos y trampantojos, por la ferocidad de un verbo acerado, por la lucidez de un fraseo que parecía masticar navajas y esa maravillosa habilidad para encontrar diamantes de vendida humanidad en lo más sucio y oscuro del vertedero.
No, posiblemente nunca habría ganado un concurso de simpatía. Pero creer que los artistas tienen la obligación de ser suaves como una mascota pintarrajeada con los filtros pastel en el Instagram o tiernos y dulces como gusiluz para que puedas abrazarlo solo podía ocurrírseles a quienes siguen sin entender nada. Qué emoción indagar entre sus discos y libros, hojear borradores, husmear en su proyecto con Scorsese y hasta escuchar esos conciertos en directo (si es que no opera una fórmula como la del archivo de Bob Dylan en Tusla, claro, que limita el acceso al material sonoro), Sea como sea, gracias, señora Anderson, por la generosidad. Lo demás no importa.
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Anterior entrega de Combustiones: Michael Jackson: El arte manchado.