“Los rumores son ciertos: J canta mejor que nunca”
Los Planetas
Auditorio García Lorca, Palacio de Congresos de Granada
25 de mayo de 2017
Texto y fotos: DAVID PÉREZ.
Un cuarto de siglo desde que Los Subterráneos se elevaron y toda una generación comenzó a orbitar juntos a ellos. Los Planetas son, aparte del grupo nacional más influyente de estos últimos veinticinco años, una pieza clave en la educación sentimental de cuarentones y treintañeros, enterradores de sentimientos, reflejo de la enfermiza naturalidad que arrastraban nuestros mayores.
Siete años después de “Ópera egipcia” (2010), J, Florent, Eric, Banin y Julian, vuelven a abrir cajas de música difíciles de parar con “Zona temporalmente autónoma” (octavo largo), eterno canto al amor y el desamor, además de ser su trabajo más comprometido políticamente, con energías renovadas y todo el peso de una tradición jonda que se salvaguarda desnudándose y caminando hacia delante. Ya en la carretera de nuevo, tras Barcelona, Madrid, Valencia y Sevilla, toca jugar en casa y reconquistar Granada.
“Han encontrado el punto perfecto de su sonido, una mezcla tan potente, atmosférica y compacta que nadie puede hacerles sombra”
Apartamentos Acapulco borran los nervios de la espera con su pop/noise atmosférico, desgranando su brillante “Nuevos Testamentos” y mostrando la huella planetaria. Se apagan las luces y, con el triste atentado de Manchester aún arañándonos por dentro, de la mano injustamente del creciente e irracional desprecio por todo lo que huela a musulmán (Estado Islámico/DAESH no es Islam), comienzan a sonar unos versos coránicos y aparece en escena el quinteto nazarí, que arremeten contra la ignorancia y la violencia en la descomunal ‘Islamabad’. Una canción en la que J, a partir del estribillo de ‘Ready pa morir’ de Yung Beef, crea una de las mejores composiciones de su carrera, valiente, provocadora e hipnótica como ninguna, y que en directo son casi ocho minutos cayéndonos para arriba una y otra vez. Ya estamos sin aliento y esto no ha hecho más que empezar. Le siguen tres más del último elepé: nos arrancamos las raíces del querer en ‘Soleá’, ‘Gitana’ con pozo psicodélico, basada en el poema del mismo título de Aleister Crowley (que escribió en Granada al enamorarse de una chica) y la ‘Seguiriya de los 107 Faunos’, centrifugado en clave de seguiriya de ‘Por ir a comprar’, compuesta por el argentino Juan Pablo Bava del grupo 107 Faunos. Los teclados de Banin y la guitarra de Floren tejerán durante toda la noche una tela de araña sónica de la que es imposible escapar, mientras el bajo de Julian marca el pulso y Eric revienta hasta el último corazón a las baquetas. Y sí, los rumores son ciertos, J canta mejor que nunca.
La libertad de la que habla Hakim Bey, esas “zonas autónomas temporales” en las que las interacciones no están mediadas por la coerción, son espacios que hay que construir a partir de las relaciones más importantes, las sentimentales. Y ahí nos encontramos, tocando techo y rompiéndolo a flor de piel con ‘Señora de las alturas’, ‘Ya no me asomo a la reja’, los recuerdos que reflotan en llamas y avivan ‘Corrientes circulares’ o esa persecución hasta las puertas del infierno de ‘Hierro y níquel’, clásico instantáneo. La emotiva y abrasiva ‘Santos que yo te pinté’, “demonios se tienen que volver”, dulce maldición en la que se desgañita el auditorio al completo, levantándose de sus asientos para acercarse al escenario y es que, “Puedes buscar por tierra, puedes buscar por aire, que como yo te he querido no va a quererte nadie”. Los juegos de luces comienzan a chocar con ojos vidriosos en la oscuridad y ‘Rey sombra’, que ha envejecido como los mejores vinos, nos catapulta a las alturas y “nos muestra nuestra propia historia como si ésta ya fuera ceniza en la memoria”. La luz continúa con ‘Ijtihad’ y ‘Espíritu olímpico’, nueva savia pop que precede a las eternamente coreadas ‘David y Claudia’ y ‘Jose y yo’. Los termómetros siguen subiendo en la tierra de Lorca con ‘Alegría del incendio y ‘Un buen día’, para llegar al descanso con ‘Zona autónoma permanente’.
Morente sobrevuela feliz por la sala a sus anchas, apareciendo con fuerza en ‘Libertad para el solitario’, fandango que Enrique cantaba como nadie y tema que concentra el espíritu anarquista de la flamante obra, subrayando esa zona temporalmente autónoma de raíz gitana que desafía la ley y transmite la tradición. Soleá, la hija pequeña del maestro que ya tiene voz propia, borda ‘Una cruz a cuestas’, seguida de un resplandeciente ‘Amanecer’.
La montaña rusa alcanza máxima velocidad y cogemos cuatro looping en los que nos quedaríamos para siempre: ‘Segungo premio’, ‘Pesadilla en el parque de atracciones’, ‘Soy un pobre granaíno’ y ese ‘De viaje’ en el que “podemos irnos juntos lejos de este mundo tú y yo”, éxtasis sensorial que parece anunciar el temido final… Pero no, vuelven a salir, contentos y agradecidos, para rematarnos con una atronadora ‘Reunión en la cumbre’ en la que se dejan la vida, y ahora sí… No, aún no, como dice J, en esta tierra de poetas el broche lo ponen ellos, ‘Los Poetas’. Brillante oscuridad en la que parecen resquebrajarse Oriente y Occidente para volver a florecer de sus propios escombros. No se puede pedir ni dar más, han encontrado el punto perfecto de su sonido, una mezcla tan potente, atmosférica y compacta (por momentos me ha recordado al directo de la última gira de The Cure) que nadie puede hacerles sombra. Música y sentimientos como luz entre las grietas.