Los nuevos tiempos de Kim Gordon

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«Tras ella se esconde una mujer que trasciende todos los límites y echa por tierra con su actitud cualquier tópico con el que haya tenido que cargar cualquier chica tocando en un grupo de rock»

 

Con motivo de la publicación de su segundo álbum de estudio solista, The collective, Fernando Ballesteros repasa la trayectoria de Kim Gordon. Desde su historia como bajista y guitarrista de Sonic Youth, hasta su actual aventura en solitario.

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Foto: DANIELLE NEU.

 

Kim Gordon está de vuelta. Tras treinta años cantando y tocando el bajo y la guitarra en Sonic Youth, la artista multifacética —que, en su caso, es tanto como decir Artista con mayúsculas—, trae bajo el brazo su segundo disco solista. Ella nunca deja de crear, pero ahora ataca con música y ese es el negociado que nos ocupa por aquí. Después de  publicar No home record en 2019 y refrendar por enésima vez que el camino fácil nunca ha sido una elección para ella, la norteamericana redobla la apuesta y da unos cuantos pasos más con una obra, The collective, que constituye todo un desafío para el oyente.

Para el fan de Sonic Youth, Kim fue el veinticinco por ciento de una banda que nunca dejó de moverse entre la pura experimentación sonora y el rock alternativo y arriesgado que tantas vías abrió para otros. Desde ese punto de vista, el de un fan de la música para el que el grupo neoyorquino es uno de los pilares de su vida, Gordon es la voz que recitó, gritó, transmitió emociones y se colocó en el centro del escenario en aquellas ceremonias sagradas en las que se convertían los conciertos de la banda. Pero ella no es eso y se encarga de recordarlo a través de su obra y de sus declaraciones: no es una músico que se dedique también a otras actividades artísticas, es una artista visual que, además, hace música.

En lo puramente musical siempre ha sido una mente inquieta que alternó sus trabajos con Sonic Youth, los convencionales y los experimentos, con los de  Free Kitten junto a la Pussy Galore,  Julie Cafritz, con quienes publicó cuatro elepés. Fuera de los escenarios y los estudios de grabación, tuvo tiempo para poner en marcha la marca de moda X-Girl en la década de los noventa, aparecer en varias películas y obtener reconocimiento de la crítica especializada por sus pinturas e instalaciones, unas creaciones que ha tenido la ocasión de exponer en importantes museos y galerías de arte.

 

Una carrera de leyenda y un lujoso testimonio autobiográfico

Hasta su separación en 2011, los Youth construyeron una leyenda sustentada en discos excepcionales que les llevó a protagonizar una bonita historia de éxito gradual y muy contenido. Evol, Daydream nation, Goo  o Sister, por citar unos cuantos, son sobresalientes ejemplos de la creatividad de una banda irrepetible. Fueron tan grandes que, tras una etapa, a finales del siglo veinte, en la que dieron algún síntoma de agotamiento, se permitieron el lujo de despedirse con una de sus mejores obras. Fue un final brillante pero también triste y doloroso.

De ese epílogo da cumplida cuenta Kim en La chica del grupo, libro autobiográfico en el que repasa su vida y deja claro que, desde muy pequeña, apenas con cinco años mientras jugueteaba con arcilla, ya sabía que quería ser artista. Fue en aquellos círculos en los que se movía, donde conoció a Thurston Moore, con quien recorrería las siguientes tres décadas de su vida. Pero aquella pareja perfecta, o eso nos parecía desde fuera, se rompió de la forma más cliché que se le pueda ocurrir a un guionista mediocre. Un hombre de mediana edad con su correspondiente crisis, una mujer más joven, una infidelidad y la pareja era historia. Y, por extensión, el grupo del que ambos formaban parte.

 

«El camino fácil nunca ha sido una elección para ella»

 

Dos años antes habían publicado The eternal, un disco con el que se acercaban a los logros del pasado. Sonic Youth habrían tenido cuerda para rato, pero habían escrito su último capítulo. Aquel último concierto en Sao Paulo, en 2011, aparece reflejado por Kim en su autobiografía de una forma detallada y triste. El libro es una maravilla que da testimonio de la forma en la que Gordon sobrevivió en un mundo —el de la industria musical— profundamente masculinizado y sexista. La chica del grupo del título no deja de tener su punto de ironía. Tras ella se escondía una mujer que trasciende todos los límites y echa por tierra con su actitud cualquier tópico con el que haya tenido que cargar cualquier chica tocando en un grupo de rock.

 

La vida tras Sonic Youth

Han pasado ya trece años desde aquella última actuación en Brasil, un periodo de tiempo en el que Kim formó el dúo experimental Body/Head junto al guitarrista Bill Nace. Ya en 2019 grabó su debut como artista solista, y ahora vuelve y lo hace con toda la intención de hacernos vivir una experiencia a la que hay que llegar con la mente muy abierta y el propósito de dedicarle a la obra —y a su autora— toda la atención que merece. De entrada, conviene aclarar que hace mucho tiempo que nuestra protagonista dejó atrás los marcos del rock alternativo, que ya se habían revelado demasiado estrechos para ella.

Desde el desconocimiento con el que encaro estos nuevos mundos por el que nos lleva Kim, todo se me antoja más novedoso que a la propia autora. En sus palabras, The collective es básicamente la continuación de su anterior disco, con un poco más de beats. Y ahí es donde aparece con letras bien grandes el nombre de Justin Raisen, con quien ya trabajó hace cinco años y con el que forma un sólido equipo. El es el responsable del esqueleto sonoro que sostiene el disco y que viene a ser algo así como una adaptación a los tiempos que corren de una autora a la que no me imagino ni mínimamente preocupada por conseguirlo. Pero es que estos cuarenta minutos son también una foto del mundo actual, ella está ahí, encarándolo, valiente, sin ninguna intención de huir.

 

«The collective es un álbum oscuro en el que abundan los ritmos pesados, sobre los que la voz de Gordon derrocha esa seguridad y magnetismo a la que nos tiene acostumbrados»

 

The collective es un álbum oscuro en el que abundan los ritmos pesados, sobre los que la voz de Gordon derrocha esa seguridad y magnetismo a la que nos tiene acostumbrados. Estilísticamente se sitúa a años luz de la propuesta de Sonic Youth. El hip hop y el trap, sí, el trap, dominan la escena por momentos. Jamás pensé que escribiría algo así sobre esta artista y, probablemente, ahí también radica una parte de su grandeza. Medios de comunicación de masas, redes sociales, tecnología y más de una acerada crítica al machismo imperante, conviven con esos sonidos tan actuales de los que hablábamos y con guitarrazos ruidistas. Las melodías, si aparecen, no llegan para quedarse.

No es sencillo hablar de canciones en un disco como este. Aun así, destaca la apertura con “BYE BYE”, también single anticipo, un tema en el que recita una lista de objetos personales para llevar a un viaje, así, sin más. Y funciona. Y también lo hace su particular forma de interpretar, aprovechando al máximo, como ella misma destaca, las posibilidades que le ofrecen el ritmo y el espacio.  “I’m a man” pone en el objetivo cierta toxicidad masculina sobre la que ya ha escrito bastante en el pasado y “Trophies” habla sobre trofeos de bolos, porque sí, porque un día le preguntó a una amiga sobre qué debería escribir y le sugirió esta idea.  Y ahí está la canción y su letra, moviéndose en esa delgada línea que separa la genialidad de la tomadura de pelo. O  en las dos a la vez, qué se yo.

Otras canciones, como “Shelf warmer”, juegan con texturas algo más suaves y los sonidos más industriales encuentran su espacio en los dos últimos títulos “The believers” y “Dream dollar”, aunque ya digo, este es un viaje continuo en el que cuesta hacer paradas y más aún ponerle etiquetas.

 

«Aquel que escucha el disco tiene que poner de su parte, dejarse llevar y arrinconar los prejuicios»

 

En su condición de creadora total, Kim pone las normas y las moldea a su antojo, llevando su propuesta a terrenos desconocidos, por inexplorados, para ella y para el oyente. De eso se trata, de moverse en los límites. Por eso, The collective no se disfruta de la manera tradicional. Digamos que aquel que escucha el disco tiene que poner de su parte, dejarse llevar y arrinconar los prejuicios. Al final, la experiencia, porque de eso se trata, te llega o no lo hace. Si tienes claro todo lo que representa Kim Gordon, si la admiras, no solo por las canciones que ha escrito y los conciertos que has visto, sino por su condición de artista en un continuo desafío, es casi seguro que sabrás recoger el guante que te lanza y le saques todo el jugo a una propuesta que requiere dedicación y tiempo, dos conceptos que tampoco es que abunden en el mundo que retrata la obra.

Termino de escribir mientras acaba también  una nueva de escucha de The collective para mí. Ya van unas cuantas, no sé cuánto tiempo tardaré en volver a ponerme con él,  pero sé que, en mi cabeza, lo voy a colocar entre los discos que me hacen estar  muy orgulloso de llevar más de treinta años admirando a esta mujer.  Eso sí, en cuanto termine, me dispongo a escuchar un disco de los Rubinoos. Acepto el reto de Kim, y me encanta que me haya llevado por este camino, pero mi alma también necesita ese otro tipo de alimento en forma de canciones y estribillos. Es momento de rebajar la intensidad.

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