«Nos gustaría que existiese una infraestructura cultural que permitiera a la gente vivir dignamente dedicándose a componer música, grabar y tocar»
Quince discos —diez de ellos, de estudio— avalan a Los Marañones, veterana banda de rock and roll afincada en Murcia desde hace más de tres décadas. Su último trabajo, La máquina del tiempo, lleva a Miguel Á. Tébar a encontrarse con ellos para revisar un poco su historia.
Texto: MIGUEL Á. TÉBAR.
Fotos: PILAR MORALES.
El primer día del pasado confinamiento se lanzó La máquina del tiempo (Perdición, 2020), el decimoquinto artefacto sonoro de Los Marañones, la banda más longeva, en activo y con formación original, del planeta murciano. Contabilizando así diez elepés y un epé de estudio, uno en directo, un recopilatorio, una banda sonora para teatro y otro en formato digital (el único) con unas pocas rarezas.
Cuatro meses después hemos podido reunir, al aire libre y cumpliendo con todas las medidas preventivas, a los cuatro músicos visibles del grupo: Miguel Bañón, Román García, Pedrín Sánchez y Carlos Campoy. Casualmente, también fue la primera vez en que se vieron cara a cara desde que aprendimos a vivir encerrados. El lugar consensuado fue la terraza de un quiosco ubicado en pleno centro de Murcia capital, bajo la sombra de los tan escasos como necesarios árboles que nos protegieron, no tanto del coronavirus como de los 40 grados que cayeron sobre nuestras molleras a la seis de la tarde en un viernes de julio. Bañón llevó la voz cantante (valga la redundancia), el bajista García personificó el especial humor e idiosincrasia del combo, Sánchez como buen baterista marcó el tiempo con su simple presencia mientras escuchaba atento y el teclista Campoy sentó cátedra.
Habían pasado unas cuantas semanas desde que comenzaron a promocionarlo, obviamente de manera no presencial, «en esta ocasión más que nunca», tal como me comentó en su día Román. «Efectivamente, se está terminado vuestro oficio, en algunas entrevistas publicadas hasta han reproducido las erratas que se nos escapan en los impersonales cuestionarios por correo electrónico», apuntan. Por tanto, la nuestra sería una charla a destiempo, desmarcada de la exigente inmediatez informativa que imperaba hasta antes del estado de alarma. Consecuentemente, la gira de presentación de sus nuevas trece canciones ha tenido que ser pospuesta «hasta que la nueva (sub)normalidad lo decida». De momento, la única fecha anunciada es el 8 de agosto en otra terraza, la del auditorio Batel de Cartagena.
Una familia bien avenida
Los Marañones son una familia bien avenida desde hace 33 años —su primera maqueta data de las Navidades 86-87—. Sin duda, el afecto y respeto apreciable entre sus miembros habrá ayudado a la fructífera longevidad, como apunta Miguel: «Nunca hemos tenidos roces significativos, quienes estamos en el grupo nos llevamos muy bien… y los que no, también. No somos conflictivos y tampoco nos hemos peleado por dinero». Carlos, que fue el último en incorporarse, oficialmente desde Extraña familia (El Brujo Records, 2007), rememora cómo se autopropuso sin más pretensión que aportar su instrumento en algunos temas del segundo trabajo, Quiero bailar agarrao (Cambayá, 1992): «Estábamos en la puerta del Torreta (uno de aquellos míticos bares que apostaban por la música de calidad en las tascas), y te dije: “Si algún día necesitáis un órgano…”». Ocasionalmente, se le veía tocando en alguno de los enérgicos conciertos del por entonces trío. Aquel momento se atestiguó con la grabación en vivo de Los Marañones (Edel, 1996), llegando a formar quinteto hasta su conceptual Shangri-la (Alkilo Discos, 1999), momento en el que el carismático guitarrista Joaquín Talismán —responsable de la discográfica con la cual editan desde la mitad de su carrera de fondo— decidió centrarse en su carrera en solitario. Tanto este último como el compositor Ricardo Perpén o Javi Toral, su técnico de sonido favorito, siguen siendo considerados parte del colectivo.
Cuando se consigue conversar con el singular cuarteto, con tiempo y afinando bien el oído, es posible desenmarañar lo sucedido hasta la fecha, empezando por la prehistoria de la efervescente escena musical murciana: «Los pocos grupos de aquella nombrada Movida de los ochenta prácticamente nos reuníamos en los mismos bares: el citado Torreta 5, el Latino, Indian… hoy en día eso sería imposible. Entonces no contábamos con redes sociales que nos aunaran por escenas, etiquetas o movidas como las de ahora». El factor generacional siempre condiciona, sobre todo para los que tendemos a recordar ciertas hazañas, aunque a Los Marañones no les gusta hablar en pasado como si formaran parte del mismo, ya que ellos siempre han estado activos, tocando y grabando. No en vano tienen tantos discos: «Consideramos que hacemos cierta música alternativa, estamos más alejados del mainstream que muchos grupos jóvenes. Realmente somos más independientes que la mayoría, pues seguimos nuestro propio camino sin mirar a ambos lados. Eso sí, echándole ganas, frescura e imaginación e intentando renovarnos continuamente». Al preguntar al callado Pedrín, se sobresalta para negar que pueda sentirse como un abuelo del indie.
Nada nuevo, nada ajeno, el suyo fue un comienzo común: «A nosotros también nos pasó eso de estar entre amigos del instituto con ganas de comerte el mundo, y te pones a tocar… Te crees que eres el primero en llegar y que eso nadie lo habría hecho antes. Algo así como lo que piensan los enamorados cuando están descubriéndose sin mirar hacia atrás». Llegar a sumar un par de cientos de canciones no está al alcance de cualquiera, lamentablemente ni siquiera tal empeño garantiza un justo reconocimiento: «Nos gustaría que existiese una infraestructura cultural que permitiera a la gente vivir dignamente dedicándose a la profesión de componer música, grabar y tocar. Que un niño en el parque tararease tu canción también sería bonito. Lograr el equilibrio personal entre la técnica y la emoción que permita expresar lo que realmente se pretende es confort, algo que se alcanza tras lograr metas muy altas o cuando has adecuado tu mente a conformarte con lo que tienes, sin esperar nada. Lo que podría entenderse como falta de ambición».
El estilo «Marañón»
La antigüedad, en un oficio como este, es una constante lección de vida: «La frustración es parte del proceso y te da impulso, todos nos dedicamos a la música en mayor o menor medida. Intentamos prodigarnos en ella incluso empobreciéndonos con historias paralelas que sacian nuestras necesidades artísticas». Toca mirar analíticamante al mundo de la cultura: «Esta pandemia, al igual que la crisis del 2008, ha demostrado que la cosa artística se coloca a la cola de nuestras necesidades. Es lo primero que un sistema socioeconómico, que necesita ciertas coordenadas e impone ciertas ideologías competitivas de mercado, se encarga de hacer accesorio excluyéndola del negocio. De ahí lo de estar fuera de onda». De ahí que establezcan este parangón: «Las tendencias en la música son como la comida basura, es cierto que el producto está sabroso, aun a sabiendas de que a bajo precio sea complicado ofrecer calidad. Algo comprensible, ¿no?». Y prosiguen mirándose a sí mismos: «El discurso de toda la vida del consumo rápido y fácil hace que no sea tan bien aceptado un proyecto longevo o de largo recorrido, a no ser que la suerte se cruce en tu camino y se te reconozca la trayectoria de fidelidad a algo. Además, al hacer música no tan clasificable, lo nuestro descoloca. Si el [disco] anterior fue más yeyé y este más psicodélico es por decisión propia, no por descolocar a quien nos sigue en una vertiente más ronquera o popera».
«Le echamos mucha imaginación al asunto, tenemos inquietud por reinventarnos y renovarnos»
Entonces, ¿cómo se reconoce el estilo «Marañón»? ¿Cuáles son sus rasgos diferenciadores, si es que los tienen? «Le echamos mucha imaginación al asunto, tenemos inquietud por reinventarnos y renovarnos, lo que nos mueve es lo que hacemos nosotros mismos». Prodigan su libertad artística: «Tenemos la suerte de hacer los discos tal y como nos gusta y también que haya gente quien a su vez le guste, nos siga y podamos ir permitiéndonoslo». «Principalmente a un seguidor lo que le le gusta es seguirse a sí mismo. Por eso, al público que continúa ahí contra viento y marea le debe suceder lo mismo que a nosotros: que les gusta mucho la música sea del género que sea. Lo nuestro se basa en la riqueza de canciones, nuestra innovación es la esencia de las mismas para que parezca que te suene de antes, después cómo y de qué se vistan también es importante, sin olvidar ese elemento», explican.
El empujón de Diego Manrique
Si nos fijamos en la autoría de cada una de las canciones, no puede establecerse un líder y sí muchos más Marañones de cuatro. Para explicar el proceso de selección se presta, quizás por alusión, Miguel: «Cuando éramos jóvenes quedábamos un grupo de amigos en casa de Román para grabar continuamente y llenábamos cintas de casete con lo que hubiesen sido dobles elepés. Se me ocurrió grabar algunas de ellas junto a otros músicos con los que tocaba en un local de ensayo, y mandárselas a Diego Manrique, que nos animó a formar un grupo y darles salida, le gustaba nuestro rollo». Aquella gente a la que se refieres sigue estando —algunos, esporádicamente— presente en Los Marañones. Nombres como el citado Perpén, que sigue componiendo muchísimas de las músicas, o Pedro Jiménez y Carlos Muñoz, que aportan algunas letras: «Cuando seleccionamos las que van a salir en cada disco no nos fijamos en el tiempo que llevan compuestas, sino en nuestras apetencias en cada momento, lo que indica su atemporalidad. Nunca seguimos ninguna corriente de moda, vamos eligiendo aquellas que nos pide el cuerpo en función del concepto del disco decidido». El proceso continúa así: «Tras cada sesión de grabación de un disco nuevo, todas las maquetas previas o terminadas y descartadas se añaden a ese potente archivo con más de setenta, y podrán ver la luz cuando llegue su momento o permanecer inéditas. Se trata de un enorme estocaje al que nos gustaría ir dándole salida».
Este último apunte justificaría que, en toda su historia, tan solo tengan registradas tres versiones en discos colectivos (C. Perkins, F. Zappa y J. Lennon), de lo que también puede deducirse que se retroalimentan más de lo que beben de fuentes contemporáneas. Como artista insuficientemente reivindicado, Pedrín señala al cartagenero Fernando Rubio; Román, si bien sigue comprando discos físicos, curiosamente le pilla la manida pregunta, y nombra a los siempre recurrentes Prince, Peter Gabriel y de Bob Dylan; Miguel ha descubierto a la banda dublinesa Pugwash (liderada por Thomas Walsh) a través del proyecto The Duckworth Lewis Method (junto a Neil Hannon); y Carlos reconoce que prácticamente solo escucha Radio Clásica, por lo que cita a Lina Tur Bonet (la ibicenca violinista de barroco) e inmediatamente se arrepiente por pensar que este no es lugar para «músicas cultas», apuntando al no menos complejo Sufjan Steven.
La máquina del tiempo
Como señala una pieza de su nueva colección, son “Las siete de la tarde” y del nuevo y recomendable disco no hemos hablado mucho, ni siquiera de “El nómada”, que abre los 57 minutos del total y rememora lo mejor de su repertorio. Tampoco del tema que lo cierra, “Cómo voy a salvar nuestra situación”. Las letras siguen hablando de todo lo aquí escrito y de su propio universo. Quizás encadenar tres de sus títulos con el extraño presente sea adecuado para ir concluyendo este capítulo de su inacabada historia.
Allá por 1997 andaban Matando el tiempo (Facedown, 1997) y ahora, un lustro después de A contratiempo (Perdición, 2015) —su anterior trabajo de estudio—, regresan a través de La máquina del tiempo con más canciones atemporales. Es inevitable preguntarse qué gira alrededor de Los Marañones cual manillas del reloj. «Por autoanálisis o reflexivamente nos hemos dado cuenta de que muchas de nuestras canciones giran en torno al tiempo. La que tituló el disco Matando el tiempo trata de un hombre que asesina su reloj; A contratiempo surge de la música sincopada y encajó en un disco de principio de los años 60, fuera de su tiempo porque en realidad es reflejo de nosotros mismos, y La máquina del tiempo también tenía su tiempo, y pensamos que era muy buena para titular aunque volviera a aparecer la palabra. ¿Por qué no?». ¿A qué se debe? «No creo que sea cuestión de edad, ¡es un acicate! Quizás sí sea una obsesión o inquietud interna».
Terminamos mirando al impredecible futuro: «Tendremos que ir adaptándonos a los tiempos venideros cargados de incertidumbre. Deberíamos ser visionarios para saber qué va a suceder, y no es el caso. Habrá que reinventarse o reformularse un poco más, pero, como siempre, el tiempo decidirá qué arroyos toma nuestro camino. La forma de hacer o promocionar virtualmente y que se pague por ello aún no parece estar definida». Quién sabe si cambiará la forma en la que los demás interpretan este sector. «Los grandes artistas cuyo nombre es una marca comercial generan otro tipo de ingresos muy diferentes a los que manejamos nosotros. Hasta hoy era muy difícil vivir de la música si no era dando conciertos, quizás ahora la gente vuelva a valorar lo de hacer taquilla en función de la demanda. Desde hace décadas estamos mal acostumbrados a la música subvencionada y a que al público le salga gratis, o casi», sostienen. «La asepsia y el rock and roll no se llevan del todo bien», apunta su representante, Rafita Gómez, mientras todos se colocan las mascarillas antes de que la fotógrafa Pilar Morales se las haga quitar de nuevo para una breve sesión.