FONDO DE CATÁLOGO
«Van desfilando doce temas que van del beat al garaje y que, en ocasiones, juegan al despiste con textos que exhalan humor e ironía»
Sobre el álbum de debut y homónimo de Los Faros, regresa César Campoy esta semana. Una banda, y un disco, de pop desacomplejado que corrió peor suerte de la que merecían.
Los Faros
Los Faros
Novola, 1967
Texto: CÉSAR CAMPOY.
Resulta paradójico que tan poca gente sepa de este conjunto, uno de los pocos, en España, que fue capaz de publicar un elepé con temas propios en la década de los sesenta del siglo pasado y que, además, contó con el apoyo total y absoluto de un sello, Novola, que todavía andaba relamiéndose con el resultado conseguido por aquella perfecta operación de mercadotecnia llamada Los Brincos. Ese fue el modelo a seguir, y esa la jugada a repetir. No obstante, en este caso, los resultados fueron desastrosos.
Los Faros eran Juan Francisco Campillo (bajo y voz), Pedro Vega (guitarra solista y voz), Joaquín Arráez (batería y voz) y Jaime Font (guitarra rítmica, órgano y voz). Provenientes de Barcelona, tenían fama de buenos músicos. Además, rezumaban una sorprendente habilidad para lanzarse con composiciones originales. En Novola, viendo un nuevo filón a explotar, apenas se lo pensaron y programaron un lanzamiento al más puro estilo Brincos; es decir, varias referencias en diversos formatos, en un año, y una ambiciosa campaña de publicidad en los medios de la época que les llevó, incluso, a ser portada de la revista especializada Fans, ataviados con un lujoso y exclusivo uniforme que formaba parte del amplio y llamativo vestuario diseñado, por encargo de su sello, en El Corte Inglés, como confirmaba la carpeta de uno de los epés, que los presentaba así: «Los Faros constituyen un grupo de cuatro muchachos barceloneses que presentan algo distinto en lo que a música moderna se refiere; sus canciones, su estilo, sus voces, se apartan de lo rutinario. Su preparación musical (todos tienen estudios musicales) y su experiencia de música moderna (más de diez años dedicados a esta, lo acreditan), nos hace afirmar que nos encontramos ante un conjunto que sabrá convencer con sus creaciones de categoría internacional y que las mismas proyectarán una luz nueva sobre la moderna canción española».
Así pues, en apenas unos meses, en 1967 vieron la luz los sencillos compuestos por “Ojos sin vida” y “A todo gas”, y “El solterón” y “Sueño de estrellas”, además del epé encabezado por la propia “El solterón” y, por supuesto el elepé que nos ocupa. Como en el caso de los de “Flamenco”, aquí Novola confía plenamente en la capacidad creadora del cuarteto y arriesga al máximo al optar por temas propios. En aquel disco largo, uno tras otro, van desfilando aquellos doce temas que van del beat al garaje y que, en ocasiones, juegan al despiste con textos que exhalan humor e ironía.
En el diseño de carpeta, por supuesto, no se escatiman gastos: fotos a todo color, amplia información sobre los componentes del grupo… Todo ello al servicio de piezas inmediatas de riff guitarrero punzante como “A todo gas” (posiblemente, la joya de la corona de aquella remesa) o la implacable “Hijo de papá”; bailongos rhythm and blues aupados en vistosos teclados, como la abrasiva “Ojos sin vida”; agradables números pop como “El solterón”, “Sueño de estrellas” y “Olor a menta”; chistosas ejecuciones como las de “Se llama Eufrasia” y una curiosísima “Tortilla de patatas”, o misteriosas y desconcertantes baladas como “Marcha fúnebre a un amor” (completan el elepé “No tiene nombre”, “Poderoso caballero es don dinero” y “Flor negra”). En todas ellas, los juegos vocales devienen, también, marca de la casa, y el resultado global no deja de ser coqueto y entretenido, aunque es justo apuntar que evidencia una producción, si no un tanto descuidada, sí algo básica.
Aquel año se completa con la edición de dos sencillos más. El primero de ellos lo integran una “Por tantas cosas”, que rememora los primeros años de Los Brincos, así como “Quiero bailar”; mientras que el segundo incluye uno de los temas más destacados de Los Faros, la certera “Golpes” (efectiva la hipnótica y psicodélica combinación voces-guitarra), acompañada de “Una flor en la nieve”. Un vinilo con el que la banda se ponía, de lleno, en manos del prestigioso arreglista y productor Ramón Farrán, consumado músico de jazz, habitual de Novola que, entre otros, se estaba encargando de dirigir los destinos de Juan & Junior. No obstante, tan solo unos meses después, y al comprobar que toda aquella inversión apenas había recibido una contrapartida mínima por parte del respetable, el sello comienza a cerrar el grifo y Los Faros inician la consabida travesía en el desierto, condenada a un final tan previsible como fatal.
En 1968, llegan a ver la luz cuatro sencillos que, ahora sí, ya incorporan, exclusivamente, versiones o temas compuestos por otros artistas. Toda una declaración de intenciones por parte de la compañía. Hablamos de “Cuando me enamoro”, “La tramontana”, “La, la, la”, “Noches de blanco satén”, “Atrapar un ángel”, “Angelitos negros” (ejecución beat del clásico popularizado por Machín) y una “Ilusiones perdidas” (acompañada, de nuevo, por “Noches de blanco satén”) con la que acuden al Festival de Benidorm en la edición que encumbra a Julio Iglesias. En todos ellos, el conjunto sigue mostrando su buen hacer. No obstante, aquel proyecto hacía aguas por todos lados. Lo confirma la referencia editada en 1969, liderada por su revisión del clásico festero “Santa Marta” y completada con el facilón “Parque de atracciones”, creado por un Farrán que también se encargará de dirigir las sesiones de la última referencia conocida del grupo, un sonrojante vinilo compuesto por “El rushgold” y “El nuevo rush”, que pretendía (¡en 1970!) promocionar un nuevo baile. Injusto final para un solvente grupo de intérpretes y compositores que, sin duda, mereció mejor suerte.
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Anterior entrega Fondo de Catálogo: Radios appear (1977), de Radio Birdman.