«Se han ganado a pulso el aplauso internacional que conmemora con su obra lo cotidiano y lo mundano mientras se empapan de verbena cervecera»
Tres años después de su última gira española, Dropkick Murphys regresan a Madrid para presentar en directo su último disco, 11 short stories of pain & glory. Antes de que suceda, el próximo 28 de enero en el Palacio Vistalegre, Sara Morales nos pone en antecedentes.
Texto: SARA MORALES.
Superan las tres décadas retumbando al mundo desde uno de los barrios obreros de Boston, a base de punk rock que enaltece el pálpito proletario. Allí nacieron en el sótano de una barbería, allá por 1996, y desde allí continúan marcando el recorrido de su sangre irlandesa desbordada en manantiales de folclore cuando estalla en sonido.
Pioneros en el desaire de la tradición, han sabido engatusarla hasta bordar de un modo épico el matrimonio de banjos, armónicas y mandolinas con la estridencia soberbia de guitarras, bajos y baterías, hasta convertirse en precursores de un subgénero llamado celtic punk que nadie profesa como ellos.
Con nueve discos a sus espaldas y toda una vida poniendo palabras a la usanza urbana y callejera, los Dropkick Murphys se han ganado a pulso el aplauso internacional que conmemora con su obra lo cotidiano y lo mundano mientras se empapan de verbena cervecera. Son creadores de una innumerable ristra de himnos paganos y atesoran en su catálogo temas como «I’m shipping up to Boston» —la canción por excelencia del Saint Patrick Day—, «Tessie» —una versión propia de la canción oficial de los Red Sox de Boston—, «Going out in style» —un auténtico guantazo de rabia y acordeón—, «The Spicy McHaggis Jig» —de alma subversivamente celta— o «Rosse Tattoo» —que recrea la versión más melódica de la banda—, entre otras muchísimas perlas.
Voceos hooligan y pendencieros, a ritmo de una desaforada fraternidad instrumental, convierten sus conciertos en una auténtica fiesta. Un aquelarre de pasado y presente con trasfondo social para abordar asuntos como la inmigración, la familia, la lucha contra el sistema, la vida de barrio y las relaciones interpersonales, en un buen puñado de fábulas gamberras con conciencia, con sobrada conciencia.
Cita térmica en Madrid
Han pasado tres años desde su última visita a España, pero ya están de vuelta. La banda más insurgente del costumbrismo shamrock regresa a Madrid con un concierto único, el próximo 28 de enero en el Palacio Vistalegre. Y aunque el repertorio de la noche se erige como un meticuloso flashback a su histórica carrera donde no faltarán ni fallarán los emblemas, uno de los protagonistas indiscutibles de la velada será su último disco, 11 short stories of pain & glory, publicado en 2017. Un trabajo que destila más quietud que sus antecesores, pero que continúa a la altura de una narrativa realista, a veces incluso biográfica, en once pasajes (e historias) que engrosan la labor retratista de una banda con los pies en el asfalto.
Temas combativos como «Blood», llamamientos a la acción y reacción juvenil contra un sistema que margina como «Rebels with a cause» o «Sandlot» y vuelta a su énfasis natural por la gloria birrera como «Kicked to the curb» se dan la mano con contados, pero conmovedores, giros de registro para afrontar dramas sociales: como «4-15-13», con la que homenajean a las víctimas del atentado del maratón de Boston del año 2013 desde un ánimo más sereno, o «Paying my way», sobre cómo superar la adicción a las drogas, una lacra sobre la que el grupo actúa de manera activa con su propia asociación.
Implicados con la música en la experiencia vital individual y compartida, los Dropkick vuelven a invitarnos a su imperdible y particular rave de gaitas dementes y verdades como puños.
The boys are back.