DISCOS
«Las hermanas Álvarez llevan adelante un trabajo magnífico, no tan lleno de melancolía como en otras ocasiones y, sea como sea, perfectamente luminoso»
Pauline en la Playa
Los días largos
PAULINE EN LA PLAYA, 2024
Texto: CÉSAR PRIETO.
Fijémonos en la portada. Hay cinco chicas en la arena de una playa, sentadas o tumbadas, leyendo. Cuatro más están hablando al lado del agua, donde rompe la espuma. No parece una escena actual, sus vestidos y sus peinados remiten a esos años de la República donde la mujer se empezó a reinventar, afortunadamente. La posición exacta del mar, las figuras, los colores, recuerdan poderosamente a Sorolla, un Sorolla que hubiera pasado unos días en el Cantábrico y se hubiera empapado un poco de esa luminosidad un tanto más brumosa que hiriente.
Las canciones de Los días largos siguen esos parámetros, son estaciones de tranquilidad y placidez, nada fuera de un ensimismamiento que pinta la belleza de colores atenuados, de sensaciones bien asentadas, pero no intensas. No está lejos de lo que los siete discos anteriores del dúo asturiano habían expuesto, y que aquí se ve regalado por una mirada que gira para cruzar el Atlántico. Es por ello que el aire country está presente en “Yo podría ser John Wayne”, una atmósfera extraña en ellas, la de un western crepuscular teñido de melancolía. También encontramos esta plantilla en “Que te parta un rayo”, muy ágil, un repertorio de reproches y maldiciones al enamorado, también con aire de spaghetti western, que demuestra que saben ser las más sensibles y las más divertidas.
Porque la canción que la precede, “Si me dejas de querer” es tan delicada y sutil, tan enredada en las telas del corazón, de ritmo tan monótono, que parece de otro mundo, de ese en el que las melodías son un paseo en senderos íntimos mientras se escuchan los fraseos callados y estremecedores de la voz que desgrana la melodía. Es un espíritu que también recoge “Invierno”, una estampa otoñal llena de melancolía cantábrica, de cielos claros con arreglos tan clásicos como bonitos sobre los que arranca también una melodía con pocos compases pero impresionante.
Pero si de algo se han sentido siempre orgullosas las hermanas Mar y Alicia Álvarez es de recoger el legado de Vainica Doble. Y aquí sale, y bien que sale. “El jarrón de flores” es la canción más cercana a ellas en el disco, entre las “Coplas del iconoclasta enamorado” y “Roberto querido”, con esas letras entre lo salvaje dulcificado y lo sereno. También “Mis sitios” se apoya en sus canciones, es su recreación de “Un metro cuadrado”, la presencia de un espacio propio e íntimo.
Otro segmento se centra, a su pesar, en las lejanas tierras de la infancia. Ahí están “Los días largos”, que da título al conjunto, y que no son más que esas inacabables jornadas de la niñez. Recorremos esos paisajes —de amplitud en los días sin bruma, que entonces se parecen levemente a los del sur— con bicicletas y pandillas. “La lluvia” va más allá y tiene todo el aire de canción tradicional; es más, de canción infantil, que son las realmente populares, con su pizca de ingenuidad y non sense.
“En esta casa”, por su parte, es una canción aérea, indolente, en la que la vida se deja al azar, dotada de una extraña alegría en su instrumentación de sintetizadores. Una languidez que se contagia a “La más guapa de la fiesta”, inyectada de un inusual espíritu adolescente en su defensa del hedonismo, de la sana dejación de responsabilidades. Por el contrario, hay dos canciones que tienden al preciosismo. “Tú y yo y la tormenta” y “Abismo”, con un inicio casi sinfónico que prepara para el genial trenzado de las voces.
Como siempre han hecho, las hermanas Álvarez llevan adelante un trabajo magnífico, no tan lleno de melancolía como en otras ocasiones y, sea como sea, perfectamente luminoso. El intimismo se va abriendo hacia un cielo lleno de más oxígeno, más reconfortante, incluso con una ironía llena de sencillez que no oculta su ternura.
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Anterior crítica de discos: Velocidad, de Star Trip.