«Este es, sin lugar a dudas, el título que todos los beatlemaníacos estábamos esperando para cerrar el círculo informativo y divulgativo sobre el tema de cómo se parieron, en lo práctico, las canciones de los Beatles»
El libro «En studio avec les Beatles» recoge las memorias de Geoff Emerick, técnico de sonido en práticamente todas las grabaciones del grupo de Liverpool, aportando visiones inéditas del trabajo en estudio y de la gestación de las canciones. Javier de Castro nos cuenta de qué va.
Texto: JAVIER DE CASTRO.
En la mitología Beatle hay nombres imprescindibles. Obviamente, los de los protagonistas de la historia, John, Paul, George y Ringo, además de Brian Espstein, el manager que les ayudó a encumbrarse, y de George Martin, su productor por antonomasia y la persona que mejor supo canalizar su enorme talento, amén de conseguir sacarles de dentro todo lo mejor que escondían en materia artística. A continuación vendrían, para bien o para mal, unos cuantos ex Beatles estacionales, las mujeres que compartieron sus vidas en tal o cual momento de su trayectoria, hasta finalizar con la gente de su entorno más inmediato, Mal Evans y Neil Aspinall, sus road managers y amigos personales más íntimos y, por fin, el personaje que ha escrito el volumen que, inmediatamente, pasamos a comentar.
Se trata de Geoff Emerick, uno de los ayudantes de George Martin más cercanos, quien estuvo a su lado y del de los Beatles, por supuesto, desde el comienzo mismo de la carrera de éstos y por lo que a su relación con los estudios de grabación se refiere. Emerick entró a trabajar a los estudios EMI en 1962, con apenas quince años cumplidos, y estuvo presente durante la grabación de todos los álbumes oficiales del cuarteto de Liverpool, ejerciendo de fiel mano derecha de Martin entre 1962 y 1966, año a partir del cual, una vez obtenida la titulación necesaria para poder ejercer como técnico de sonido habilitado sustituyendo a Norman Smith –el titular oficial de tales funciones hasta la fecha– empezó a trabajar como tal, rubricando con su firma la mayoría de los álbumes de los melenudos desde «Revolver» hasta «Abbey Road», no habiendo intervenido, como tampoco lo hiciera, George Martin, en las procelosas sesiones que dieron como resultado el «Let it be», que fue obra básicamente de Glyn Johns, hasta que, por encargo, directo de John Lennon, se le pasaron las cintas a Phil Spector para que éste acabase de comerse el marrón en que se había convertido aquel desdichado proyecto.
¡Palabras mayores!, son, pues, la experiencia de Geoff Emerck junto a Lennon, McCartney, Harrison y Starr y, por tanto, lo que se nos cuenta en este potentísimo volumen de casi quinientas páginas. Y es que este «En studio avec les Beatles» (edición en francés de Le Mot et le Reste) que nos ocupa es, sin lugar a dudas, el título que todos los beatlemaníacos estábamos esperando para cerrar el círculo informativo y divulgativo sobre el tema de cómo se parieron, en lo práctico, las canciones de los Beatles, tras algunas joyas literarias que la mayoría conocerán: la experiencia relatada por George Martin, en su espléndido y revelador «El verano del amor». Cómo se grabó el Sgt Pepper’s; «The Beatles recordingsessions» del archivero de los estudios Abbey Road de Sant John’s Wood, Mark Lewison; y el portentoso «Revolución en la mente» de Ian McDonald, uno de los mejores análisis de las canciones en cuanto a su génesis y concreción compositivas. Información técnica de primera mano toda ella para saber qué se coció en realidad en las sesiones que dieron como fruto la mejor colección de canciones pop de la década de los 60 o, si me permiten la extravagancia, la mejor cosecha musical de todos los tiempos.
Entrando ya en materia, conviene explicar, para que todos tomemos conciencia de la importancia del personaje, que Emerick estuvo presente, aunque sin acreditar, al menos al principio, en la segunda sesión de grabación de los Beatles, concretamente para el ‘Love me do’, hacia finales del otoño de 1962, aunque sí aparece ya oficialmente como ingeniero segundo de sonido de la sesión del 20 de febrero de 1963, en la que se trabajaron diferentes aspectos finales de las canciones ‘Misery’ y ‘Baby it’s you’; es decir, dos cortes que formarían parte del inmediato primer álbum oficial de los Beatles, conocido popularmente como «Please please me» y que se publicaría apenas un mes más tarde, concretamente, el 22 de marzo de aquel mismo año.
Como que sería demasiado prolijo enumerar todas las intervenciones que Emerick llevaría a cabo de ahí en adelante en el estudio de grabación –literalmente centenares, que prefiero no desvelar para no restarle interés a la lectura de quien decida sumergirse en tan apasionante mar– y los impagables comentarios y anécdotas al respecto con los que ha llenado el libro, voy a concentrarme únicamente en unos cuantos aspectos que me han llamado la atención durante la lectura de este entretenidísimo volumen. Cuando Emerick se hizo cargo de la responsabilidad máxima en cuanto al sonido de estudio de los Beatles en las sesiones del disco «Revolver» –para mucha gente el que de verdad marcó el cambio estructural en la música del grupo, pues fue el primero que editaron tras abandonar sus actuaciones en vivo– tuvo ocasión de conocer a los cuatro Beatles mucho más en profundidad que hasta entonces. No en vano, su relación con ellos se volvió mucho más estrecha que hasta ese momento –y reveladora, como se desprende del libro– y su opinión empezó a ser tenida en cuenta –o no, puesto que, en ocasiones, los Beatles estaban de un caprichoso que no se podía aguantar– a causa de las muchísima horas que compartieron espacio laboral. No olvidemos que aunque Emerick era aún un pipiolo –¡tenía solo 19 años!–, atesoraba ya entonces muchísimas horas de vuelo junto a los Beatles, pero también junto a innumerables solistas y bandas más que frecuentaban los estudios y grababan para sellos como Parlophone, Columbia, Pathé, o Stateside, de la corporación EMI todos ellos.
Me refiero a la magnífica disección formal (el autor, entre otras muchas cuestiones no estrictamente musicales, recuerda con cierto cachondeo, por ejemplo, la moda «à la page» que lucían hasta para trabajar los cuatro Beatles y algunas de sus, por entonces, abundantes extravagancias vitales que a la prensa rosa y a sus fans tanta gracia les hacían) y hasta psicológica que hace con detalle de los protagonistas, huyendo de cualquier compadrería amablemente gratuita.
A McCartney lo califica como el auténtico “músico” del grupo puesto que estaba siempre interesado en conocer las últimas novedades musicales y técnicas, además de ser capaz de sustituir a cualquiera de sus tres compañeros en el cometido que fuese a nivel interpretativo de piano, guitarras o batería, sin descuidar la dedicación plena a su propio papel como bajista del grupo o, cuando era menester, cantar o hacer armonías. El lado opuesto de su personalidad: una indisimulada tiranía hacia sus compañeros pese a su ya conocida diplomacia para conseguir sus objetivos, que ha salido a la luz en los últimos estudios biográficos publicados y que éste viene a corroborar de primera mano. De John Lennon rememora su carácter genial y sorprendente. Su ego descomunal y que cada sesión, indefectiblemente, debía arrancar trabajándose alguna de sus composiciones. Sus –muchas veces– irrealizables sugerencias, como, por ejemplo, suspenderse colgado cabeza abajo de una cuerda y balancearse de un lado al otro del estudio mientras le grababan la voz para ver cómo sonaba ésta, así en actitud tan “volátil”… y olvidarse de la idea justo después de haberla experimentado. Podía mostrarse tan cariñoso como ácido, aunque Emerick lo recuerda durante las sesiones del doble blanco rozando el histerismo; según el ingeniero se volvió literalmente intratable cuando, desde esas fechas precisamente, empezó a imponer la presencia de Yoko Ono, rompiendo el círculo privado de trabajo de estudio del cuarteto instaurada en 1962 y que se había observado escrupulosamente hasta entonces: “El ambiente se pudrió literalmente”.
De Harrison, el benjamín del grupo, revela que los principios fueron pero que muy duros. Literalmente ignorado por los dos líderes del combo, tuvo que admitir a menudo que Paul hiciese alguno de sus solos tras fallar de forma reiterada las primeras tomas de los mismos. Cuando las diferencias de toda clase entre Lennon y McCartney empiezan a ser ostentosas a partir de la muerte de Brian Epstein, el vacío de poder y la rivalidad del tándem compositor principal, permitió a un George más maduro y seguro de sí mismo, ir ocupando algo de terreno y demostrar como nunca hasta entonces, sus capacidades artísticas reales, cosa que hizo con creces para el ´Álbum blanco» pero, sobre todo, para el crepuscular «Abbey Road».
Del bueno de Ringo, cuyo peso en el estudio fue siempre más bien nimio, la verdad es que se describen pocas profundidades estrictamente creativas. Más bien lo contrario, puesto que en la descripción de los hechos se le otorga casi siempre un papel creativo enormemente secundario o, en ocasiones, alarmantemente inexistente, salvo su concretísimo rol rítmico de todos conocido. Emerick, por supuesto, lo recuerda como el más tranquilo de los Beatles y, por supuesto, el que nunca daba problemas. Con cierto sarcasmo conserva del «drummer» la imagen de pasarse horas y horas leyendo tebeos o dejando discurrir el tiempo junto a Mal Evans entre partida y partida de ajedrez o jugando a las damas…
En el texto se relatan con un detallismo brutal las imaginativas sesiones para «Revolver» y para «Sgt. Pepper’s» –sin duda los pasajes más jugosos– que al técnico que construye este relato le parecieron asombrosamente creativas y experimentales y de las que, confiesa, no paró de aprender cosas valiosísimas para el futuro. Las que vendrían a continuación, para «Magical Mystery Tour», son recordadas por el ingeniero como de llamativa anarquía y falta de organización –pese al magnífico resultado artístico obtenido, sin embargo–; y de las que dieron como fruto el doble blanco, tan desagradables y enrarecidas que alcanzaron un grado de locura colectiva inusitado y capaces de lograr marcar un borrón en el currículum profesional de Emerick quien, harto de tanto desmadre se vio obligado a presentar la dimisión en más de una ocasión, como también le ocurriera a Ringo que perdió los papeles e hizo un amago de abandonar para siempre a los Beatles, harto de tanta tontería y desencuentro entre sus tres compañeros. Anota de las últimas sesiones para el disco “del paso cebra”, cuando volvió al trabajo al mismo tiempo que George Martin, que los Beatles tuvieron sumo cuidado en coincidir juntos lo menos posible en el estudio para volver a evitar los enfrentamientos de los dos álbumes anteriores, obteniendo a cambio un disco que todo el mundo coincide en calificar de igualmente soberbio, como algunos de antaño.
Cuando el cuarteto se separó en 1970, Emerick continuó sus quehaceres habituales para EMI (y Apple, por supuesto) aunque también siguió trabajando de forma intermitente para George Martin. Recuérdese que el viejo productor decidió independizarse para convertirse en uno de los productores independientes más importantes y solicitados, tras obtener la excedencia de su empresa durante casi veinte años. A mitad de los setenta, Emerick volvió a trabajar con un Beatle; concretamente, con Macca para las sesiones del «Band on the run», otras anárquicas jornadas, en este caso en Nigeria, donde volvería a vivir algo de la locura que recordaba de sus años Beatles. Algo de su paso por los estudios AIR en Montserrat junto a Sir George y la noticia de la muerte de John, sirven para obtener datos precisos para estudiar ciertas psicologías. Para el que resultó ser el día siguiente al asesinato de Lennon, estaba fijada una sesión de grabación precisamente con Paul McCartney. Martin y Emerick pensaron que la afectación por el truculento suceso habría aconsejado aplazar el trabajo, cosa que no ocurrió, pues McCartney decidió laborar como si nada hubiese ocurrido…
Para la redacción del relato, Geoff Emerock se ha apoyado en la experiencia periodística y musical de un tal Howard Massey, –al parecer, reputado y fiable profesional muy ducho en la materia a tenor de sus trabajos anteriores como autor, pero también como productor discográfico y ocasional ingeniero. Es decir, el mejor complemento posible para dar a conocer ahora mismo, tras muchos años después de acaecidos los hechos, esta apasionante crónica. Crónica verosímil y seria, aunque no exenta de un fino humor descriptivo –tan británico como uno se quiera imaginar– que hace más deliciosa y amena si cabe la lectura de este en absoluto aburrido volumen pese a su, a priori, desafiante grosor.
Acabar recordando, junto a la más encarecida recomendación de lectura, que Elvis Costello tuvo la oportunidad de trabajar con este veterano artesano sónico de los estudios allá por principios de los ochenta, cuando el destino los unió en los estudios AIR para el registro del álbum «Imperial Bedroom». Las palabras de gratitud y de admiración hacia Emerick y el trabajo desarrollado por éste, de parte del Elvis británico son el mejor aval, uno más de la trayectoria profesional de este tipo de tan brillante expediente que, sin embargo, de forma ciertamente anónima pero tan dedicada, puso un puñado de granitos de arena (miles, probablemente) para que la experimentación musical que su jefes, el productor George Martin, y los Beatles, auténticas estrellas de esta película, desarrollasen a raudales y sin límite, quedara registrada para la posteridad y para disfrute del mundo. ¡Casi nada!
P.D.: Como aún no se ha editado en España, puede obtenerse en proveedores internacionales habituales (Amazon, etc.) o en la WEB de la propia editorial publicante.