Los Beach Boys se despiden de ustedes

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COMBUSTIONES

«Faltaba un epílogo, el de Carl and the Passions: so tough y Holland. Los han reunido ahora, medio siglo más tarde, junto con una tonelada de inéditas, tomas alternativas y directos hasta conformar un monumental cofre del tesoro»


Julio Valdeón regresa al legado de los Beach Boys y su papel en la historia de la música, a propósito de la publicación de un cofre recopilatorio que, ahora ya sí, incluye joyas pendientes. Se trata de
Sail on sailor – 1972.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Hace unas semanas Spotify me enviaba un resumen de lo que más escuché este año. Entre los más de mil quinientos artistas habituales, el podio lo ocuparon Valerie June, Rosalía, Black Pumas y, oh, los Beach Boys. La constante aparición de los Wilson y cía. tenía que ver con la publicación, en agosto de 2021, de una box set sensacional, Feel flows: The sunflower & surf’s up sessions 1969–1971, que recoge la cosecha de un grupo que no se resignaba a morir. Si no la tienen, busquen. Canciones de una ambición tan panorámica comoSweet and bitter”, “Big sur” o “Feel flows” no es que justifiquen el precio de admisión, que por supuesto, sino que en buena medida legitiman una carrera.

Pero la última cabalgada de los Beach Boys, como titulé en su momento, esa que encierra las maravillas de Sunflower (1969) y Surf’s up (1971), y añade otras ciento ocho canciones y tomas inéditas, fue en realidad la penúltima: faltaba un epílogo, el de Carl and the passions: so tough y Holland. Los han reunido ahora, medio siglo más tarde, junto con una tonelada de inéditas, tomas alternativas y directos, en Sail on sailor – 1972, hasta conformar un monumental cofre del tesoro.

Un viaje de apenas dos años, cerrado en 1973 con la publicación de esta última rodaja, que costó cientos de miles de dólares y provocó el despido de su visionario mánager de entonces, empeñado en recuperar el fuego —y vaya si lo consiguió— grabando a Holanda.

Para entender mejor la grandeza de Sail on sailor – 1972, ayuda saber que Brian Wilson, genio indiscutible de la saga, estaba cada vez más pegado a una espiral de adicciones y delirios, entre el LSD, la coca y los helados, que el final de la década se les había atragantado con la accidentada proximidad de Dennis Wilson al zumbado de Charles Manson. En general, su estampa de chicos playeros expertos en facturar despampanantes odas veraniegas (eran mucho, muchísimo más, pero ese es el tópico) no podía congeniar peor con las turbulencias del momento, el reventón del sueño hippie y la guerra en Vietnam.

Lejos de entregarse a la inercia nostálgica, el grupo ensaya nuevas formulaciones, del rhythm and blues a un soleado rock setentero, del country con efluvios cósmicos a la introspección más cruda, para alcanzar momentos de gran belleza. De Father John Misty a Band of Horses y Fleet Foxes, un puñado más que notable de grupos y solistas aprendió a declinar la nostalgia y la euforia con los mandamientos que encierran Sunflower, Surf’s up, Carl and passions y Holland. A ratos irregulares, con la melancolía de saber ahora que estábamos ya cerca del final, que todo lo que vino después fue un ejercicio monetario sin mucho más que añadir, pero todavía irrepetibles.

Anterior entrega de Combustiones: Leonard Cohen en las trincheras.

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