«Con la muchedumbre en el bolsillo, Loquillo invitó al escenario a Leiva y a Ariel Rot. Y aquí se desencadenó el apocalipsis. Multitudinario festín de nostalgia acibarada. Pasado y presente en rabiosa lucha contra la dictadura de la novedad»
Loquillo y su banda grabaron el sábado en Granada su nuevo disco en directo. Siete mil espectadores se encargaron de aportar calor y coros. Eduardo Tébar estuvo allí para contarnos cómo fue todo.
Loquillo
22 de febrero de 2014
Palacio de los Deportes de Granada
Texto y fotos: EDUARDO TÉBAR.
Y Loquillo cumplió su promesa. El vocalista del Clot grabó el sábado en el Palacio de los Deportes de Granada “De vez en cuando y para siempre”, el disco en directo y deuvedé que resumirá la última etapa del rocker. La capital andaluza se suma así a la colección de álbumes memorables en vivo en Madrid, Barcelona y Bilbao. Cuatro décadas de carrera dan para mucho. Y el Loco, el más fardón y licencioso del patio, tiene la sana costumbre de zanjar periodos brindando con los suyos. Se habían despachado las 7.000 entradas puestas a la venta para el acontecimiento. Público multigeneracional. Una turbamulta de fieles con un ramillete de estribillos tatuados en la memoria colectiva. Muy pocos se lo pueden permitir. Y José María Sanz asomó con el tupé, el traje y la percha de pívot. Un arranque sosegado: ‘El creyente’. Dos metros de genio y figura. De menos a más.
En el recuerdo quedan la fiereza ufana de “A por ellos… Que son pocos y cobardes”, la poética y el respeto a los coetáneos de “Compañeros de viaje” o la reconciliación de Sabino Méndez con unos Trogloditas de despedida en “Hermanos de sangre”. En Granada, Loquillo reivindicó su obra en solitario. Vocacionalmente afrancesado, elegante y reflexivo. A la vez, arrollador en la identidad de la banda que dirige Jaime Stinus. Existe un tipo de rock pasada la cincuentena y de eso viene a hablar el Loco. Con la máquina discursiva engrasada y una ostensible fe en el catálogo de poses y posturas, tan repetidas como infalibles. Se mira en el espejo y es feliz. Para chulo, él.
Sigue dando la cara, aunque se la partan. Con la complicidad de Luis Alberto de Cuenca, su poeta favorito –“los dos somos políticamente incorrectos”, apuntó antes de cantar ‘Political incorrectness’–, o ensalzando las tensas sesiones de trabajo con Sabino para “La nave de los locos”. Increíble historia guadianesca de la que salen temas como ‘Planeta rock’ o ‘Contento’. Tampoco se dejó en el tintero piezas como ‘Malo’ o la brutal ‘El año que mataron a Salvador’, guiñando a Susana Koska, que compartía grada con unos atentos Lapido, Niños Mutantes y Eric Jiménez.
Escenario amplio y sobrio. Apenas un luminoso muy de casino subrayaba quién es el jefe. Apareció con su saxo Dani Nel-lo en ‘Cuando vivías en la Castellana’. Igor Paskual sacó el ramalazo glam en ‘Carne para Linda’, la perla que abría el “A por ellos”. Subía la temperatura. Las joyas de la corona: ‘El rompeolas’, ‘Cuando fuimos los mejores’, ‘El ritmo del garaje’… Y el granadino del grupo, el bajista Alfonso Alcalá, prendía mecha para revisar ‘La mataré’. Un músico, por cierto, profeta silencioso en su tierra: impulsó los primeros pasos de Zahara desde el círculo de cantautores de La Tertulia y nunca cuajó su incursión grunge con Applebite.
Con la muchedumbre en el bolsillo, Loquillo invitó al escenario a Leiva y a Ariel Rot para atacar ‘Rock de Europa’, ‘Rock and roll star’ y ‘Qué hace una chica como tú en un sitio como este’, a la memoria de Pepe Risi. Y aquí, como diría Cortázar, se desencadenó el apocalipsis. Multitudinario festín de nostalgia acibarada. Pasado y presente en rabiosa lucha contra la dictadura de la novedad. Y con los teléfonos inteligentes en acción. La raigambre musical de la ciudad invitaba a versionar el ‘Spanish bombs’ de los Clash, con verso explícito y sonrojante de Joe Strummer. Un centrifugado de canciones imbatibles. Pocos se lo pueden permitir. Y el Loco se fue con la capa de tunante puesta. “Al final, lo que merece la pena en este oficio son las buenas personas”, meditó triunfal.