Loquillo: Tomando nueve tragos

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Loquillo. Entrevista

La reedición del casi desconocido Nueve tragos (1999), saca a la luz uno de los episodios más divertidos de Loquillo: un disco grabado con el sabor de las producciones clásicas del jazz, pero puestas al día y con mirada mediterránea.

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

El final de la década de los 90 no pilló a Loquillo en su mejor momento: Los Trogloditas originales comenzaban a ser una entelequia. La discográfica en la que había grabado durante años no le renovó el contrato. Y el Loco, decidido a que La vida por delante (el disco que había grabado en 1994 junto a Gabriel Sopeña, musicando poesía) no quedara huérfano, planteó la segunda parte, Con elegancia (1998), un trabajo casi fantasma que tuvo que editar en una pequeña discográfica catalana. Pero no contento con ello, y como encerrándose en sí mismo para sortear los tiempos difíciles, todavía dio una vuelta de tuerca más y grabó otro disco alejado del rock: Nueve tragos, un álbum en el que se aproximaba, con humor pero sin ambages, al jazz, con la colaboración en la dirección musical de Jordi Pegenaute y una orquesta de jazz. Pero, las cosas pintaban mal y Nueve tragos se editó en una compañía entusiasta recién creada que cerraría al poco de ponerse el disco en la calle. Eran las horas más bajas, y aunque Loquillo junto a Trogloditas actuaba incansablemente, sus últimos discos no existían para los medios. Ni tan siquiera era fácil tratar en aquellos días con él: su habitual sentido del humor, había dado paso a un cierta amargura que se transformaba en mala leche hacia el mundo y sus congéneres. Todo cambiaría en 2000 con la edición de Cuero español, de nuevo con Trogloditas y en el seno de EMI, y con Jaime Stinus como nuevo productor capaz de entenderlo (y, en aquel momento, mucho me temo, que aguantarle el “café”) en lo personal y en lo artístico.

Ocho años después, las cosas han cambiado radicalmente. Loquillo hace gala de su excelente sentido del humor y se encuentra en un momento dulce en lo artístico y en lo comercial. Atrás quedaron los días de incertidumbre, pero con la lección aprendida –el rock español es de lo más canalla, y lo que no hagas tú por ti mismo, nadie lo va a hacer– sigue trabajando infatigablemente. Incluso trata de recuperar aquellos discos perdidos en discográficas a las que siempre fue ajeno. Así, DRO acaba de reeditar, con nueva portada, Nueve tragos, cuyo master el Loco ha recuperado pagando por él de su bolsillo y Jaime Stinus ha remasterizado para tratar de mejorar el sonido. La sorpresa fue mayúscula cuando Stinus se puso a trabajar con las cintas en su estudio y descubrió que las pistas con la voz de Loquillo habían desaparecido en todas las canciones. ¿Solución? Volver a grabar la voz. Así que si tienes una copia de la edición original de Nueve tragos, guárdala: ya es un objeto de culto.


Este disco, en origen fue un capricho, un lujo que te quisiste regalar, ¿no?

Más que capricho, conseguí que alguien pagara algo que quería hacer, y que en aquel momento era imposible. La etapa del 97 al 99 fue mi infierno particular. Y este disco, lo que logró fue resarcirme de ese infierno, porque después ya grabé con EMI Cuero español. Pero fue muy difícil porque es la etapa en la que primero estoy en Picap, fue el desastre mayor de la historia, por otro lado coincide que Gay Mercader pierde los papeles conmigo, porque de estar en EMI a pasar a Picap… Eso es tener visión de futuro. Simplemente, una buena amiga y un buen amigo, Magda Bonet y Alfredo de Jesús, montaron una compañía y me dijeron “si quieres grabar algo aquí, adelante”. Y, pensé, bueno, voy a aprovechar y voy a hacer un disco, para no andarme con eufemismos, para sacarme la mierda de encima.

De la discográfica que estas hablando es Zanfonia, con la que salió Nueve tragos. ¿Era verdad aquel rumor según el cual detrás, metiendo dinero, estaba Serrat?
Yo nunca me lo creí. De hecho, no sé ni cómo llegué allí, sí sé cómo me fui: la compañía desapareció de un día para otro. Creo que Zanfonia fue el capricho de Miquel Horta, un empresario catalán, y cuando se cansó de soltar dinero, pues la cerró. Montó la compañía con los estudios Zanfonía, en los que sí, estaban Kitflus y Serrat.

También es curioso que en tus tiempos más difíciles grabes dos discos que se salen de lo que se podía esperar de ti.
Sí, más difícil no lo podía hacer. Pero no sé cómo pasó, algún día tendré que recordar aquel periodo y analizar por qué. Sólo sé que venía de Picap, de hacer el que para mí es un disco grandioso, Con elegancia, donde me trataron de la peor manera que se puede tratar a un artista. No cogí un Mágnum 357, porque Dios no quiso, porque te aseguro que estuve tentado. Menos mal que mis amigos me pararon. El tío de Picap se cargó a Gabriel Sopeña y luego quiso ir a por mí. Me puso una demanda y la gané yo, acuérdate.

Me acuerdo perfectamente.

Sí, fue por hablar en EFE EME.

Claro, por eso digo que me acuerdo: la demanda inicial era contra ti, contra EFE EME y contra Diego A. Manrique [autor de la entrevista que provocó la demanda, y director de EFE EME]. No lo olvido.
(Risas). Por otro lado, con Gay ya fue un desastre definitivo, y pensé, bueno, vamos a empezar de cero otra vez, pero antes hago Nueve tragos. Fue un disco nominado en los Premios de la Música al mejor disco de jazz, me ganó Chano Domínguez. Fue la última vez que estuve nominado, porque como luego critiqué a la SGAE, ya no he vuelto a estar nominado en, exactamente, ocho años. Lo digo para que la gente aprenda: si te metes con la SGAE no te nominarán (risas).

Pero qué disco tenías tú en la mente al idear Nueve tragos.
La historia de mi vida es una historia inacabada, por eso sigo en esto, porque como no la he acabado… La historia es esta: yo venía de hacer La vida por delante y Con elegancia, dos grandes discos, presentados en teatros, donde yo me sentía excelentemente. Me cerraron todas las puertas posibles, ahora ya no, ahora lo hace hasta Bunbury. Ahora cualquiera va a un teatro y hace su tontería, porque es eso, una tontería. A un teatro hay que ir a hacer lo que hay que hacer, lo que no hay que hacer es ir a un teatro para hacer acústicas, porque eso es barato y cutre. Al teatro hay que ir a hacer cosas de teatro, porque para eso está. ¿Y en el teatro qué se hace? Pues se hace jazz, swing, folk o se hace lo que hicimos nosotros, una mezcla de todo eso, a partir de la canción francesa, o mediterránea o europea, como la quieras llamar. Todo eso estaba metido en un proyecto que incluía a Nueve tragos. Mi intención era hacer un repertorio de directo en el que estuvieran las canciones de los poetas, que estuviera Brel, que estuviera “Caray”. Ese era mi paso al mundo adulto. Pero no me dejaron, me pusieron todas las zancadillas del mundo, y uno llega a un punto en el que no puede más. Entonces, lo que hice fue reconducir a los Troglos y grabar Cuero español. Pero porque no me dejaron. Por eso yo, de tanto en tanto, pues me vengo.

Vamos a hablar del disco, de Nueve tragos, porque aunque lo metes en el mismo saco, no es un disco como La vida por delante o Con elegancia.
Había dejado la etapa de los teatros, se me acusó de hacer poesía, de ser muy serio. Y dije, ah, pues ahora me voy a reír un rato, y decidí hacer una gira tocando sólo en casinos. Esa era la intención, lo que pasó fue que cuando iba a presentar el disco en el Casino de Barcelona, alguien de muy arriba decidió que yo no podía cantar ahí. Y lo digo como fue, porque el plan era presentar el disco en el Casino de Barcelona, que tiene una sala muy guapa e iba a ir con una orquesta. Primero se dijo que mi público entraría de forma poco decorosa en el casino. ¡Y ahora la gente entra en el casino en pantalón corto! Cómo han cambiado los tiempos. Esa era la intención, hacer casinos, con dos cojones, pero no hubo manera.

Bueno, a ver si hablamos de Nueve tragos, del disco… Trabajas con Jordi Pegenaute, con orquesta y con un sonido muy claro, el de los estándares del jazz en los que se movió Sinatra.
Sí, pero sobre todo no tocando con los habituales músicos del jazz catalán, sino con chavales jóvenes. Ese era el punto de partida: no quiero ver a un puto tío con barba. Quería chavales jóvenes. De hecho, iban a grabar con camisetas de Iron Maiden, por eso el sonido tiene vitalidad. Si no hubiera sonado a orquesta de verbena.

¿Qué sonido manejabas, la época de Sinatra en Reprise?

No, creo que mi primera reivindicación de Sinatra es en el 85 u 86, con “Mis problemas con las mujeres”, pero no reivindico sólo a Sinatra, también a Montand, a Gardel y reivindico todo lo que en cierta manera queda en mi mundo: La Habana precastrista, la vida en los casinos, un libro como Beber de cine, de Garci, también a tipos extraños como José Luis de Vilallonga y su gran libro Mi vida es una fiesta, que inspira una canción. Es un disco de bon vivant y con canciones compuestas con uno de los mejores bon vivants que hay en España, Javier Agulló, que es uno de los especialistas en el buen beber y en el buen comer. Algunas canciones están compuestas con él, porque hablan de determinados bares, determinadas bebidas y de lugares dónde beberlas. Es un alegato al nihilismo más bestia.

 

EN LA TORRE DE MADRID

Pero hay mucha ironía en ese disco.
Totalmente, es un disco absolutamente irónico, hecho en un momento absolutamente indie, y dijimos, ¿nosotros? Por los cojones. Reivindicamos el individualismo sobre todas las cosas y, por otro lado, ese disco se gesta en la Torre de Madrid.

¿Estabas viviendo allí con Óscar Aibar, no?
Sí, y se convirtió en el lugar de reunión del Madrid de esa época, por ahí pasaba todo el mundo. Ese fue el caldo de cultivo de este disco. Creo que todos los discos que he hecho en solitario tienen una historia determinada: Mujeres en pie de guerra, Con elegancia, La vida por delante… En cierta manera nacen por algo muy concreto. Y Nueve tragos era una reivindicación divertida, fresca y por todo el morro de decir, nosotros somos así.

¿Te pesó no llegar a presentarlo nunca en directo?

Sí, era la ilusión de mi vida: ¡tocar en un casino! (risas). Primero nos falló la presentación, después el manager que no entendía lo de los casinos. Me parece que Nueve tragos, al igual que Mujeres en pie de guerra, va a ser, a la larga, super reivindicado, porque creo que es de las mejores cosas que he hecho. Así lo siento.

¿Te convenció el resultado?

Sí, el resultado artístico y conceptual resultaron perfectos. Había estado viviendo en un sitio que era de lujo, estuve viviendo de lujo durante una época, hasta que se me acabó la pasta. Fui a los mejores sitios, estuve en los mejores lugares y me hago un disco que va de este palo. Ya está. Es la épica crepuscular. Es mi personaje más real, el más yo. Algo que, de algún modo, reaparece en el disco que estoy preparando ahora. Que es un mezcla de muchas cosas. Para entendernos, con Trogloditas tengo un corsé, aquí no. Por eso es un disco al que le tengo mucho cariño. Es como si hubiera sido mágico después de lo que ha pasado, que lo he tenido que volver a cantar. Se hizo con poca producción, la voz estaba demasiado baja con respecto a la música, cosa normal, porque cuando producen músicos, pasa eso. Pero que de repente recupere el disco, que Jaime Stinus lo remasterice, que lo que no se esté sea mi voz… Era la excusa perfecta para volver a ponerla y que quedara como yo quería.

¿Los coros sí estaban en el master?

Sí, lo único que no estaba era la voz. ¡Nos vendieron un master sin voz! (Risas). ¡Qué cojones!

¿Por qué incluiste en Nueve tragos nuevas versiones de “Mis problemas con las mujeres” y “En Dino’s a las diez”?
Porque entraban en el concepto y me gustaban mucho. Yo con los Troglos fui dando toques de atención: “En Dino’s a las 10” en Morir en primavera, “Mis problemas con las mujeres” en el disco del mismo título. Esas canciones me las iba guardando porque eran parte de un personaje que estaba por hacer. Lo único que hice fue recoger esas canciones, y el “Caray”, y hablar con Jaime Urrutia para “Calidad de vida”, en la que colaboró Javier Agulló en la letra, que no figura en los créditos por algún lío que tenía entonces. Jaime Urrutia era el tipo que más se había acercado a ese rollo, a Carlos Segarra lo llamé para “Billy La Rocca”, un tema que habla de La Habana precastrista, el swing que siempre había hecho en los discos de Troglos, que en este caso está reflejado en “La rubia de Hitch” y los temas de Sopeña, como “El día de San Martín”, pero faltaba la guinda: ¿quién reflejaba mejor parte de ese mundo? El personaje de Torpedo, entonces, Oscar Aibar, que había sido guionista de cómics, escribió la letra de “Torpedo”.

¿En “Calidad de vida”, debemos entender que la letra es tuya, con la colaboración de Agulló, y la música de Jaime Urrutia?
Exacto. Con Javier Agulló también hice “Mi vida es una fiesta”, él controla mucho ese mundo. Conceptualmente, Nueve tragos, reflejaba una manera de ser. ¿Qué son, al fin y al cabo, los discos de Sinatra, si no un compendio de todo eso? Lo que pasa es que sí, le dimos un toque más hacia la canción europea, y por otro lado estaba el deje rockabilly y swing de Carlos Segarra. Que es una de sus facetas menos conocidas y, para mí, cuando hace ese tipo de músicas es muy comparable a Brian Setzer, no le veo ninguna diferencia con Brian, porque es que Carlos eso lo borda, y todo el mundo lo sabe, aunque él a veces no lo sepa.

Has tenido que comprar el master para recuperar la grabación…

Sí, a mí siempre me toca pagar. Pagué para largarme de Blanco y Negro, pagué para largarme de Picap. Siempre pago (risas).

En Blanco y Negro también tienes otro disco perdido, él único en el catálogo de esa discográfica, Feo, fuerte y formal.

Sí, pero es un disco que está en las tiendas y se vende. Quiero recuperarlo, pero he hablado con el director de Blanco y Negro y dice que le viene muy bien tenerlo porque sigue vendiéndolo. En realidad, el único que me falta por recuperar es Con elegancia, y estamos en acciones judiciales para recuperarlo. Para mí es uno de mis mejores discos, y el más desconocido. Un disco maldito.


Lo que vendrá

¿Qué estás preparando ahora?
Otro disco en solitario, por fin. Ahora me toca. He cerrado la puerta, hice el disco que tenía que hacer, Hermanos de sangre, antes lo intenté con los Troglos con Feo, fuerte y formal y Arte y ensayo, pero se acabó. La vida me lleva a otro sitio.

¿Se puede decir que ha llegado el fin de los Trogloditas?

Sí, así es. Los Trogloditas han acabado. El grupo le pertenece a los seguidores. Si algún día vuelven, será por ellos. Yo he aguantado todo lo que he podido, pero cuando cada cual, por las razones que sea, tira hacia un camino diferente, lo mejor es dejarlo. En este próximo disco, lo que estoy haciendo es trabajar con la gente con la que trabajo a gusto: Jaime Stinus e Igor Paskual y los compositores con los que he hecho mis mejores canciones, que son Sabino Méndez, Carlos Segarra, Gabriel Sopeña e Igor Paskual. Y punto. Tengo grabados nueve temas y en los próximos meses grabaré nueve más. Puede que haya veinte canciones, si me da un ataque de ego haré un disco doble, así seré como Calamaro y Bunbury (risas). ¡Es broma! Yo, como ya voy tan sobrado de ego, no necesito eso. No sé, si los temas buenos son quince, saldrán quince; si son doce, pues sacaré doce.

¿Y qué onda va a seguir este disco?
Pues une todos los lados que son más yo: Está el folk más Paul Simon, Jim Croce o Phil Ochs; está el rockabilly, está el rock de factura glam, está el rock de riff, hay dos baladas impresionantes, sobre toda una de Igor, que es de lo mejor que he grabado en mi vida, y una excelente canción de Sabino Méndez. De Sabino hemos estado trabajando con cinco temas pero, quizás, finalmente sólo nos quedemos con dos. Estoy apurando mucho, las canciones tienen que ser muy buenas y reflejar un parte de lo que yo he sido. Para que la gente lo entienda: Todo aquello que te gusta del Loco, lo vas a tener en este disco.

¿Y va a salir firmado sólo como Loquillo?
Sí. Con el título he estado barajando Memoria de jóvenes airados, lo que te lleva a un resumen generacional. El otro, es Balmoral [Balmoral era el nombre de un exquisito y elegante bar madrileño que el Loco frecuentaba. Un sitio tranquilo, en el que poco importaba cómo vistieras, pero sí cómo te comportaras. Uno de sus detalles más sorprendentes, es que no sonaba música], que te lleva, directamente, a un mundo que ya no existe, porque Balmoral es el fin del Siglo XX. Se cerró Balmoral y con él se acabó una manera de vivir que pertenecía al siglo XX.

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