Loquillo: Rock, poesía y política

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«Me sorprende muchísimo el hecho de que a la gente todavía se le juzgue por la ideología que tiene»

Vuelve Loquillo, y con la lengua tan afilada como siempre. En “Su nombre era el de todas las mujeres” interpreta una decena de poemas de Luis Alberto de Cuenca, adaptados por Gabriel Sopeña y producidos por Jaime Stinus. Eduardo Guillot conversa con él.

 

 

Texto: EDUARDO GUILLOT.
Fotos: THOMAS CANET.

 

 

Llega el tercer disco de Loquillo dedicado a la poesía. Tras “La vida por delante” y “Con elegancia”, Luis Alberto de Cuenca protagoniza al completo “Su nombre era el de todas las mujeres”. El poeta, miembro de la polémica Real Academia de la Historia y Secretario de Estado de Cultura durante el gobierno de José María Aznar, pone en bandeja al Loco unos textos que giran en torno al universo femenino, la noche y la nostalgia. Gabriel Sopeña ha musicado y adaptado los poemas, Jaime Stinus se ha encargado de los arreglos y la producción, Fernando Pereira convierte cada canción en un lienzo, Arturo Pérez-Reverte firma el texto introductorio del álbum y Susana Koska, cineasta, militante feminista y pareja de Loquillo, comparte portada con él. Pasen y lean. Hay de todo y para todos.

 

Dice Gabriel Sopeña en las notas del disco que la idea inicial del proyecto se remonta a 1996. ¿Por qué ha tardado tanto en concretarse?
A veces, hay proyectos que, sin saber el motivo, te muestran indicios a lo largo del tiempo. Esto empieza un día en que estoy en Cartagena, haciendo la mili, en 1980, y me despiertan en plan stalinista, con todos los focos encendidos, y suena: “Hola, mi amor, yo soy tu lobo” [tema de la Orquesta Mondragón]. Después de dos meses, acabas odiando al tipo que escribió la puta canción. En 1999 llega la segunda parte. Por un lado, descubro que ese señor se llama Luis Alberto de Cuenca. Por otro, Gabriel Sopeña me pasa un poema suyo que es una letra de rock (‘Cuando pienso en los viejos amigos’) para el disco “Con elegancia” (1998). Y, además, acabo trabajando con Jaime Stinus [ex guitarrista de la Orquesta Mondragón], que había sido el otro responsable de la canción. Eso son muchas casualidades. A partir de ahí, le digo a Gabriel que deberíamos trabajar en la poesía de Luis Alberto y que el próximo disco tiene que estar dedicado a un poeta vivo, español, contemporáneo y moderno. Y que haya tenido el rock como base. Entonces, me presento en su despacho cuando es Secretario de Estado de Cultura y le digo que quiero grabar un álbum con sus poemas. Evidentemente, no era el momento. Decidimos que mientras durara su carrera política no íbamos a hacer nada. Cuando terminó, yo ya contaba con temas maquetados por Gabriel, pero como también estaba involucrado en otros proyectos, él siguió trabajando y optamos por retomar el asunto cuando contáramos con una cantidad importante de canciones.

¿Eso nos sitúa en el presente?
Eso ocurrió hace cinco años, que fue cuando empezamos a seleccionar el material. Yo estoy al borde de los cincuenta y me doy cuenta de que la poesía que me interesa de Luis Alberto, la que puedo asumir, es la que se sitúa en la franja entre los 35 y los 50 años. Hacemos una criba y quedan menos de veinte temas, que pasan a manos de Jaime Stinus, para que trabaje en los arreglos y en la búsqueda de una linea argumental. Entonces observo que la iconografía y el mundo femenino nos permiten cerrar el tema. Creo que no hubiera sido posible hacer este disco antes, por una cuestión de edad y porque un proyecto así tiene que estar mimado, como lo estuvieron los dos anteriores discos de poesía. En ese aspecto, pienso en mi trayectoria personal y creo que es el álbum perfecto después de “Balmoral” (2008). Asumo un rol adulto, que es lo que buscaba. Al mismo tiempo, es una obra coral, por lo que no es un disco exactamente de Loquillo, sino una obra que cada vez se abre más: No solamente están Jaime, Luis Alberto y Gabriel, sino que también vuelvo a trabajar con el pintor Fernando Pereira, responsable de ilustrar las canciones. Por otra parte, buscaba un formato arty, distinto al disco-libro, que tuviera presencia de libro pero que aunara todas las artes. Si le añadimos la portada, con la cineasta Susana Koska, todo el mundo iconográfico de Luis Alberto queda englobado. Para hacer todo eso hay que medir cada paso y pensarlo muy bien. Todo ha salido en el momento adecuado.

Dices que es el disco lógico después de “Balmoral”. De hecho, allí ya había una letra de Luis Alberto, temas de Sopeña y trabajo de Stinus. Por otra parte, cuando grabaste los anteriores discos de poetas, el sonido era muy diferente al de tus discos con Trogloditas, mientras que las conexiones sonoras entre “Balmoral” y “Su nombre era el de todas las mujeres” son obvias. Esta llegando un momento en que no se va a distinguir entre una cosa y otra. ¿Se está diluyendo cada vez más la barrera entre el Loco rockero y el de los poetas?
Yo pienso que, en ese aspecto, se está creando el monstruo definitivo [risas]. Sabía que con “Balmoral” me acercaba al personaje, pero me faltaba un punto más. Este ya es el personaje real. Lo que ocurre es que cuando yo llego a un personaje definitivo, me voy a otro. Tengo muy claro que después de este disco habrá otra obra coral y que me meteré en el garaje a lo bestia.

¿Se puede contar algo de eso, o todavía no?
Bueno, Igor Paskual no tocará en esta gira, porque está presentando su LP en solitario, pero tiene un encargo del jefe: Ponerse a trabajar en un disco de garaje. En su momento se harán públicos otros nombres, porque, como decía, también es una obra coral.

Volviendo al disco, está claro que la figura de la mujer y el universo femenino son el corpus temático del álbum, pero me gustaría saber con qué te identificas personalmente de los poemas de Luis Alberto.
He hecho un ejercicio de actor. Absolutamente. Era el personaje que me gustaría interpretar. Me identifico con la nostalgia de ciudades de entreguerras, de las colonias de ultramar, de los países lejanos en el sentido de que no son reales, pero los hemos visitado en películas y libros… Hay una añoranza absoluta del siglo XX y de esos personajes que se llamaban de fin de siglo a finales del XIX, pero adaptados al siglo XX, donde todavía nos encontramos. Lo estamos abandonando, pero hasta dentro de cinco o seis años no habremos entrado realmente en el XXI. Es un momento de cambio.

Te has puesto el traje de actor. ¿Eso quiere decir que tomas distancia con respecto a lo que estás cantando?
Hago un ejercicio personal. A diferencia de interpretar a poetas que ya no existen, con los que simplemente te limitas a cantar, cuando se canta a un poeta vivo tienes que asumir lo que es él y convertirte, en cierta manera, en su altavoz. Asumir su discurso personal, tender puentes, buscar lugares de encuentro… Entre Luis Alberto y yo, después de tantos años, hay una simbiosis necesaria, por mi parte, porque tenía que empaparme de su forma de vida. Aunque hay muchos puntos en común, como el cómic o el cine, tenía que asumir de qué manera habían llegado esos poemas hasta mí, el personaje, las vivencias personales, y crear un vínculo. Tienes que ir a Salamanca, conocer malcasadas y chicas con las que te reencuentras después de muchos años, tienes que pasear por la Castellana a altas horas de la mañana, vivir en el barrio de Salamanca… Tienes que hacer un ejercicio de actor total y absoluto, no solo para poder cantar esas canciones, sino para interiorizarlas y poder trasladarlas. He tenido la suerte de poder hacer ese trabajo con tiempo. No ha sido de un día para otro. Y, en cierta manera, he mutado. Eso siempre me ha gustado mucho. “La vida por delante” (1994) era un acercamiento a la poesía de alguien que la desconocía. Y en “Con elegancia”, el tema de Jacques Brel lo impregnaba todo, se notaba mucho la influencia francesa en mi cultura. Aquí estamos hablando de otra cosa, de algo que se acerca mucho más al mundo del rock. Casi es un disco de rock, a diferencia de los dos anteriores, en que abordaba el folk, la canción francesa o el jazz. Como dice Luis, sin saberlo había compuesto unas canciones para que yo las cantara. Creo que es así, porque tengo claro que Madrid ya tiene su ‘Cadillac solitario’, que es ‘Cuando vivías en la Castellana’. Este es, además, mi quinto disco de temática madrileña. Estoy un poco alucinado. “Nueve tragos” (1999), que se hizo en la Torre de Madrid, “¿Dónde estabas tú en el 77?” (1984), “El ritmo del garage” (1983)… Son discos madrileños. Y, por supuesto, “Balmoral”.

Al asumir el personaje y sus vivencias, ¿asumes también su ideología?
Yo creo que, tanto el uno como el otro, venimos de lugares opuestos, pero ambos hemos escapado de ellos y nos hemos encontrado en un punto. Tanto él, por su implicación como Secretario de Estado de Cultura, independiente, eso sí, como yo, por todo mi pasado de apoyo al PSOE, Izquierda Unida y Los Verdes de José María Mendiluce. Supongo que existe cierto cinismo, cierto desencanto, que me recuerda, salvando las distancias, y un poco de coña, a los personajes del final de “Casablanca” (Michael Curtiz, 1942): Humphery Bogart y el capitán de la policía. Viniendo de lugares diferentes, coincidimos en un punto. Quizá por eso el disco rezuma nostalgia. Por otro lado, ha sido muy enriquecedor conocer sus posturas después de estar donde ha estado.

«En España, desgraciadamente, todavía no hemos superado esa fase en que lo importante es la cultura que se hace en el país, independientemente de quién la haga y la ideología que tenga»

No sé si entiendes que puede haber un sector de público que se sorprenda. En una entrevista de enero de este año, cuando a De Cuenca le preguntaron cuál había sido su último sueño, respondía: “Que España volvía a ser una, grande y libre, como en los delirios franquistas” [esa era una de las consignas del dictador Francisco Franco]. ¿Suscribes este tipo de cosas?
Bueno, yo sé por qué lo dice. Estamos en un momento difícil, porque España está volviendo al sectarismo. En todo, incluso en los medios de comunicación. Por otro lado, se sigue hablando de guerracivilismo. Entonces, a mí me sorprende muchísimo el hecho de que a la gente todavía se le juzgue por la ideología que tiene. Yo he cantado a Pablo Neruda, Cesare Pavese o Gil de Biedma, que son personas cercanas o vinculadas al Partido Comunista. Y también a Octavio Paz, que precisamente de comunista no tiene nada. Me sigue sorprendiendo que se identifique al personaje o al autor con la ideología que tiene. Yo mantengo que cuando uno se mete en ese lío, su trayectoria artística se resiente. Lo tengo muy claro. Lo fundamental en un creador es su obra, y debe serle fiel ante todo y sobre todo. No es que las pasiones políticas sean sospechosas, pero en España, desgraciadamente, todavía no hemos superado esa fase en que lo importante es la cultura que se hace en el país, independientemente de quién la haga y la ideología que tenga. No vas a despreciar a Neruda o a Ezra Pound por su ideología política. Cada cosa corresponde a su tiempo. Es como lo que ha pasado con Tintín. Ahora, después de tantos años, resulta que lo van a juzgar por racista. No es lo mismo Woody Guthrie, Pete Seeger o Raimon en su tiempo que ahora. Debemos dejar de pensar de ese modo. Hay gente que te dice que no escucha a Frank Sinatra porque es de derechas, pero no saben que ganó un Oscar honorífico por un documental que era un manifiesto a favor del pueblo judío después de la Segunda Guerra Mundial [se refiere al cortometraje “The house I live in”, dirigido por Mervyn LeRoy en 1945]. En un país democrático, cada uno puede pensar como quiera. Juzgar a la gente por lo que piensa es sospechoso y peligroso, demuestra que no hemos avanzado nada. Es como decir que la literatura de Vargas Llosa es una mierda. Hay un sectarismo brutal, tanto en la derecha como en la izquierda, que se ha acentuado actualmente. Por otro lado, la poesía y el rock and roll deben ser transgresores, tienen que provocar, y a veces hay que utilizar la provocación para dar a entender o poner en duda muchas cosas. La canción ‘Political Incorrectness’ ha suscitado opiniones encontradas: Unos dicen que apoyo al 15-M y otros que soy neoliberal. Bien, hemos dado en el clavo. De eso se trata. Al fin y al cabo, la canción no deja de reflejar una situación entre dos personas adultas en la que una le dice a la otra que le provoque y le ponga caliente. Quizá sea la canción más punk que haya hecho en mi vida, y que más toque las narices a unos y a otros. Por lo tanto, bien hecha está.

¿Crees que la canción, y alguna otra del disco, se podría calificar de machista?
¿Machista? Hostia, esto es divertido, a estas alturas. Lo que es cierto es que la iconografía femenina de Luis Alberto es de inspiración clásica.

Incluso la portada del disco parece un cartel de cine de los años 40.
Lo es. En todo caso, nadie describe el universo femenino como él. Y situaciones de poesía real, del día a día, de la vida cotidiana. No se anda por las ramas. Hombre, machista… Yo creo que los que salimos perdiendo siempre en las canciones somos precisamente nosotros [risas]. El disco destila nostalgia por no estar con la persona adecuada.

En ese sentido, me parece paradójico, o un guiño irónico, que aparezca contigo en la portada Susana Koska, reconocida militante feminista y directora del documental “Vindicación”, sobre la mítica revista «Vindicación Feminista».
Cuando pensé en la portada tuve claro que no iban a salir cinco tíos. Buscando en la iconografía de Luis Alberto, que procede del cine en blanco y negro, y de las chicas de Howard Hawks, de las que está enamorado, pensé que Susana daba el perfil perfectamente, así que no tenía que buscar ninguna otra. Tenía muy claro que debía ser una mujer. Si le añades las connotaciones que implica que sea ella, la provocación todavía aumenta. En ese sentido, creo que participamos de una idea muy clara de cómo deberían ser los discos a partir de ahora, que yo le escuché con 15 años en la radio a Lou Reed, y que decía que el rock and roll es el arte que aglutina todas las artes. En aquel momento, que alguien dijera que el cine, la literatura, la poesía, la pintura, forman parte del rock and roll, y que el rock and roll debe vampirizar todo eso, me dejó descolocado, pero con el paso del tiempo me he dado cuenta de que el rock and roll debe seguir ese camino y abandonar el de la ortodoxia, el porrito y la cervecita, porque yo nunca he estado por esa labor.

En cualquier caso, me siguen sorprendiendo algunas cosas. Buscando documentación para preparar la entrevista, me he topado con un texto en defensa de Luis Alberto de Cuenca, en el que se destaca, concretamente, “Political incorrectness”…
Es que es un poema sobre el que se ha escrito mucho, incluso está incluido en una biografía de Esperanza Aguirre. Y Sánchez Dragó también hizo un artículo sobre el poema.

Bueno, pues van todos por la misma línea, porque yo te iba a nombrar a Juan Manuel de Prada, cuyo artículo termina diciendo que “la basura cósmica del feminismo” ha apagado el fuego de las mujeres de la Tierra.
Jajajajajaja. Es buenísmo. Es un tema muy interesante. Es un poema que habla únicamente de una provocación, de un estado de alteración nocturna, por decirlo de alguna manera, que habla de un momento de intimidad en el que una pareja se dice cosas que le ponen caliente… Tan sencillo como eso. Que de ahí se haga toda una disertación sobre que si es un poema machista, que si ponemos en tela de juicio la democracia… Bueno, sí que hay algo que el poema defiende. Es una defensa de Occidente. En eso sí que podemos estar de acuerdo. Es un poema que defiende el mundo occidental con todos sus errores. Es el mundo en que nosotros vivimos. Y pone en duda todos esos dogmas de fe que debe tener el mundo occidental. Lo que me parece brutal es que de la misma manera que Juan Manuel de Prada escribe eso, hoy ha salido un artículo del novelista Carlos Zanón que dice precisamente todo lo contrario. Cuando con una canción se consigue ese lío, es que es perfecta, porque el rock and roll y la poesía, que ahora mismo son lo mismo, a pesar de que algunos sigan diciendo que son dos mundos aparte, en este preciso momento, hemos conseguido una canción que pone en duda todo y sobre la que todo el mundo tiene una lectura. Eso es magnífico, es la canción perfecta.

Pasemos a otra, pues. Aunque tiene interpretaciones también relacionadas con el universo femenino, no creo que a nadie se le escape el tema que aborda “La noche blanca”. ¿Era, precisamente por eso, una canción que tenía que estar obligatoriamente en el disco?
Leí ese poema por primera vez en la revista «La Luna de Madrid», y se titulaba ‘Cocaína’. Me hace mucha gracia, porque las interpretaciones del texto también tienen su coña. Habla de una noche de luz, en que todo queda claro, se dicen las cosas… Ah, vale. Si lo ves así… ¡Qué romanticismo! Pero, por otro lado, pienso que es una canción maravillosa, porque con todo lo que se dice, el envoltorio musical es lo más tierno y clásico del mundo. Puede decir cosas muy, entre comillas, conflictivas, con melodías que son precisamente todo lo contrario. Siempre he pensado que las grandes canciones deben tener eso. Y al revés. Canciones con mucha fuerza, muy salvajes, diciendo cosas muy tiernas. Eso siempre me ha atraido muchísimo. Primero Gabriel, y después Jaime Stinus, han conseguido que la canción estuviera plagada de romanticismo absoluto, independientemente de lo que está contando. Creo que forma parte de una generación, no tenemos que olvidar que eso ha estado y está presente en la sociedad española actual.

¿La incluirías en esa tradición rock anglosajona que ha hablado de las drogas como si fueran mujeres fatales?
Sí, pero aquí está todo mucho más humanizado. Al fin y al cabo, es una noche de locura entre dos personas, y cuando él abandona, poseído por ella, escribe. De alguna manera, habla de que en los momentos de máxima ansiedad producida por determinadas sustancias, puedes crear. Es una de las que más me gustan del disco.

«En los últimos años, el teatro se ha convertido en el refugio de artistas que se han plantado allí con cuatro acústicas, a tocar su repertorio habitual de rock, como si de repente subieran un escalón

¿La gira será en teatros?
Solamente. Además, solo voy a tocar los discos en solitario. Los tres de poesía, “Mujeres en pie de guerra” (2005), “Nueve tragos” y “Balmoral”. Tengo muchas ganas de volver al teatro. Es el lugar donde aprendí y donde puedo desarrollar un personaje distinto, quizá más vinculado conmigo en el aspecto personal. Por otro lado, es todo un reto enfrentarse a un disco como este y meterse en un teatro en un momento en que el teatro está totalmente banalizado. Me pone enfermo la gente que va a tocar al Palau de la Música y pone un telón detrás. ¿Cómo pueden hacer eso? No saben dónde van. En los últimos años, el teatro se ha convertido en el refugio de artistas que se han plantado allí con cuatro acústicas, a tocar su repertorio habitual de rock, como si de repente subieran un escalón. A mí el teatro me produce un vértigo tremendo, porque siento un enorme respeto cuando me subo al escenario. Cuando llené el Palau de la Música por primera vez, siendo el primero de mi generación, para mí aquello fue lo máximo. Solo los más grandes pueden subirse a cierto tipo de escenarios. Ese reto me sigue produciendo cierto nerviosismo. Por eso cuando veo que los teatros se han banalizado y que la gente no hace espectáculos adecuados al espacio y se lo toma a la ligera… Hay ciudades en que no hay otra cosa, y debes hacer un espectáculo rock en un teatro o un palacio de congresos, pero en la medida de lo posible, siempre lo he evitado, porque siento un gran respeto. En un teatro debes interiorizar e interpretar, no exteriorizar, para eso ya están los clubs de rock. Esto es otra cosa. Tienes que empaparte de un sentimiento muy diferente. En mi caso, siendo barcelonés, con toda la influencia de la cultura francesa o la nova cançó, que tenía al lado de casa, cuando uno sube a un teatro, aprende de Ovidi Montllor, de Serrat, Georges Brassens, Brel o Yves Montand. Ahí no soy Elvis Presley. Creo que todavía falta mucho para que eso que llamamos rock adulto, que es normal en cualquier país, se consolide en España. Aquí, los artistas españoles de cierta edad todavía quieren tener veinticinco años. Y no dan el paso. Elvis Costello te puede gustar más o menos, pero debes reconocer que es un tío que cada vez que saca un disco se busca la vida, adecúa su show al lugar donde tiene que hacerlo. Los artistas debemos empezar a trabajar así y dejar de lado esa actitud de finales de los setenta, en que el rock parecía que no debía cuidarse. En España se ha perdido una generación de artistas de rock que no pudieron dar ese paso porque siempre se ha pensado que el pop y el rock en España tenían que ser adolescentes. Ahora empieza a haber artistas que hacen las cosas de otro modo. Pienso que Enrique Bunbury lo hace, que Christina Rosenvinge lo hace, que Nacho Vegas, aunque sea mucho más joven, está enfocando su carrera en esa dirección… Es absolutamente necesario que se den esos pasos. No puedes ponerte a hacer letras como si tuvieras veinticinco años, porque no los tienes. Hay muchas canciones de mi etapa con Trogloditas que ya no puedo cantar, porque no me las creo, estaría engañándome a mí mismo si lo hiciera. Hay que buscar otro camino. Yo ya lo hice en 1994, pero en aquel momento era ponerse a los pies de los leones. Si hubiera seguido ese camino en 1999, al sacar “Con elegancia”, podríamos estar hablando de otra cosa ahora mismo. Es cierto que tampoco fue un álbum que saltara la barrera, porque se machacó. Me fui de la compañía una semana después de que se publicara y el disco no se entendió. Cuando Enrique empezó a hacer teatros, el público estaba más preparado, había una nueva generación que podía entenderlo. Pero cuando Gabriel y yo nos enfrentamos por primera vez a un teatro, decorándolo todo de terciopelo rojo, con sillas, velas y camareros, la ortodoxia se nos echó encima. Y aguantar eso fue duro. O cantar a Brassens y que de repente se levantara gente y se fuera. O que llamaran maricón a Gabriel. Eso nos ha ocurrido. Con lo emocionante que fue cantar un tema inédito de Brel, que si lo hubiera hecho otro le hubieran dado el Príncipe de Asturias, simplemente por el trabajo de búsqueda y lo que significó hacerlo, nos quedamos muy defraudados. Pero ambos discos han ido ganando con el tiempo y se han puesto en su sitio. Y a lo largo de mi carrera, junto con “Mujeres en pie de guerra”, creo que han sido las obras más arriesgadas que he hecho. Eso ya estaba marcando que iba por otro lado. “Balmoral” lo ha refrendado y ahora puedo irme a un teatro a recuperar toda esa trayectoria y, también, ofrecer lo que creo que debe ofrecer un artista con una jerarquía, un poso y una edad.

Has comentado que este es tu quinto disco madrileño. De hecho, siempre has mantenido una relación de amor-odio con Barcelona. ¿Cómo ves la Cataluña de CiU y la Barcelona de Trías?
Voy a utilizar aquella frase: Cómo me duele España. Lo estoy pasando fatal. Soy de la generación que creía que veintitrés años de pujolismo iban a dar una Cataluña abierta, no sectaria, donde los artistas y los creadores iban a ser tratados independientemente de su lengua; que podíamos, incluso, ser la principal industria discográfica del país… Y cuando gana el tripartito nos encontramos con un sectarismo que comienza expulsando de la Feria del Libro de Frankfurt a los escritores en lengua castellana. ¡Eso es lo primero que ocurre! Evidentemente, fue una señal. Nos abrieron la puerta y nos dijeron: ¡A la puta calle! Después, el triunfo de Trías en Barcelona… Todavía no lleva tiempo como para decir algo, pero es cierto que, por un lado, se agradece que se hayan terminado unos años en que la ciudad no ha sabido renovarse y ha seguido con el mismo discurso progre que desprecia a unos artistas que no entran en su rigor y, por tanto, no funcionan. El otro día, estando en Barcelona de promoción, me preguntaban cosas de auténtico psicópata. “¿Cómo ves el rock catalán?” Y digo: ¡Está en un momento tremendo! Love of Lesbian triunfan por todo el país, después de muchos años de ostracismo; todavía no he escuchado el disco nuevo, pero el anterior de Sidonie me pareció una maravilla; y además están Maika Makovski, The New Raemon, incluso bandas de rockabilly renovadoras del género como Nu Niles… El panorama es estupendo, pero me duele que sigan marchándose de Barcelona para poder dar a conocer sus trabajos, repitiendo lo que ya pasaba décadas atrás.

Probablemente, esa pregunta estaba más enfocada hacia el éxito de Manel.
Es que eso no tiene nada que ver con el pop y con el rock. Si me hubieran preguntado qué pienso de la música tradicional catalana y del folk, podía haber hablado de ellos. Manel, en cierta manera, son hijos musicales del famoso Grup de Folk de Sisa y Pau Riba. Pero, cuidado, no son rock, por lo tanto tampoco tienen demasiado que ver con ellos. Y tampoco son transgresores, para nada. Son absolutamente inofensivos. Cuando planteas esto, te miran raro. Quizá porque quien te lo pregunta no tiene ni puta idea de quién es The New Raemon. ¿Todavía estamos así? ¿Con dos bloques separados? Una de las cosas que siempre he comentado con los cantautores, porque he trabajado con todos, y con los grupos de rock and roll barceloneses, es por qué no estaban en contacto, ni hablaban entre ellos, ni trabajaban en colaboración. Te miran con cara de asombro. Y veo que la situación es la misma. Me da una pena tremenda. Ni Manel ni Els Amics de les Arts tienen la culpa de que se les utilice de la manera en que se está haciendo. Que, en cierta manera, va contra ellos, porque si no se despegan de eso, les va a pasar como a los grupos del supuesto rock catalán de los noventa, que iban con la banderita en una mano y la subvención en la otra, y no salieron de Cataluña porque todo el mundo les tiraba de todo, en el sentido figurado de la palabra, porque era evidente que se había puesto mucho dinero para que eso funcionase. Pero no olvidemos que la nova cançó también recibió el apoyo de Omnium Cultural. La burguesía catalana subvencionó la nova cançó para que funcionara. Parece ser que la cultura en catalán siempre debe ser subvencionada. Quienes cantan en catalán porque simplemente es su idioma, deben estar acojonados, para evitar que les pase lo que le ocurrió a sus predecesores de los noventa. Si Manel llena un teatrito en Madrid, aparece en toda la prensa catalana, pero Love of Lesbian llenan cinco días seguidos la Joy Eslava y no sale en ningún sitio. Se sigue cometiendo el mismo error. Hace mucho tiempo que dejé de estar en esa guerra. Tomé la directriz de largarme.

Más allá de lo estrictamente musical, ¿confías en CiU?
¿Si confio en CiU? He vivido un proceso de ilusión con el final de Pujol y con la llegada de Zapatero, que era un presidente de mi generación. Pero después de lo visto, se te cae el alma a los pies. Es necesario un total proceso de regeneración democrática en España.

¿Y cómo se enfoca?
Con un cambio en las leyes. Primero, una nueva ley electoral. Un hombre, una mujer, un voto. En segundo lugar, listas abiertas. Renovación del Senado. ¿Porque para qué sirve el Senado? Igual que las Diputaciones. Y un proceso de mentalización de la ciudadanía para que participe. El 15-M, inicialmente, era una protesta popular, hasta que se prostituyó por parte de personas que poco tenían que ver con la idea original. Pero el inicio fue un toque de atención a la clase política. Lo que ocurre es que vas a una asamblea de este tipo y te dicen: “Vamos a votar una moción”. Y de repente sale alguien y dice: “Aquí no se vota, aquí se consensúa”. Y dices: A ver, es que ha muerto mucha gente para que en este país la gente pueda votar. ¿Se os ha ido la pinza? Parece mentira que estemos todavía así. En mi caso, existe la frustración de la gente de una generación que estaba orgullosa de tener un presidente de su edad. Y resulta que se convierte en un gran chasco.

El que parece que va a sustituirle tampoco parece de fiar.
Es que el próximo presidente del país, sea Rajoy o Rubalcaba, ya es un personaje que pertenece a la transición política española. Son de esa generación. Hemos ido hacia atrás, gane quien gane. El nuevo presidente español debería ser alguien menor de 50 años. Con otra mentalidad. Y sigo pensando que en cualquier partido político hay gente capacitada menor de esa edad. El problema de esa generación es que les preguntas por sus referencias musicales y te dicen Raimon o los Beatles. Y a los Beatles los nombran para quedar bien. Estoy seguro de que hay una generación que ha crecido con la movida madrileña, y que escucha a Nacho Vegas y a Los Planetas, porque es lo normal. Yo quiero que esa generación de políticos estén ahí, porque entenderán las cosas de otra manera. Lo que me parece frustrante es volver a los que oyen a Supertramp y a Serrat. Cuando escuché eso de Zapatero se me cayeron los cojones al suelo. Que lo dijera Felipe González, me parecía bien, pero ¿en qué mundo estabas viviendo, chaval?

Para terminar. ¿De qué manera puede la música intervenir en esa realidad?
La experiencia me ha enseñado una cosa: En España existe un sectarismo cultural apabullante. Y cuando digo cultural me refiero a un sector de artistas, actores y escritores que creen que la democracia la inventaron ellos. Que quien no piensa como ellos o pone en duda su actitud, es un fascista. Eso me da un miedo atroz. Yo estuve vinculado a la candidatura de Felipe González en 1993, con Albert Boadella además, he apoyado a Iniciativa per Catalunya y a Los Verdes de Mendiluce. El resultado es hostias por todos los lados, desvirtuar totalmente tu trabajo, estar señalado, pertenecer a listas negras… Llega un momento en que te das cuenta de que cuando se te acerca alguien hablando de revolución debes agarrar la cartera y a tu novia. Porque quiere una cosa o la otra. En ese sentido, huyo de ese sectarismo. No quiero estar vinculado a ningún clan, no quiero ser de ese club de artistas que se reúnen una vez cada equis tiempo con los políticos en casa de alguien y deciden cómo tiene que ser la cultura en España, quien la hace bien y quien la hace mal. No. Y no solo eso, sino que lucharé contra eso, porque ahí hay mucho negocio y ventajas. Admiro a Aute porque nunca se ha vinculado a esos chanchullos. Con el paso del tiempo, eso ha ido a su favor y en contra de los otros. Por otra parte, veo lo que ha pasado con la música en Cataluña, donde se ha optado por lo mismo. Los músicos parecen soldados del poder, son funcionarios musicales o estatales. Me parece muy bien que haya vuelto Sopa de Cabra, todo el mundo está en su derecho de hacerlo. Ya nadie pone en duda que los grupos vuelvan, no como antes, que se les caía la cara de vergüenza. Ahora también vuelven los Pixies, así que utilizamos la misma vara para todos. Pero otra vez el discurso de la banderita… Hombre, vale ya, ya somos mayorcitos, ya sabemos los réditos que implica eso y el negocio que hay detrás. No vuelvas por ahí. Haz tú música. Todos hemos crecido un poco, y ese sarampión tenemos que empezar a dejarlo atrás. La cultura debe ser vista como algo de todos, independientemente de su ideología. Hay que acabar con esa generación que se cree en el derecho de decir quién es demócrata y quién no lo es, porque aburren a un buey. Ya basta. Y resulta que cuando hay críticas a su ideología política, ellos son los primeros en abandonar el barco, como las ratas.

 

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