«Lo que importa es que es un gran disco con el que te congratulas desde la primera escucha y desde la segunda ya estás dentro de él, disfrutando. Las canciones son excelentes, hermosas e inteligentes»
El próximo 23 de octubre se pondrá a la venta «La nave de los locos», el nuevo disco de Loquillo, en el que interpreta temas escritos por Sabino Méndez, quien fuera compositor principal de Trogloditas. Juan Puchades lo ha escuchado y cuenta sus primeras impresiones.
Texto: JUAN PUCHADES.
Foto: MANEL ESCLUSA.
«Mar está en el paro.
Rosa hace terapia.
María compra en la herboristería.
Jaime está en la cárcel, cuarta galería.
Ramón tiene un bar.
Su hermana va a votar.
A Dani le han crecido ya un par de hijos.
Oriol se pelea por un puesto fijo.»
Con estos versos comienza «La nave de los locos», y sirven para dar el tono que impregna a una parte del nuevo disco de Loquillo, con canciones de Sabino Méndez muy a pie de acera, más costumbristas que combativas (si esa es la imagen que ha podido ofrecer el primer videoclip), algo canallas y mordaces, pero también sensibles cuando la ocasión lo requiere. En todo caso, antes de seguir adelante, digamos lo que muchos de los seguidores de Loquillo están esperando: sí, este es un disco de rock. Sin ninguna duda. De principio a fin el rock es el que domina la estética y la ética de «La nave de los locos», con profusión de guitarras eléctricas e ideal para escuchar con el volumen bien alto.
Una áspera guitarra introduce a los demás instrumentos y a la voz de Loquillo en ‘La nave de los locos (Sin novedad en el paraíso)’, el denso tema que abre el disco y que gira alrededor de los golpes que recibe la uniformada y castigada clase media y cuyas intenciones se pueden resumir en «Sabemos que hay de todo, / pero que muy pocos de los sueños febriles son para nosotros». La melodía, repetitiva como el sonido de una cadena de montaje, busca asfixiar a un texto cuyo estribillo es un único verso: «Y yo bailo el rock…». Un rock cuyo significado deberá buscarlo cada oyente: puede ser la única salida, lo único que nos queda o el ponernos el mundo por montera. Excepto en el estribillo, Loquillo ha ido cantando como quien escupe versos, con rabia contenida. Es una canción que Sabino Méndez grabó en 1996, en su único disco solista, «El dia que murió Marcelo Mastroiani», pero que mantiene plenamente su vigencia, lo que puede hacernos concluir que el tiempo, en lo social (y para la mayoría de nosotros: los pringados), pasa en vano.
Inmediatamente suena ‘El mundo necesita hombres objeto’, de temática más liviana y vacilona, sobre las chicas y su poder sexual. Musicalmente se confraterniza con el rock duro excepto cuando arriba el estribillo, de esos para corear: «Afile sus dientes, póngase a contar a diez. / Hay Luna llena y hombres lobos como usted». Texto de altura, no puedo evitar destacar los versos en los que Loquillo entona «Al sexo escrito le ha vencido el sexo oral. / Y al viejo cuento le han cambiado el final».
El tercer corte, ‘Contento’ (el que avanza el lanzamiento del álbum y que ya se ha puesto en circulación) es rock callejero de impronta mod (muy Who, podríamos decir), la ambigua letra (que quedará marcada por el excelente vídeo filmado por Óscar Aibar) es como un traje a medida para Loquillo: con una de esas proclamas tan suyas de que pase lo que pase, no lograrás tumbarme: «Borra si es que puedes mi sonrisa de la cara. / Prueba, no lo lograrás». A destacar los segundos últimos, protagonizados por el Hammond. No suficiente con proclamar que está contento, en un tema de Loquillo han sonado alegres palmas. Creo que es algo inédito.
‘Muñecas rusas’ se abre con dos preguntas («¿Es el mundo tan sucio como veo? ¿Es la vida tan rosa como cuentan?») que son la introducción a lo que resulta una canción sobre esos «templos» donde «se encuentran las chicas calientes, / el whiskey frío y los hombres ardiendo». La melodía chispeante y el dominio de las guitarras (además de palmas, como en el tema anterior) y coros (es un disco en el que estos adquieren mucha importancia) buscan darle una cierta orientación de clasicismo rockero. Loquillo la grabó para «Balmoral», con el título de ‘Barrios viejos’, pero quedó fuera y se respescó en la caja «Rock and roll star. 30 años».
Todo disco de rock requiere de medios tiempos y aquí el primero llega con el quinto tema. Una pieza tan sublime como sensual titulada ‘Paseo solo’, que mata desde los primeros segundos instrumentales. «Me gusta meterme en tu ducha cuando tú estás dentro. / Me gusta sorprenderte por la espalda cuando no me ves. / Clavarte en la penumbra de rodillas, de pie, en cualquier sitio. / Caer como un corsario en tu garganta y robar tu olor» canta Loquillo con voz grave, por momentos susurrando a la entrega del amor por encima de todo. Los arreglos son, sencillamente, exquisitos: con una guitarra (¿de Jaime Stinus, Igor Paskual o Josu García?) que va festoneando toda la canción, casi hablándonos con cariño, acompañada por el organo en el estribillo. Ay, ¡cómo cuesta no volver a escucharla! Pero, avancemos, que estamos justo en la mitad.
‘Mi bella ayudante en mallas’ arranca casi como uno de esos cortes incidentales habituales en las pelis de James Bond, de guitarras vaporosas, con un tono inquietante que permanece constantemente. Con Loquillo susurrando de nuevo hasta la llega del estribillo, donde saca su voz más golfa y descarada para otro tema de amores entregados: «Puedo escuchar el tiempo en ti / Puedo poner nombre a los días junto a ti».
La intensidad rítmica regresa con ‘De vez en cuando y para siempre’, con guitarras de las que le gustan a Stinus (por momentos recordando al periodo clásico de Bowie). Tema dedicado a esos instantes (de todo tipo) que pueden cambiar la vida, incluye una referencia al maestro Raymond Chandler en el no-estribillo, lo que le aporta un cierto toque negro y literario. ‘Planeta rock’ (con tal nombre, está claro cuál es su ritmo), que Méndez ya grabara en su único disco solista, versa sobre el poder de las «fantasías de rock and roll», una orilla en la que quizás «se permita vislumbrar / lo que es la eternidad». Tema animoso, clama por los refugios personales, aunque en este caso se hallen en una canción. «Abríos a vuestros sueños, abrazad ese lugar. / Nuestro viaje es tan fugaz. / Vamos todos juntos, como locos, a bailar, / a estremecer la nación».
El tema que cierra (en falso) el disco es ‘Luna sobre Montjuïc’, una preciosa canción. Con su largo y delicado texto (con la voz de Loquillo doblada en toda la primera parte), comienza reposada hasta que implosiona contenida. La nostalgia de un amor perdido es su argumento: «Miro los alrededores / ¿qué pasó tras esa noche? / Se vuelve una cabeza / y ese giro me recuerda / que no te volví a ver más».
El cierre real lo protagoniza ‘Canción de despedida’, relegada al papel de bonus track (no aparece en el vinilo), lo que no termino de entender pues es una de las mejores canciones de la decena y un cierre de esos perfectos, de los que te dejan con tan buenas sensaciones que apetece volver a escuchar el álbum entero. Es, digámoslo, un temazo. Canción de madrugada, su descaro y melodía (de ritmo cadencioso y chulesco), sin embargo, la hacen ideal para mañanas soleadas, o para cantarla en la barra de un bar (si es que en los bares se cantara otra cosa que no fueran goles del equipo local…). Está interpretada con desparpajo (es lo que pide la letra) por Loquillo y Mikel Erentxun, que entonan con sorna elegías a las chicas guapas: «Guiñad el ojo a una chica bella / y perdonad a este pecador / o perdonad a las chicas bellas / y guiñad el ojo a este pecador. / Al darle pechos a las mujeres / qué gran idea tuvo el señor, / y qué franqueza al colocarlos / justo delante del corazón. […] Que mi alma sea / la barca en el temporal. / ¿Sentar cabeza? / Eso nunca llegará».
Tras varias escuchas del álbum que reúne tras veintitrés años a Loquillo y a Sabino (vale, es un poco exagerado, que en «Balmoral» Loquillo ya cantó un tema de Méndez), la conclusión es que quien busque nostalgia de tiempos pasados, una vuelta atrás, aquí no la hallará, lo mejor que puede hacer es abstenerse de su escucha. «La nave de los locos» es un potente disco de rock contemporáneo, sin la menor añoranza o conexión con el viejo sonido de Trogloditas, cuando Sabino Méndez militaba en sus filas: han pasado muchos años de aquello y enlaza con las obras más rockeras producidas por Stinus en los últimos años para Loquillo («Cuero español», «Feo, fuerte y formal», «Arte y ensayo», incluso los temas más rockeros de «Balmoral»), cual continuación mejorada. «Sin la producción de Stinus, yo no habría grabado este disco. Eso que quede claro», me decía el otro día Loquillo, consciente del gran resultado alcanzado. Y sí, el trabajo de Jaime Stinus es esencial, y su sello personal (el que ha trazado en la obra de Loquillo durante la última década) constante, aunque en esta ocasión los muy trabajados arreglos han sido colectivos, de todo el grupo que ha participado en la grabación.
Quienes quieran morbo, que se olviden de él: Méndez y Sanz son personas mayores, el primero ha aportado las canciones, el segundo las ha seleccionado y junto a Stinus y la banda se las ha llevado a su terreno. Eso es todo. Lo que importa es que es un gran disco con el que te congratulas desde la primera escucha y desde la segunda ya estás dentro de él, disfrutando. Las canciones son excelentes, hermosas e inteligentes, pero es que a Sabino Méndez no se le puede pedir otra cosa, es lo que se espera de él (cada cual arrastra su cruz). Personalmente no me despierta el menor morbo escuchar a Loquillo interpretar temas de Méndez, creo, sinceramente, que eso es lo de menos, lo que importa son las canciones y cómo nos llegan, y aquí fluyen con tanta naturalidad que rápidamente te olvidas de la historia que los unió, los separó y los volvió a unir. Ese es uno de los mayores logros de «La nave de los locos», que sortea personalismos y la sombra del pasado para que campe la música. Que es de lo que se trata y lo que debe de quedar.