«Loquillo se propuso finalizar la década quemando todas las naves y continuando con la apuesta kamikaze»
Sergio Almendros nos lleva hasta finales del siglo pasado para recordar la difícil etapa comercial que atravesó Loquillo, decidido a avanzar con proyectos de toda índole.
Texto: SERGIO ALMENDROS.
Pudiera parecer que Loquillo lleva décadas enarbolando la bandera del rock patrio, y aunque desde hace más de cuarenta años es un claro referente de la música española, el del Clot no siempre tuvo el gusto del público tan mayoritariamente a favor. Obviando sus comienzos, en los que tuvo que luchar por hacerse un hueco en un espacio en el que parecía que no había lugar para su propuesta, con rockers y punks muchas veces renegando de su apuesta por no alistarse completamente en sus filas, mientras la Movida madrileña le miraba desconfiado y la escena barcelonesa le tildaba poco menos que de desertor, bien es cierto que casi siempre ha estado en primera línea. Casi siempre.
Loquillo y Trogloditas alcanzaron su cénit de popularidad allá por 1989 con el doble directo ¡A por ellos!… que son pocos y cobardes, un disco con el que al fin pudieron llenar prácticamente cualquier aforo que se les pusiera por delante. Curiosamente, ese disco puso a los Trogloditas insospechadamente en una situación delicada de cara a su futuro. A la salida de la banda de Sabino Méndez, mano derecha de Loquillo y compositor de la mayoría de los éxitos del grupo, no se le dio la trascendencia que realmente tenía debido a la borrachera de éxito en el que se encontraba la formación, hasta que llegó el momento de encarar nuevos proyectos. El siguiente disco, Hombres, bien pudo mantener a Loquillo y Trogloditas una temporada más en posiciones privilegiadas, y temas como “Brillar y brillar”, “Un hombre puede llorar” o “Simpatía por los Stones” lograron, al menos, mantener la llama, sin duda ayudados por la inercia que llevaban. Sin embargo, como bien aprendimos todos en clase de Física, esa inercia inevitablemente va desapareciendo si no hay una mínima fuerza que la acompañe, y así sucedió.
Nos plantamos en el año 1993 y con la edición de Mientras respiremos Loquillo sufrió el primer varapalo importante de su carrera. Ojo, nos estamos refiriendo únicamente a cuestiones de éxito popular y de repercusión, no de calidad, ya que personalmente creo que este trabajo era incluso superior a su precedente, o al menos no es inferior. Quizás el álbum resultó algo irregular, pero sin duda artísticamente dejaba más claro hacia dónde quería dirigirse, además de que entre sus composiciones maduras y su nuevo ropaje sonoro, huyendo del rock más salvaje y abrazando tempos y texturas más relajadas, y con Gabriel Sopeña haciendo las veces de Sabino Méndez, se encontraban algunas joyas como “John Milner”, “Cuentas pendientes” o “Mientras respiremos”, además de tres extraordinarias versiones: “Maldigo mi destino” (de los Sirex), “Balada para un viejo sombrero” (de Aurelio y los Vagabundos) y “El hombre de negro” (de Johnny Cash), siendo esta la única canción que se ha quedado en el recuerdo popular, toda una declaración de principios que se amoldaba a su figura como anillo al dedo.
Si ya hemos dicho que Mientras respiremos supuso un importante viraje estilístico, el cambio definitivo de la chupa de cuero al traje de crooner se produjo con La vida por delante (1994), un disco que grabó sin Los Trogloditas y con su inseparable Gabriel Sopeña. En este trabajo Loquillo se atrevió a musicar poemas de escritores de la talla de Jaime Gil de Biedma, Cesare Pavese o Pablo Neruda, y lo hizo además recreándose en la canción de autor, el country, el folk, el jazz, el blues e incluso el fado (en la deliciosa “Lisboa”), lo que supuso un azote definitivo al sector rockero más militante de sus seguidores, quienes definitivamente abandonaron la causa por una buena temporada.
Con el recuerdo de la pobre aceptación de Mientras respiremos y el desconcierto causado por La vida por delante, Loquillo volvió a reunir a los Trogloditas para intentar recuperar el poder (sonoro y mediático) de antaño con el disco Tiempos asesinos. La jugada no pudo salir peor: el álbum resultó un torrente de decibelios sin ningún control y poco sentido, y sin inspiración. El disco abusaba del rock (y se olvidaba completamente del roll) y como puñetazo en la mesa únicamente logró destrozar la madera y acabar con los pocos apoyos que seguían en pie. Solo el momento del álbum en el que se encadenaban “Treinta y tantos”, “Vencidos” y “El Parque de Cervantes”, precisamente algunas de las menos rocosas, ofrecían algo de luz a un trabajo que ha sido denostado muchas veces incluso por el propio artista.
En un momento de claro, continuado y peligroso descenso, Loquillo quiso reivindicarse y reivindicar a toda una generación que por entonces vivía parecida suerte a la suya. Así, en el doble directo Compañeros de viaje, junto a un disco con el típico directo y el arriesgado envite de no contener ninguno de los grandes éxitos de su carrera, en el segundo cedé se ofrecía un show bastante más jugoso al juntar en una especie de club nocturno a nombres de la talla de Pepe Risi, Ramoncín, Carlos Segarra o Jaime Urrutia para recrear temas de todos ellos y del propio Loquillo en una deliciosa mezcla de country, folk y rock maduro.
Loquillo se propuso finalizar la década quemando todas las naves y continuando con la apuesta kamikaze. De esta forma, en medio de su infierno particular y de fuertes turbulencias con su discográfica, consiguió publicar en un sello independiente una nueva colección de poemas musicados bajo el título de Con elegancia (1998), un disco que pasó casi completamente desapercibido. El gran abanico estilístico del que hizo alarde en La vida por delante se cerró en esta ocasión para centrarse en un rock contenido y con elegancia (y disculpen el juego redundante). Y más. En una especie de órdago contra todos, el Loco insistió en su faceta de crooner y contra viento y marea logró editar en otra pequeña compañía Nueve tragos (1999), un compendio de jazz, swing y música de club considerado casi un disco fantasma.
A punto de convertirse definitivamente en una figura del pasado, eso que él tanto odia, Loquillo dio un nuevo giro de timón y en el año 2000 volvió a intentarlo con los Trogloditas, y de la mano del productor Jaime Stinus dio forma a Cuero español, un disco que si bien comercialmente no funcionó mucho mejor que Tiempos asesinos, en sus formas sí podía intuirse y disfrutarse una nueva forma de sonar. Con el glam arropando a su tradicional rock and roll, Loquillo echó mano de un par de composiciones que le cedió Pepe Risi antes de morir (“Quiero acariciar el rock and roll” y “La sonrisa de Risi”) y de la colaboración de Andrés Calamaro. Pero además, había muy importantes temas como la springstiniana “21 de abril de 1981”, la soberbia “Por amor” y la excelsa “Cuando fuimos los mejores”, una nueva reivindicación de su trayectoria. A partir de entonces comenzó una remontada cuyo verdadero punto de partida fue un año después Feo, fuerte y formal, un disco y una canción que volvió a meter a Loquillo en las radiofórmulas, siendo su primer nuevo clásico después de muchos años y el comienzo de su resurrección.