“Si esto hubiera pasado en Madrid, la mitificación que hubiera tenido. No he querido poner las cosas en su sitio, pero sí homenajear a una gente que merece su espacio en la historia”
Loquillo acaba de publicar “Barcelona ciudad”, su segundo libro de recuerdos juveniles. Juan Puchades conversa con él sobre su faceta literaria y aquella Barcelona de los años 70.
Texto: Juan Puchades.
Foto: Manel Esclusa.
En 2002, Loquillo publicó su primer libro, el relato «El chico de la bomba», que él presentaba como novela cuando, en realidad, lo que hacía era narrar la vida de su padre y su propia infancia en la Barcelona de los años 60 y primeros 70. Ahora, ocho años después, regresa con un segundo volumen de recuerdos, «Barcelona ciudad» (Ediciones B), que sigue donde aquel se quedó, internándose en esta ocasión en la segunda mitad de la década de los 70, cuando era un joven estudiante aficionado al baloncesto, para finalizar con la grabación de su primer disco como Loquillo. Pero, ¿por qué Loquillo, que graba discos con frecuencia y desde hace dos décadas es letrista habitual de sus propias canciones, tiene la necesidad de sentarse a fijar por escrito sus recuerdos? «Quizás porque me resulta más barato que ir al psiquiatra», explica entre risas. «Hay quien se gasta mucho dinero en ir al psiquiatra para hacer terapia, memoria emotiva y cosas así. La verdad es que es algo que yo también me pregunto, creo que en el fondo me lo paso bien y, por otro lado, ‘El chico de la bomba’ tenía el punto de la niñez y lo que he hecho ha sido seguir, como si estuviera con la segunda parte de ese libro, porque, a fin de cuentas, esta es la continuación. Lo que ocurre es que, claro, es que si en el otro el transfondo era la memoria histórica, aquí lo es la Barcelona de los años 70, que también tiene lo suyo. Además, me pareció que tenía sustancia recordar esa Barcelona y lo que para mí supuso el descubrimiento de tantas cosas. En realidad, lo que he escrito está muy próximo a un guión cinematográfico, que es lo que hago siempre, un guión sobre la historia de unos adolescentes que descubren la vida a ritmo de rock and roll, en una Barcelona en tránsito. Me lo paso muy bien escribiendo, lo he escrito a ratos durante dos años, porque ha sido el tiempo de que disponía, pero si sumara las horas, serían tres meses, muy rápido».
Una de las cosas que constata el libro es que, musicalmente, en la Barcelona de aquellos años, además de la cançó y la onda laietana, que son las que han trascendido, hubo otras realidades musicales. Tú cuentas una de ellas, la que viviste, la que desde el rock se tropieza con el punk y la new wave.
Todos conocemos la crítica musical barcelonesa. Pero no la de Ramón de España, Ignacio Julià o Jaime Gonzalo, la otra, la no rockera, la crítica musical que está en el poder, que es la del rock laietano y de los hippies por un tubo, y ellos se han encargado muy mucho de que la otra Barcelona no apareciera. De hecho, en breve, vas a empezar a ver libros y documentales sobre esa época, pero de lo que no vas a tener noticia es del “underground”. Se olvidan siempre de Juan José Fernández, de Oriol Llopis, ¿qué Barcelona están vendiendo? No olvidemos que en Barcelona seguimos sufriendo la «cultureta», y la «cultureta» ahora trabaja en TV3, y los de la «cultureta» son funcionarios. Mira, Santi Carrillo se la ha jugado y tiene una revista, pero en Barcelona hay otros muchos que son funcionarios y que se han quedado en el rock laietano y todo lo que sea rock, rockismo o como quieras llamarlo, odio. Mucho odio, un odio muy profundo que ha calado. El otro día, el del Taller de Músics decía que la Cataluña real eran Estopa, no Raimon. Es que ni siquiera Gato Pérez. El que se haya ocultado esa otra Barcelona tiene mucho que ver con los poderes fácticos, y lo que no tiene sentido es que Madrid sea la capital de la movida, Londres del punk, Nueva York tuviera el CBGB, ¿qué pasa, que no podemos vacilar de lo nuestro? Pero, luego, vendría otra pregunta, ¿esa Barcelona porqué desapareció?
En realidad desaparece porque era el “underground” y, como todos los movimientos de la época, acaba engullido por el poder de la movida.
Sí, y porque la mayoría de sus protagonistas se largaron, hasta Pepe Ribas, director de «Ajoblanco», se largó a Madrid. Yo viví esa otra Barcelona, la de la sala Tabú, una Barcelona de la que nadie habla.
Ese periodo barcelonés del 75 al 80 se ha revisado pero desde el punto de vista del underground en los cómics y la prensa marginal. Que es, en el fondo, lo único que ha trascendido de aquella época.
Sí, Mariscal, Max, Nazario, El Rrollo Enmascarado y demás. Pero, seamos justos con la verdad, el movimiento rocker fue algo muy bestia. Todo esto se puede ver en imágenes en la exposición de Jordi García que se ha inaugurado estos días en Santander, que recorre desde el principio hasta… bueno, él hizo las fotos de los Intocables. El otro día estuve en su taller viendo las fotos y hay unas fotos alucinantes. La exposición será itinerante.
En las primeras páginas del libro, algo que me impactó mucho es que tú, al igual que yo, ¡también querías tener una cazadora Graham Hill!
[Risas] ¡Sí, señor!
Hacía treinta años que no oía hablar de las cazadoras Graham Hill, creo que hasta las había olvidado. Me vino todo un mundo.
Ya, acuérdate de cómo eran.
Lo recuerdo, lo recuerdo.
¡Esa chupa era todo!
No olvidemos que esas cazadoras, sobre todo por su precio, las llevaban los que hoy llamaríamos los pijos, entonces los niños pera. ¿Tú también querías ser un pijo?
No, yo era fan. Yo era superfan de Jackie Stewart, se deja entrever en el texto, que Jackie Stewart luchaba contra los Fitipaldis de turno, ¡como siempre! Pero sí, lo de la cazadora de Graham Hill era algo tremendo, incluso he buscado en la red si hay a la venta o alguien tiene, y no hay ni una.
A mí me gustaría verla de nuevo.
Sí, eso, verla otra vez. Es que es toda la época del merchandising de los tíos de Fórmula 1, ahora se habla de Alonso, pero entonces también teníamos lo nuestro.
¿Ha habido mucho ejercicio por tu parte para recordar cosas, porque citas muchos detalles?
De toda esa época tengo una memoria muy certera. Evidentemente, he hablado con algunos de los protagonistas del libro y, en ocasiones, lo que simplemente era verdad, lo he convertido en leyenda. Pero todos esos hechos son conversaciones que he ido teniendo con gente de la época, recordando cosas, y de vez en cuando pensaba, ¿por qué coño no lo escribo? Lo que también quería reflejar era lo en precario que nos movíamos, sin ningún tipo de información sobre nada. Ahora es fácil seguir un movimiento porque hay información por todos lados, pero en aquella época te lo inventabas tú. En la última parte del libro, la de la grabación del disco, quería reflejar la diferencia que había con respeto a la movida madrileña. Lo nuestro era “vamos a reírnos un rato mientras dure”. Pero, sí, los datos los tenía muy frescos, tengo menos fresco lo que pasó en los 80 que lo que pasó en los 70.
En el texto, te reflejas a ti mismo y a tus colegas como unos personajes algo frívolos a los que os encantaba maquearos, os importaba más la estética que la música. Leyendo el libro, en algún momento me vino la semejanza con Tony Manero, y tú mismo, unas páginas más allá lo citas.
Sí, porque es lo que digo, el personaje de Travolta no deja de ser un personaje barrial que lo que quería era destacar en el mundo y ser superguay. Hay muchos puntos en común, y es para flipar el hecho de que nosotros pasábamos el tiempo en tiendas de segunda mano y antiguas buscando ropa, que es, al fin y al cabo lo que hizo Malcolm McLaren, tener un estilo a partir de estilos que le gustaban, y muchos jóvenes moviéndose alrededor de eso. Hay una serie de vivencias, que viéndolas con el tiempo, se daban tanto en Barcelona como en Londres. Era vacilar, molar y si encima se toca, más divertido. Son curiosos los nexos que había con el movimiento punk londinense y sobre cómo surgió, alrededor de una tienda, alrededor de cuatro tipos. Lo único es que nosotros no estábamos tan volados, porque, al fin y al cabo, éramos unos críos.
¿Cuentas muchas mentiras o mitificas muchas cosas que no fueron tan míticas?
No, la verdad es que no. Hay algún detalle que sí, que lo resuelvo casi de manera cinematográfica, pero porque escribo así, con imágenes y con música en la cabeza. Una cosa que he intentado es no convertir esto en un típico libro de rock, de drogas, sexo y decadencia, y utilizar siempre una clave con mucho sentido del humor. Pero no me he inventado ninguna historia, todas son reales, levemente adornadas, evidentemente, pero fueron así.
El momento más duro, y parece que has sido muy sincero al narrarlo, es cuando tuviste que meter la voz en tu primer disco, «Los tiempos están cambiando». ¿Lo pasaste tan mal como cuentas?
Sí, lo pasé muy mal, no entendía nada, y menos mal que estaban ahí los colegas. Me decían «tienes que hacer el tempo», y yo «¿el tempo, qué es eso? ¿Un dedo pegando golpes? ¡A mí qué me cuentan!” Hasta que llegó el colega y me dijo, “o cantas o de aquí no sales”, y claro, todo el que conozca a Jaime sabe que eso era así. Pero la verdad es que la grabación de aquel disco fue una marcianada tremenda y todos seguimos pensando en cómo coño lo hicimos. Fue así, de un día para otro, y antes de irme a la mili.
Una cosa que no dejas claro es si tus amigos y tú hablabais en castellano o en catalán.
Claro, es que doy por supuesto que todos hablábamos en castellano, porque el catalán lo hablaban los del rock laietano, aquí todos éramos «working class» pura y dura, no había nadie de los barrios altos, sólo Jaime y sus amigos, que eran clase media baja.
Curiosamente, la mayor parte de músicos que citas, siguen en activo.
Sí, menos Los C-Pillos, pero Micky Forteza, por ejemplo, ha sido productor de Jarabe de Palo y se ha llevado un Grammy.
Aurelio Morata sigue con su estudio.
Sí, y Carlos [Segarra] con Los Rebeldes.
Sergio Makaroff continúa grabando y tocando.
Eso es, o Esteban Hirschfeld, que está con Jaime [Urrutia]. Todos estaban ahí, imagínate que esto hubiera pasado en Madrid, la mitificación que hubiera tenido. No he querido poner las cosas en su sitio, pero sí homenajear a una gente que merece su espacio en la historia.
Sí, Madrid ha glorificado a su movida, pero Barcelona ha ocultado la suya.
Claro, pero eso está dirigido políticamente desde el principio. El rock sólo ha interesado si era en catalán porque estaba subvencionado, la cançó estaba subvencionada. Ya lo dice Pujol en sus memorias, que se dejó dinero a Edigsa. Nosotros siempre hemos estado al margen, a los bienpensantes no les hemos interesado nunca. Insisto, así como en Madrid la prensa siempre ha hecho de la movida algo mítico, en Barcelona la prensa no ha querido nunca saber nada del rock, nunca. Me ha sorprendido mucho que el 23 de abril se hiciera un Sant Jordi con los grupos nuevos, de Sidonie a Love of Lesbian, ¡¿y te puedes creer que lo han puesto a parir?! Oye, que seguís igual, que ha venido uno y los ha puesto a parir a todos, y además que no fue nadie, cuando a mí el director del Sant Jordi me dijo que había 2.500 tíos viendo el festival. Si esa crónica la traspasas al 85 con nosotros, es la misma. Un chaval arriesga su dinero para que toquen en una misma noche los grupos nuevos, una cosa que no hace ni el Ayuntamiento, y los pone a parir, qué huevos. Todo lo que sale de Barcelona se lo cargan sistemáticamente. Todo lo que huele a guitarra y ruido, con la iglesia hemos topado. El único que defiende el asunto es Jordi Bianciotto. Es muy fuerte. Pero es un mal endémico, y además tampoco ha surgido una crítica musical diferente.
¿Estás pensando en un tercer libro?
Supongo que caerá, lo que pasa es que he tardado siete años en preparar este. Ahora se va a reeditar «El chico de la bomba» en una edición ampliada y revisada, y estoy en ello.