FONDO DE CATÁLOGO
«Un ejercicio de nostalgia para los propios músicos y sus seguidores, un dulce y estimable placebo de sus mejores años de creatividad»
Manel Celeiro recupera el disco Long road out of Eden, un álbum doble que contiene parte del brillo pasado de los Eagles, aunque no sea oro todo lo que reluce en el cancionero.
Eagles
Long road out of eden
EAGLES RECORDING / UNIVERSAL MUSIC, 2007
Texto: MANEL CELEIRO.
Pocas bandas despiertan tal cantidad de filias y fobias. Cuando los Eagles salen a la palestra, el debate está garantizado y rápidamente se crean dos bandos: la gente que los ama con locura y los que los detestan con toda su alma. Eso es así desde el principio, su meteórica ascensión al estrellato y su éxito popular no sentaron demasiado bien en la escena de Laurel Canyon en la que se gestó la banda. Tipos como Gram Parsons, un genio echado a perder por las drogas y el alcohol, hablaba de ellos con desprecio acusándolos de ser «demasiado edulcorados», y aunque sea un personaje de ficción, la frase que suelta el Nota (Jeff Bridges) en El Gran Lebowski refleja a la perfección esa eterna relación de amor / odio que va ligada a la banda. Ya saben: «He tenido una noche larga y difícil y odio a los putos Eagles»…
Razones para posicionarse a favor o en contra hay a cientos, cada uno tendrá las suyas, pero es difícil resistirse a esas armonías vocales, a esa pulcra manera de facturar canciones, al talento de sus miembros y a composiciones tan perfectas como “One of these nights”, “Take it easy” (a medias entre Jackson Browne y Glenn Frey), “Hotel California”, “Tequila sunrise”, “Desperado”, “Witchy woman”, “On the border” o la enorme, entre mis canciones favoritas de siempre, “Take it to the limit”, escrita por Randy Meisner, Don Henley y Glenn Frey, con la escalofriante interpretación vocal de Meisner como bandera.
Su historia está jalonada de encuentros y desencuentros, de luchas de egos, de celos y envidias así como de una conducta libertina y salvaje regada por litros de alcohol, blanqueada por toneladas de cocaína y enfebrecida por una frenética actividad sexual. Cuesta creer que pudieran hacer canciones tan bonitas y pulidas yendo tan pasados de vueltas y transitando por la vida bajo los efectos de tan inflamable combustible. Historia que cavó su fosa una noche de 1980, cuando, antes de un concierto en Long Beach, Don Felder y Glenn Frey se las tuvieron tiesas, llegando a amenazarse en público durante el propio bolo. Cumplieron su compromiso con la compañía discográfica editando un doble en vivo y poco después cada uno tomó su camino.
Pero como suele suceder en este negocio, nada es para siempre. Y a pesar de la famosa sentencia de que solo volverían «cuando el infierno se congele», no dudaron, con admirable sentido del humor, en poner ese título a un directo acústico que significó su regreso a la actividad en 1994. Los rumores sobre un nuevo álbum se extendieron velozmente por los corrillos de la industria y por el corazón de los fans, imaginad con que ánimo estarían sus detractores, pero este no vio la luz hasta 2007. Tras un largo y laborioso periodo de creación, producción y grabación, el doble Long road out of Eden se puso a la venta en otoño y evidenció que el poder de convocatoria de las águilas permanecía intacto, se encaramó directo a los primeros puestos de las listas de ventas — usando algunas triquiñuelas comerciales que ahora no vienen al caso— y hasta el momento lleva despachadas alrededor de cuatro millones de copias solo en USA.
Obviamente, el tiempo no pasa en balde. La química se ve resentida por todas las afrentas vividas en el pasado, se puede perdonar pero no olvidar, y pese a que el álbum, superando todas esas adversidades, conecta a la perfección con el viejo espíritu de la banda, da como resultado un trabajo irregular que se nutre de exprimir los recuerdos de todo su cancionero anterior. Sin embargo, como curtidos perros viejos intentan esquivar la tentación de regodearse en exceso en la autocomplacencia, algo que solo logran en determinados momentos. Quizás uno de los errores en ese aspecto es lanzar un disco doble, si hubiesen hecho una buena selección entre esas veinte canciones — veintidós en la edición de lujo— poniendo al alcance del público solo las mejores posiblemente estaríamos escribiendo en diferentes términos.
Hay muchos minutos de relleno en piloto automático, que se redimen en parte con el aire rocanrolero de las lecturas del “How long” de su viejo compinche J. D. Souther y el “Guilty of love” del nunca suficientemente bien ponderado Frankie Miller, la conjunción de las voces marca de la casa, “Busy being fabulous”, “Waiting in the weeds”, “Your are not alone” o “No more walks in the Wood”, el detallismo preciosista de “Center of the universe”, la calidez de “I love to watch a woman dance”, el aire fronterizo y mariachi de “It’s your world now” o el alegato en contra de la intervención militar en Irak y Afganistán, tristemente de actualidad de nuevo en estos días, que da título al disco.
Casi tres décadas habían trascurrido desde que The long run (1979) fuera puesto a la venta y Long road out of Eden pasó a ser el último peldaño discográfico en estudio de su trayectoria. Un ejercicio de nostalgia para los propios músicos y sus seguidores, un dulce y estimable placebo de sus mejores años de creatividad, aquellos que se acunaron entre nubes de marihuana, pusieron fondo sonoro a tiempos de cambio y se broncearon al sol en la piscina del Hotel California.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: Desaparezca aquí (2005), de Nacho Vegas.