LIBROS
«Unas memorias estrictas, sin demasiada acritud, sin salirse de los recuerdos y en un tono amable»
Steve Jones
Lonely Boy. Historias de un sex pistol
LIBROS CÚPULA, 2022
Texto: CÉSAR PRIETO.
Steve Jones fue el guitarrista de Sex Pistols y, como el resto de sus compañeros que siguen vivos, ha logrado una vida más o menos estable, hecho por el que nadie hubiera apostado ni un penique hace cuarenta años. Si descartamos a John Lyndon, capaz de lo mejor y de lo peor, Paul Cook y el autor del libro viven exactamente como si en 1975 hubieran estado estudiando en Oxford. En este libro, Jones habla de las vueltas que la ha dado la vida. Unas memorias estrictas, sin demasiada acritud, sin salirse de los recuerdos y en un tono amable, que no reparte culpas aleatoriamente e incluso asume gran parte de ellas.
El volumen comienza con una imagen constante en las biografías de músicos del periodo: una niñez con el decorado de un Londres destrozado, lleno de cascotes y edificios derruidos. Su familia también lo fue, antes incluso de que existiera. Su padre desapareció dejando a su novia, su madre, embarazada. Cincuenta años después Steve lo encuentra y ese encuentro no tiene nada de drama, se trata más bien de desvelar una curiosidad.
Pero no adelantemos acontecimientos. Su madre vuelve a ennoviarse, se cambian de barrio, dejando atrás la plácida casa de sus abuelos, y se siente abandonado, aparte de otras actitudes de su padrastro que le quedan brumosas en el recuerdo. Culpa a ello de sus problemas posteriores, tanto es así que a veces el libro se convierte en una terapia psicoanalítica, entre la acusación y la justificación, pero lo cierto es que sus experiencias sexuales entre los seis años y los once despertarían la líbido a un castrato.
Su adolescencia en los sesenta discurre entre los primeros skinheads —de Dr. Martens y música caribeña— y los robos, porque Steve Jones, el guitarrista de Sex Pistols, era un raterillo profesional. Se inicia afanando bicis y ciclomotores para, con catorce años, tomar prestados camiones y, con el tiempo, especializarse en robar equipos de sonido. Además, de sus artistas preferidos. Un master tenía. En su colección hay equipos de Roxy Music —su epifanía cuando los vio en el Top of the pops—, David Bowie o Rod Stewart. Porque la música fue una válvula de escape para no acabar convertido en un criminal. La otra fue el sexo, desde los trece años en que tuvo su primera relación, hubo periodos —según cuenta— que iba a una por día, fueran conocidas o no.
Pasa el texto por su primer grupo, The Strand —revival mod seis años antes de tiempo— y, cómo no, con el encuentro con Malcon McLaren y la formación de Sex Pistols, el famoso programa Today en el que escandalizaron al Reino Unido, los problemas, sobre todo a partir de la entrada de Sid Vicious, sus películas y la separación final de la banda.
Tras ello, Jones funda alguna otra banda —con The Professionals graba una canción más allá de la excelencia: “Mods, skinks, punks”— se muda a Los Ángeles, entra en una vorágine de alcoholismo y drogas y en la vorágine contraria de centros de desintoxicación, trabaja con Axl Rose, Roy Orbison o Bob Dylan y hoy en día es locutor en una radio del sur de California. Y cada paso que da, lo da atenazado por sentimientos de culpabilidad o autojustificación
Curioso ejemplar de icono punk que detesta a los okupas, quiere dinero, aunque este sea robado, prefiere estar con músicos profesionales y odia el «hazlo tú mismo»: si eres bueno —cree— encontrarás a alguien que te pague mucho por lo que haces. También le encantan el AOR y los viejos clásicos. Esto revela lo que fue el punk: un grupo de jóvenes de muy diferentes coordenadas vitales y criterios ideológicos que hicieron lo que había que hacer: estallar.
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Anterior crítica de libros: Toda la verdad sobre los señores de provincias, de Bruno Belmonte.