Lo que permanece, de Margarita Leoz

Autor:

LIBROS

«Poco a poco la narradora se va convirtiendo en el padre que perdió y va encauzando la novela hacia un final bellísimo»

 

Margarita Leoz
Lo que permanece
SEIX BARRAL, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Hay un momento irrevocable en la vida de las personas —y malo es si no lo pasan— en que los sentimientos se desatan cual catarata tras crecida. Es el del fallecimiento de uno de sus progenitores; solo comparable, por lo salvaje en el desborde de emociones, con el del primer amor. En Lo que permanece, la primera escena, la que marcará todo el texto, narra la muerte del padre de la narradora. Inesperadamente, mientras estaba ayudando a su esposa a hacer la cama.

A partir de aquí se despliegan, de manera abundante, todos los sentimientos, trámites y recuerdos que, si bien los primeros días son confusos, ocupada la mente por el hachazo y el laberinto de responsabilidades que te llevan aquí y allá, poco a poco se van asentando. Hay una ausencia, pero la mesa se ha de poner para comer las pechugas que el padre ha dejado preparadas por la mañana. Todo resulta extraño.

Pero la narradora no solo es hija, es también madre, una madre como cualquier otra, con una niña de dos años y medio y gemelos de dos meses, que le comen la vida y el sueño, y a los que ha de atender y dar de mamar con una frecuencia que la agota. Y a los que, con las circunstancias de la muerte de su padre, no puede cuidar, así que Alberto, su marido, se lleva a la mayor a una casa en Cantabria, mientras ella, con la ayuda constante de la familia, se encarga de los bebés.

Tras los días de confusión, emergen los recuerdos de su infancia y la fascinación por el padre, de carácter fuerte, que la atenaza, pero que a la vez está muy pendiente de ella, mucho más que en las familias de clase media baja de los años ochenta del pasado siglo. Presume de sus habilidades ante los amigos y la acompaña a todos los sitios, a la escuela —es el quien le prepara la mochila—, a las clases de música, que se empeña que curse, a su estancia universitaria en el extranjero. Un padre excéntrico, optimista y feliz, que con cincuenta y siete años sufre una operación que le pone a las puertas de la muerte, que evita con elegante regate: le fueron concedidas varias bolas extras.

Al nacer su nieta, ya lo hace todo con su padre, que se va volviendo áspero y que ya ni siquiera sale de casa, ni para ir a los funerales. El suyo es el que cierra la novela en una estructura circular, con la familia que ocupa la casa tras la ceremonia religiosa y la incineración. Como viene a ser normal, la narradora atiende a su parentela con el piloto automático puesto y la sensación común de que va a ver aparecer a su padre de un momento a otro, tal como aparecen los amigos de él por la calle con más profusión de la habitual, tal como aparecen sus cosas.

Pasan los años, dos, tres, cuatro… y poco a poco la narradora se va convirtiendo en el padre que perdió y va encauzando la novela hacia un final bellísimo, un final que ella el lector y la propia novela, estaba esperando.

Anterior crítica de libros: Todo es flamenco rock, de Antonio Jesús García y Ramón García.

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