«Prefiero emplear la mayor parte de mi tiempo buscando melodías, armonías y arreglos, que mejorando mi faceta técnica como intérprete. Creo que no se requiere ser exquisito técnicamente para hacer grandes canciones»
Tras Llum se esconde el batería Jesús Sáez (Polar), quien revive en su debut la era dorada de los crooners, el Brill Building, los musicales de Hollywood y hasta la bossa nova desde una perspectiva artesanalmente hispana. Carlos Pérez de Ziriza habla con él.
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Foto: NADIESHDA.
Llámenlo preciosismo «vintage», nostalgia filtrada a través del prisma de la ironía o delicada revisión sonora de un modo de hacer música que nunca volverá. El caso es que «Limelight» (Jabalina), el debut largo de Jesús Sáez (batería de Polar y The Standby Connection), es un exquisito manual sobre cómo revivir la era dorada de los grandes crooners, el Brill Building, los fastuosos musicales de Hollywood y hasta los balbuceos de la bossa nova desde una perspectiva artesanalmente hispana, sin sonar apolillado ni fuera de onda. Un órdago saldado con muy buena nota. El propio Sáez nos comenta, con toda clase de detalles y sin dejarse ni una coma, cómo ha sido su gestación.
Lo que más sorprende a cualquiera que haya seguido la trayectoria de Polar (y no digamos ya de The Standby Connection) es el considerable cambio de tercio que representa Llum, sin referencias al rock independiente de los últimos veinte o treinta años. ¿Qué satisfacciones te comporta meterte en un registro tan distinto?
Principalmente el poder hacer algo diferente, probar instrumentación nueva, trabajar con armonías y melodías a años luz de lo que había hecho hasta ahora e incluso modificar radicalmente el método de trabajo, que en el caso de Polar y The Standby Connection funciona como banda, y aquí he querido adoptar más la perspectiva del compositor. Poder tener ante mí todas las posibilidades que mis medios me permitían ha supuesto para mí una inyección de libertad importante, que me ha reforzado en la sensación de que puedo trabajar con muchos estilos diferentes. Me gustan muchos estilos de música, y limitarme a lo que había hecho hasta ahora resultaba a veces frustrante. Ahora se abren ante mí infinidad de posibilidades, y esto se lo debo sobre todo a “Limelight”, que en el fondo, no es más que un pequeño pedacito de las cosas que quiero hacer.
Pese a ese carácter que, muchas veces, les singulariza (muchos de ellos con un carácter individualista y aparentemente anárquico, algo así como los porteros en un equipo de fútbol), son muy pocos los baterías que se atreven a dar el salto y convertirse en protagonistas de su propio proyecto. ¿A qué crees que puede deberse?
Pues la verdad es que muy bien no lo sé. Es cierto que la percusión es, dentro de una banda, la parte más alejada de la melodía y la armonía, y puede ser que su desconocimiento sea lo que acaba suponiendo una barrera para la mayoría de ellos. De todos modos nunca me he considerado baterista, ni siquiera guitarrista. Haber hecho este disco me ha reforzado en la sensación de que lo que más me gusta es escribir canciones. Me encanta tocar en directo, y tengo tanto Llum como The Standby Connection porque disfruto de trabajar tanto con las cuerdas como con la percursión, pero prefiero emplear la mayor parte de mi tiempo buscando melodías, armonías y arreglos, que mejorando mi faceta técnica como intérprete. Eso no quiere decir que no trabaje ese aspecto, creo que aquella máxima noventera de que no hace falta saber tocar para hacer canciones está superada, al menos en su concepción más extrema, pero creo que no se requiere ser exquisito técnicamente para hacer grandes canciones. Trato de moverme dentro de ese equilibrio, ambas cosas van relacionadas: para adentrarme en los años veinte y treinta he tenido que explorar acordes y escalas diferentes, y eso obviamente va íntimamente relacionado con el aspecto técnico.
Compones en inglés pero hay un tema en castellano, ‘Tragón’. ¿Por qué esa canción demandaba el cambio de idioma?
Bueno, de algún modo ese tema surgió en ese idioma, salió muy rápido, apenas lo compuse en un par de horas, letra incluida, y me encantó como quedó. Hay canciones a las que he tenido que dar muchas vueltas, y he probado en varios idiomas y otras que simplemente pedían transformaciones dentro de su estructura, como es el caso de ‘On a low flame’ o ‘All The spanish cooks’. ‘Shooting stars’ por ejemplo, tiene otra versión, que también está grabada y llegué a subir a Myspace, que se llamaba ‘La estación’. De hecho al principio quería que Llum fuese un proyecto en castellano y catalán, pero curiosamente, la necesidad de sentirme libre y no estar atado es la que me ha llevado a incluir el inglés, que se ha acabado imponiendo. Canciones como ‘Love me’ no me resultaban creíbles en castellano. Hace unos años participé en esa serie de conciertos que se hicieron en Valencia llamados “Cámbiame la lengua” [N. del R.: en el que bandas locales interpretaban tema ajenos compuestos en otros idiomas] y ahí descubrí la diferente sonoridad y musicalidad de cada idioma. Esa es una faceta que me gustaría explorar todavía más, me gustaría introducir el francés y el italiano a mi repertorio, que creo que tienen unas características muy especiales. En septiembre, saldrá un single dentro de la colección «Dedicatessen» de Jabalina, y llevará un tema en catalán titulado ‘Eixos moments aquelles nits’. Algunos de los temas que se han quedado fuera del disco están cantados en castellano, como ‘Sara dice’. La máxima es dejar que las canciones hablen por sí solas.
Tu apuesta, aunque no muy frecuente en el panorama estatal, sí tiene puntos en común con músicos foráneos que miran intermitentemente a la década de los cincuenta, como Richard Hawley. ¿Es algo que has tenido presente?
Lo cierto es que no, aunque Richard Hawley, Neil Hannon o Jens Lekman son artistas que me gustan mucho. Pero lo cierto es que tenía casi veinte canciones cuando me puse a grabar el disco. Hice una primera selección de unas dieciséis, y ahí fue cuando finalmente seleccioné las que han salido en el disco, porque creía que funcionaban muy bien juntas, y las otras ya daban saltos estilísticos demasiado pronunciados, o rompían abruptamente el ritmo y la atmósfera del disco. Al final ha predominado el aspecto más retro, y creo que el hecho de que finalmente haya fijado mi voz en los tonos más graves, que es donde más cómodo me encuentro, ha sido clave para que surjan estas comparaciones. De las cuales, como no puede ser menos, estoy orgullosísimo, porque además, en efecto, encuentro puntos en común, pero también encuentro muchas diferencias, lo que me ha ayudado a reafirmar mi personalidad como compositor. Pero siempre he dicho que si ha habido un nombre que ha aparecido en varias ocasiones a la hora de trabajar las canciones ha sido Burt Bacharach, sobre todo en el aspecto de los arreglos, y obviamente, no en todas.
«El mensaje general del disco, al menos el que he intentado transmitir, es la pasión por la vida, la intensidad que conlleva estar vivo, pero mirado con toda la complejidad que conlleva ese verbo»
Uno de los rasgos más distintivos del disco es su amplia nómina de colaboradores, en la que todos aportan su grano de arena sin desvirtuar en lo más mínimo el sentido unitario del álbum. ¿Ha sido fácil el reclutamiento de colaboradores? ¿Y el explicarles exactamente lo que se les demandaba?
El proceso de grabación del disco fue largo y lento, y es cierto que algunas colaboraciones llevaron su tiempo, pero como el ritmo que ya llevaba era pausado, no supusieron un problema para el proceso. De hecho ha sido una parte muy integrada en el trabajo de grabación y composición. Las canciones han ido creciendo poco a poco, en casa he ido añadiendo poco a poco capas y arreglos, y en algunos momentos vi que me faltaba una pieza en el puzzle que yo no podía aportar por limitaciones técnicas o simplemente de cualidades, y entonces pensaba en la persona apropiada. He tenido suerte, porque en casi la totalidad de las ocasiones me he hecho con esas personas, incluso en un caso tan difícil como fue el de Flávia Muniz, a quien no conocía y con la que tuvimos que hacer la colaboración de manera transoceánica. Y es cierto que tenía algo de miedo de que estas personas se sintieran molestas con el hecho de que les dijese exactamente lo que debían hacer, pero creo que la pieza encajaba tan claramente que ellos mismos entendieron lo que quería y aportaron ese toque de magia que sabía que solo ellos podían dar. En algún caso incluso se atrevieron con algunas aportaciones extras, algunas de ellas funcionaron y otras no, pero lo cierto es que la comunicación en ese aspecto fue fluida y los resultados maravillosos.
En una entrevista he leído que aplicabas una escena imaginaria a cada una de las canciones, una especie de relación de secuencias de música-ficción (si se le puede llamar así) protagonizadas por músicos y actores de todas las épocas. ¿Tan evocador y, sobre todo, tan rebosante de referencias ha resultado el proceso de grabación?
Bueno, en esa entrevista en particular me lo pedían al revés, que pensara qué personajes, músicos o intérpretes podrían formar parte de un homenaje al disco, así que dejé volar la imaginación. Pero de algún modo el hecho de haber trabajado tan minuciosamente me ha permitido trabajar con cosas muy diferentes, tener impulsos que han llegado desde puntos muy opuestos, porque aunque el aire general del disco sea retro, es estilísticamente muy diverso, y realmente deberíamos echar mano de un espectro de cuarenta-cincuenta años para abarcarlos todos. Ese ejercicio ha sido maravilloso, precioso, probablemente lo que más he disfrutado del disco y lo que ha sido más hermoso de toda esta experiencia. Poner en juego una buena parte de las cosas que forman parte de tu universo personal, desde las que afectan a tu vida individual hasta las que pertenecen a mi formación cultural, ha sido un ejercicio increíblemente reconfortante para mí.
Está claro que ciertos referentes cinematográficos han jugado también un papel importante. Algo que, unido a la amabilidad sonora de tu propuesta, puede generar la sensación inicial de que estamos ante un trabajo escapista. Lógicamente, no es trabajo tuyo, ni de ningún músico, el reflejar de forma fiel el complicado momento histórico, social o político, como queramos llamarlo, que vivimos. Sin embargo, ¿te preocupa que, con la que está cayendo, el oyente pueda llevarse esa impresión, de música, digamos, “ligera”?
Siempre me ha preocupado que las escuchas se queden en la superficie, pero eso es algo que me ha preocupado siempre a lo largo de mi carrera y es algo de lo que se quejan todos los músicos, el poco tiempo que se dedica a entrar en determinadas propuestas. Las letras de “Limelight” encierran ironía, dulzura, sarcasmo y en algunos momentos claras referencias a la situación actual, como puede ser la misma ‘On a low flame’. Siempre me ha preocupado que se defina la música con una sola palabra. La música que se puede definir con tres o cuatro sílabas, es un desperdicio de posibilidades. Y no me importa que uno de los calificativos sea que resulta ligera y fácilmente asimilable. Creo que es bueno que esa sea una de sus características, pero no es la única. Es más, el mensaje general del disco, al menos el que he intentado transmitir, es la pasión por la vida, la intensidad que conlleva estar vivo, pero eso mirado con toda la complejidad que conlleva ese verbo, con la aceptación y comprensión de sus aspectos negativos, con sus incongruencias e incoherencias, con sus crueldades y aspavientos, y por supuesto con el disfrute de sus virtudes. Pero soy el primero que piensa que los aspectos negativos de la vida suelen ser los más pedagógicos, aunque opino que abordarlos desde una perspectiva depresiva es una deconstrucción personal. Si quieres mantener esa perspectiva pedagógica es mejor usar otra plataforma para mandar ese mensaje, y en ese aspecto directores como Billy Wilder, Woody Allen o Stanley Donen han sabido entrar en la miseria humana desde una perspectiva humorística, y si queremos usar la palabra, en ocasiones, “ligera”.
Acostumbrado a valorar, como periodista musical (como colaborador de medios como «Go Mag», y antes, en «MondoSonoro»), la labor de otros, ¿cómo estás viendo las cosas desde el otro lado de la barrera, ahora que los juicios se emiten sobre un proyecto del que tú eres responsable al cien por cien?
Es un ejercicio que llevo quince años haciendo porque me parece apasionante. Dicho ejercicio me ha enseñado a tomarme las críticas con relatividad, tanto las positivas como las negativas. Dichas críticas a su vez me han ayudado a ver cosas nuevas en mi propia música. Y a su vez me han vuelto a revelar problemas e idiosincrasias de la labor periodística que ya conocía desde dentro: la falta de tiempo para atender a toda la actualidad musical, la superficialidad con la que a veces se afronta la labor crítica, cómo hay plumas que priman su perspectiva subjetiva sobre la objetiva (aunque ambas son indivisibles, sobre todo en música), el hecho de que las mejores entrevistas son las que tratan de desafiar la obra y al compositor/intérprete, y cómo los espacios reducidos son enemigos del concepto de música en favor del de industria… Por eso disfruto cuando se me plantean entrevistas diferentes, preguntas que te buscan (siempre constructivamente, claro) las cosquillas, cuando la conversación se va hacia otros sitios no poblados exclusivamente por la música. Pero desde luego la labor periodística en una industria tan raquítica como es la musical en España, tiene una ardua labor por delante, y me gusta mucho que últimamente se oigan muchas voces que reflexionan en torno a su carácter, ejercicio y función.